POR ANTONIO CORUJO
Buenas noches a todos.
Antes de dar comienzo a este pregón me gustaría darle las gracias a la organización por encargarme esta tarea. Quiero darles las gracias porque gracias a su encargo he podido hacer memoria y maravillarme al contemplar lo que fuimos y lo que somos. Y maravillarme también de las posibilidades de lo que seremos.
Los más viejos de este barrio recordarán posiblemente de manera entrañable aquellos primeros tiempos. A los más jóvenes les dedico este pregón porque han de conocer de dónde vienen para saber a dónde van.
Con el encargo a cuestas buceo en el tiempo, margullo en mis recuerdos y lo primero de todo que me viene a la cabeza son aquellos días, lejanos ya, en los que este barrio no existía como tal y se estaban construyendo las primeras casas. En esos días y al pasar por delante de esas obras pensaba para mis adentros: «mira tú donde están fabricando casas…
“ ¿Quién querrá venir a vivir aquí?» No hizo falta mucho tiempo para averiguarlo: Yo.
Yo y un grupo bastante nutrido y variado de gentes que por aquel entonces, a finales de los años cincuenta del siglo pasado (qué lejos suena esto ahora) tuvimos la suerte de conseguir una de estas casas que, por poco dinero, nos daban no sólo un techo sino la oportunidad de progresar.
Y mira que hemos progresado. Recuerdo con nostalgia pero sin pena, todo sea dicho, aquellas calles polvorientas, sin aceras ni asfalto, aquel viento que cuando soplaba como sólo sabe soplar en esta isla cerraba de golpe las puertas de estas casas, que permanecían siempre abiertas porque la confianza y la seguridad que disfrutábamos era tal. Y no importaba mucho que se cerraran de golpe y no encontráramos la llave: alguna llave de algún vecino servía para abrirlas todas.
Casas abiertas donde los gatos a veces se aventuraban conocedores de que en aquellas cocinas nuestras bien pudiera haber una buena comida. Así lo atestiguaban los olores de aquellas casas abiertas: las sardinas fritas, los cabritos al horno (los más pudientes) llegadas las pascuas…
Calles, como digo, sin aceras ni asfalto donde nuestros hijos pudieron correr, jugar, aprender a caminar y llegar, ya de noche, encachazados de tal modo que más de una madre ponía el grito en el cielo.
Casas sin agua ni luz, alumbradas por un manto de estrellas que hoy apenas si podemos ver y habitadas por ilusiones tranquilas que con el paso del tiempo han dado a este barrio progreso y desarrollo y también su poquito de eso que ahora llaman glamour.
Aquí vinieron a vivir gentes humildes y con los años han salido de estas calles tres presidentes de Cabildo, escritores, músicos, médicos, arquitectos, empresarios, actrices, presentadoras de televisión, reinas de la belleza y hasta un príncipe consorte.
Y vuelvo a bucear en el tiempo preguntándome qué estrella alumbró este barrio para que esto fuera así.
Aquellos que levantaron escuelas y nos dieron a todos la oportunidad de darles una educación a nuestros hijos. Y levantaron también el que por aquel entonces era el edificio más alto de todo Arrecife: la casa de los maestros del Colegio Benito Méndez.
En aquellos pedregales desalmados, que fueran propiedad de los condes de Santa Coloma, Marqueses de Lanzarote, fue creciendo un barrio que hoy pasa de las 7.000 almas sin duda estimulado por ideas brillantes como la de construir el «Avendaño Porrúa» en los límites del barrio.
Detrás del polideportivo llegaron el Instituto, la Escuela de Artes y Oficios, el cine Hollywood, la farmacia, el centro de salud. Y al amparo de la parroquia, la casa del cura, la de Don Francisco, llega la biblioteca, núcleo desde el cual se empieza a generar ese concepto de barrio que nos identifica: la asociación de vecinos de Titerroy.
Con los años fueron llegando la luz y el agua y pudimos olvidarnos del barco de la luz… y de cargar con las latas desde el Pilar del agua… Con los años llegaron también los primeros teléfonos… y las primeras teles… para ver un mundo lejano al nuestro pero todavía en blanco y negro. Mi hija vio en la tele la llegada del hombre a la luna.
Y atrás fueron quedando aquellas tardes de radio… aquella radio al sol…aquella costera… aquellas mañanas de domingo con las casas abiertas oliendo a limpio y los chicos vestidos precisamente de domingo para ir a misa… a aquellas misas en la escuela…con D. José y D. Francisco, antes de construirse la iglesia, iniciativa de D. Ramón.
Con los años llegaron también las aceras y el asfalto, las cabinas de teléfono y hasta los primeros semáforos…
Ya los chinijos no podían correr por las calles como antaño, ni llegaban encachazados a las casas y si llegaban ya podían darse una ducha y meterse en las camas limpitos a soñar, alimentados en cuerpo y espíritu, con un futuro mejor.
Aquellas tierras que fueran antaño propiedad de la nobleza dieron cobijo a los obreros y quizá de esa simbiosis naciera la mezcla que conforma sin duda el carácter de las gentes de Titerroy: gentes nobles y trabajadoras que con esfuerzo, voluntad y tesón construyeron un futuro mejor para sus hijos, brindándoles la posibilidad de progreso al que todo pueblo aspira.
No sé cuál es la razón pero no deja de ser llamativo que el patrón de este barrio sea
precisamente San José Obrero.
Hoy recorro las calles de mi barrio, porque es mío, porque lo vi nacer, porque lo he visto crecer y porque lo siento mío, y me emociono al ver qué lejos queda aquella escasez, escasez que nos hacía iguales a todos y que quizá gracias a ella aprendimos a sentirnos solidarios.
Hoy muchas de las casas ya tienen dos y tres plantas: las familias crecieron y hubo que ir haciéndole cuartos a los chicos… Raro es hoy el que no tiene un coche en la puerta… o dos… Rara será la casa que no tenga teléfono o conexión a internet o televisor de plasma… Rara será la casa también en la que no haya un estudiante…
Aquellas lejanas calles de tierra las recorrían los primeros propietarios de estas casas, en su mayoría de Arrecife; más tarde aquellos que llegaron del resto de la isla y se instalaron en viviendas de auto-construcción.
Hoy recorren nuestras calles gentes de otras islas, de otras provincias de España, de otros países y continentes que han ido llegando precisamente al amparo del desarrollo y con ellos va cambiando nuestro paisaje y también nuestro paisanaje pero a todos nos sigue uniendo el afán de progreso.
Aquellas casas abandonadas de la mano de Dios hoy están rodeadas de centros comerciales e hipermercados, conservatorio y biblioteca, escuela de idiomas y centro de profesores, un nuevo y moderno centro de salud, una rambla llena de árboles que le da vida al paseo… pero nos hemos quedado sin cine… Una lástima.
Y vivimos mejor, qué duda cabe, pero no hemos de dormirnos en los laureles sino mirar bien y observar que es gracias a la educación y la cultura que un hombre, un barrio o un país progresa.
¿Hacia dónde caminamos? Pues hacia donde queramos porque ante nosotros están todas las posibilidades y todos los retos.
Es bueno festejar nuestros logros, celebrar nuestros avances y de vez en cuando volver al recuerdo para no perder la pista de lo que podemos llegar a ser.
Así pues, celebremos nuestra fiesta, festejemos nuestro barrio.