Pregón de San José Obrero (Titerroy) 2008

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POR  JOSE Mª ESPINO GONZÁLEZ

Buenas noches, queridos amigos y amigas, vecinos de Titerroy.Espino

Cuando Ismael Montero me comunicó el deseo de la Directiva que preside para que fuese yo el pregonero de las fiestas de este entrañable, para mí, Barrio de Titerroy, le agradecí la deferencia que han tenido conmigo, porque, les aseguro, es un honor pregonar las fiestas del patrono del barrio con el que tuve una vinculación directa, desarrollando aquí, precisamente aquí, en este colegio donde nos encontramos, una labor intensísima como profesor, jefe de estudios y director a lo largo de unos treinta años.

A partir de la segunda guerra mundial, Arrecife ha crecido de forma acelerada. Ha pasado de ser una aldea de humildes pescadores desde cuyo puerto se exportaba la cochinilla en primer lugar, y la barrilla más tarde, a ser la capital de Lanzarote en 1852.

La reactivación del sector pesquero en la década de los 60, y la potenciación del turismo en los años 70, hizo que el desarrollo urbano de nuestra capital incrementara su crecimiento demográfico, pasando de 10.000 a 30.000 habitantes en prácticamente tres décadas, con inmigrantes procedentes de los pueblos del interior, de otras islas, e incluso de la Península, principalmente andaluces, que venían a trabajar en nuestras factorías de pescado.

Quiero situarme en esa mitad del siglo XX, obviando el crecimiento y posterior desarrollo, más conocido por todos nosotros, porque fue precisamente por esas fechas de los años 50, cuando surge pujante un barrio que toma su nombre de una promoción de viviendas de protección oficial, denominada Titerroy Gatra, nombre que se hace extensivo después, al incipiente barrio en general. (Algo parecido ha ocurrido con Valterra, nombre dado a las 200 viviendas construidas por el Instituto Social de la Marina en el barrio de El Lomo, y que hoy denomina a gran parte de dicho barrio.)

El cementerio por El Reducto y las factorías de pescado hacia el Puerto de Naos, obligaron a la ciudad a desarrollarse por los costados de las carreteras de Tahiche y San Bartolomé. Esa fue la causa primera que dio origen al nacimiento de Altavista y Titerroy.

Los alrededores del Puerto de Arrecife son una campiña pobre y desolada dedicada al cultivo de la barrilla y la cebada en la que sólo existían unas escasas viviendas en Argana, que era una insignificante aldea con una muy precaria agricultura en el jable.

La condesa de Santa Coloma, que poseía diversas propiedades en Lanzarote, entre otras: las salinas de El Río, el Islote del Francés, la vega de Guatiza, varias casas y solares en Arrecife, vende al ayuntamiento de Arrecife una parte importante de la extensa posesión de Maneje.

Fue ahí precisamente donde hace poco más de 50 años, surge este populoso barrio de Santa Coloma en memoria de la antigua propietaria, la condesa de Santa Coloma, pero que hoy vuelve a denominarse Titerroy por acuerdo plenario del ayuntamiento de Arrecife de fecha 6 de Febrero de 1.990, bajo mi presidencia como Alcalde de Arrecife, a propuesta de los vecinos.

Nace el barrio a partir de diversas promociones de viviendas de protección oficial, que constituyen el núcleo central, enmarcado entre las calles José Pereyra al naciente, El Rafael al norte, Hermanos Álvarez Quintero, y La Niña al Poniente; y al sur, las calles El Isleño y Ávila.

La Plaza de Pío XII se constituye en punto de encuentro de la urbanización, y en los bordes los colegios San Jurjo Maneje, Benito Méndez Tarajano, el instituto Blas Cabrera Felipe, la iglesia de San José Obrero, y la Ciudad Deportiva.

Bordeando ese núcleo central de viviendas de protección oficial el barrio se expande hacia el naciente y poniente con la construcción de viviendas de iniciativa privada, conformando una trama en cuadrícula de unas 70 calles denominadas con nombres de barcos, provincias o regiones, topónimos, escritores y otros personajes.

Los pregoneros, como ven, se tornan geógrafos e historiadores: unas veces descubriendo los restos antiguos del nacimiento de nuestra ciudad o barrio; otras, poniendo de manifiesto, tallando en definitiva, los recónditos secretos que se esconden por doquier tras las esquinas; o bien, exaltando a los hombres de pro que enaltecieron a su tierra, a su ciudad.

Titerroy es un barrio de gente trabajadora, que surge hace menos de 60 años, que más que historia, tiene presente. Por ello, no busquemos monumentos. Los trabajadores solamente necesitaban casa donde vivir, colegios para sus hijos, instalaciones deportivas para recrearse en los momentos de ocio, y a Titerroy, afortunadamente, lo bordea la zona escolar y deportiva más importante de Lanzarote.

Entre las dotaciones más destacadas citaremos:
Colegios de primaria: El Benito Méndez Tarajano, El San Jurjo-Maneje, El Capellanía, y la Escuela de Adultos.
Institutos de bachillerato: El Blas Cabrera Felipe, El César Manrique y el Instituto de Formación Profesional «Zonzamas».
La Escuela de Artes y Oficios Artísticos.
El Conservatorio y Escuela de Música.
El Teatro Municipal.
La Biblioteca Municipal y Casa de la Juventud.
La Biblioteca Insular.
El Centro de Salud.
El Hogar del Pensionista.
La Iglesia de San José Obrero
Centro de Profesores.
Escuela de Idiomas.
La Ciudad Deportiva Lanzarote.
Dos Canchas deportivas cubiertas.
Espero que algún día tengamos en el recinto militar el Campus Universitario.

No sería fácil hablar de personajes históricos con esa perspectiva de poco más de medio siglo. Pero quienes tuvimos la enorme satisfacción de ver surgir a varias generaciones que pasaron por nuestras aulas a lo largo de treinta años, podemos hoy constatar que presente y el futuro de nuestro pueblo está en manos de aquellos niños y niñas que vimos crecer en edad, habilidades y conocimientos.

Interminable sería la lista de chicos y chicas que en todas las facetas de las profesiones y el saber podríamos citar, que constituyen el núcleo de nuestra sociedad actual.

Pues bien, para esta gente, para este barrio quiero hoy pregonar en el día de su santo patrono, San José Obrero, día en el que el barrio se viste de gala e invita a compartir su fiesta al campesino, al de la ciudad, al obrero, al funcionario, al rico al pobre, a todos, como canta el poeta:
«Pero lo más hermoso, lo más grande,
lo que admira y encanta al forastero,
lo que conmueve el alma
y exalta el corazón dentro del pecho
es ver que aquí no hay nada «mío»,
nada «tuyo»,
porque aquí todo es nuestro,
mejor aún, aquí todo es de todos.»

Yo querría antes que nada dar una explicación filosófica de qué representa la fiesta y por qué el hombre canario necesita lo festivo.

La fiesta canaria presenta aspectos comunes, pero eso no indica que esté formada por actividades ceremoniales rígidas, totalmente invariables. La fiesta, como ritual, no es contraria a la espontaneidad, a la recreación y ruptura de las formas convencionales de la vida social.

La fiesta supone esencialmente eclosión de vitalismo, de la ambigüedad y pluralidad de formas y contenidos. Los Carnavales, a pesar de ser preludio de la Cuaresma, como dice Alberto Galván en Las fiestas populares canarias, no presentan en sí mismos, al menos hoy, referencia a lo religioso.

Todo ritual, la fiesta misma, supone símbolos, es decir, objetos, actos, relaciones… se ritualizan plantas, objetos, iconos, acciones, lo que cobra un significado ritual que puede acercarnos a la comprensión del estilo de vida de una sociedad y cultura.

Tras la complejidad de las fiestas se esconde una lógica, un código, puesto que las fiestas y el conjunto de símbolos, creencias y valores constituyen hechos socioculturales donde se manifiestan mecanismos económicos, sociales, políticos e ideológicos. La fiesta así se presenta como la ritualización de una serie de cualidades, valores y fenómenos sociales, tales como el sexo, el status social, el linaje, la generación, el poder político, el orden social.

Lo festivo es una dimensión de la persona. Nace de la misma entraña antropológica y se dinamiza a impulsos de distintas vertientes comunes a todos los hombres: lúdica, expresiva, relacional, comunitaria…
La dimensión festiva, es, por tanto, universal; es común a todas las razas y a todos los pueblos. Pero esta universalidad de lo festivo recibe formas y perfiles, rasgos psicológicos propios a influjo de las culturas diferentes.

Cada pueblo al expresarse en sus fiestas, traduce en ellas su modo de sentir y sus sentimientos concretos y refleja los contenidos de su identidad propia, y emplea un ritual festivo en que los elementos universales de la fiesta (movimiento, baile, danza, canto, comida…) adquieren una impronta distinta porque en ella se vierte el alma distinta de un pueblo diferente.

El hombre, por su propia evolución dinámica, vive a impulsos de la fuerza de expansión: rebasa los linderos de su propio cuerpo individual y se abre a la relación humana, familiar, grupal, universal, como nos dice Manuel Alemán en su Psicología del hombre canario.

El individuo es un ser en apertura, lanzado a la expansión. Esta fuerza del ser psicológico inherente a la persona humana se encuentra interferida en la trayectoria existencial del hombre canario desde la estrechez del espacio físico al control psicológico de los patrones de comportamiento. El hombre isleño se va encontrando cercado, enclaustrado, amurallado…, El impulso vital de dilatación sufre la angustia del escenario físico y el ahogamiento de los linderos psicológicos de las pautas de conducta. Y en esta situación de aprisionamiento psico-física, la fiesta canaria significa rompimiento.

Los imperativos del trabajo han marcado los ritmos del tiempo. El hombre ha perdido la propiedad de su tiempo, y son los propietarios del trabajo los que administran el tiempo de los hombres. En esta dinámica, el tiempo del hombre canario se ha vuelto repetitivo, monótono, agobiador. Este tiempo-trabajo absorbe en su ritmo la casi totalidad de la existencia con un desgaste continuado de fuerzas físicas y psíquicas, apenas recuperado por los intervalos de descanso.

Frente a este tiempo-trabajo, la fiesta se presenta como un rompimiento de ritmo. El hombre salta sobre las exigencias del quehacer cotidiano y abre las compuertas del espíritu al esparcimiento y la recreación. El rompimiento de lo cotidiano se hace grito, denuncia contra el tiempo-trabajo, reclamando para el hombre, la propiedad, la administración y el usufructo del tiempo que la sociedad le robó.

La fiesta canaria sólo puede comprenderse en su significación profunda cuando, más allá de su aparato externo de mera diversión (que nos habla de esparcimiento, derroche, diversión) logramos captar otra vertiente más honda: la capacidad expresiva del pueblo canario y el contenido de su expresión en el lenguaje de la fiesta: las vivencias y sentimientos del pueblo que él expresa indirectamente y quizá inconscientemente bajo el lenguaje de lo festivo.

A impulsos de la necesidad de expresarse y la tragedia de la incapacidad de expresión, el hombre recurre a los gestos, a unas formas de conducta, a la metáfora, a los símbolos, a la fiesta en los que intenta traducir toda la vivencia interior.

Y es que la fiesta propicia al pueblo: una vía libre a su experiencia íntima, sin el control de racionalidad (o de los intereses de lo utilitario, de lo productivo); un espacio humano para expresar sus sentimientos a través de unos símbolos y unos ritos comunes, compartidos por la totalidad del pueblo, logrando así que sus experiencias íntimas, sin dejar de ser personales, sean participadas por la comunidad; y un lenguaje para expresar su identidad.

Por todo ello, la fiesta canaria es predominantemente emocional, sentimental, afectiva, mística, estética e instintiva.

Las fiestas canarias nacen como una explosión que intenta resquebrajar la dureza de la faena cotidiana, el rígido molde del quehacer diario tan inhumano, tan agobiador.

Rotas las barreras de lo cotidiano, la fiesta se hace desbordamiento de expansión. Y por ende, la fiesta canaria en su significación profunda es un rompimiento del sistema social estrecho y opresor, una protesta bajo el lenguaje del despilfarro y el derroche contra las penalidades cotidianas, una reivindicación del goce contra un estilo de restricción, de sufrimiento y penalidades, una valoración de lo gratuito frente a los sistemas utilitaristas.

El hombre canario ha vivido un doble reduccionismo: el geográfico, reducido a unas islas, a unas comarcas, a unos pueblos, a unos barrios; y al psicológico: su ámbito de desenvolvimiento le ha sido acotado a lo laboral. La mujer, hasta no hace más de veinte o treinta años vivía en la clausura de su casa. Las entrevistas habituales del noviazgo no se salían del marco casero en que la joven era custodiada por el alto muro de la ventana, o la presencia vigilante de la madre. Las fiestas significaban un resquebrajamiento de la estrechez de esas situaciones, abriendo canales de comunicación a los sentimientos de afectividad mantenidos en cautiverio en el encierro de las relaciones cotidianas, ensanchando el campo de la conciencia a experiencias de mayor amplitud.

Los hombres desde los tiempos más remotos han celebrado sus fiestas, bien conmemorando, el nacimiento de un hijo, la celebración de una boda, también a propósito de la recolección de los frutos del campo, la celebración del Santo Patrono, o de la Virgen, la celebración de la fundación de su ciudad, etc.

En todos los casos, asistir a una fiesta, bien como participante, o bien como espectador, es vivir intensamente la fiesta de nuestra ciudad, de nuestro barrio, ya que las fiestas son la ocasión de divertirse, encontrar amigos y charlar, tomar copas, degustar platos típicos en los ventorrillos; en definitiva, pasarlo bien, yendo más allá de lo cotidiano, llevando a cabo acciones, gestos y comportamientos no normales La fiesta es explosión del individualismo, la espontaneidad y la ruptura de las formas convencionales de actuar. Pero hemos de observar que a pesar de esas formas de expresión, de divertirse, de esas pautas de conducta, y que a pesar de las sorpresas que las actitudes en esos días festivos nos puedan deparar, la gente se comportará de un modo esperado, podrá participar o ser espectador de determinados acontecimientos.

La presencia de las turroneras, los adornos de las calles, la procesión del Santo Patrono, las canciones populares de las rondallas y grupos folklóricos: isas, folías, malagueñas, seguidillas, o el olorcillo de la carne de cochino en los ventorrillos, serán una constante en su fiesta, todo un conjunto de acontecimientos que la gente espera con ansiedad.

Pero la fiesta es más, muchísimo más, es un complejo cultural donde otras actividades tienen lugar, como juegos para los niños, exposiciones, eventos deportivos, concursos, etcétera.

La fiesta de San José Obrero, la fiesta de nuestro barrio, no tiene las mismas características que tienen las tradicionales fiestas canarias, que ponen en movimiento el mecanismo de la unidad, el sentido de pueblo, comarca, isla, región o grupo étnico, ni funciona como la ocasión para rivalizar frente a grupos sociales limítrofes, reforzando el sentimiento de comunidad. La simbología y el ritual que caracteriza a las ancestrales fiestas canarias de otras islas no predominan en las fiestas de Titerroy. En las fiestas de nuestro barrio no aparece tampoco el proceso de etnicidad o toma de conciencia de identidad canaria.

No cabe duda de que las fiestas han cambiado. Han desaparecido algunas, pero muchas otras se han revitalizado. No podemos, refiriéndonos a nuestra fiesta, enmarcarla en el grupo de fiestas sacras o profanas, rituales o estacionales. A nuestra fiesta hemos de considerarla como un conjunto cultural popular que participa de todos los elementos: Es sacra puesto que su Santo Patrono es San José Obrero que está en concomitancia con el origen trabajador de nuestras gentes; es simbólica, lo que se expresa en la devoción por José el carpintero; y es profana porque participa de todas las manifestaciones culturales.

En Canarias, tras el proceso de transformación socio-económica de los años 60 ha provocado una tendencia hacia la homogeneización de la vida social. Esta circunstancia ha significado la victoria de lo racional, lo manipulativo, lo impersonal y lo individualista, sobre lo simbólico, lo emotivo, lo personal y colectivo, dosificando no sólo el orden, sino también el caos; no sólo el trabajo sino también la diversión. La fiesta se planifica desde «arriba» y pretende «colar la mediocridad, el atontamiento y la manipulación como impulsos originales del acontecer lúdico, y con ello sólo se consigue denigrar de raíz la esencia misma del acontecimiento festivo», tal como se nos describe en Las fiestas populares canarias de Alberto Galván.

Por lo tanto, nuestras fiestas de San José Obrero de Titerroy se desarrollan y están acordes con el momento del período de desarrollo que nos ha tocado vivir de homogeneización.

Gocemos pues de estas fiestas, hagámoslo con ilusión, participemos de las mismas con nuestros vecinos y foráneos, viviéndolas intensamente.

¡ Gracias y buenas noches!

José Mª Espino González
24-04-2008

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