Pregón de Ntra.Sra. del Carmen (Valterra) 1998

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 POR  VICTORIANO FIERRO NOLASCO

 

Autoridades, señoras y señores. En definitiva, amigos todos…buenas noches.
Mi agradecimiento al Presidente de la Asociación de Vecinos, porque probablemente nadie, ni siquiera las personas más allegadas a la figura de este humilde pregonero puede imaginar, el tremendo honor que para mí supone acompañarles esta noche en el arranque de una de las fiestas más importantes para Valterra, este trozo de tierra inmerso en el corazón del Puerto del Arrecife, tan especial, tan diferente, tan querido…tan nuestro.


No soy hombre de muchas palabras, más bien al contrario soy de los que prefiere escuchar y eso será algo que todos ustedes ganen esta noche dado que así no me extenderé demasiado en este pregón en el que sólo quiero apuntar algunas de las sensaciones que tengo de este barrio en el que he pasado buena parte de mi vida y de sus gentes de las que he aprendido tantas y tantas cosas.
Valterra ha sido, es, y probablemente será siempre un barrio de gente humilde que se ha hecho a sí misma, gente que a pesar de que en la vida hayan alcanzado una situación de cierta prosperidad nunca han olvidado sus orígenes y se sienten orgullosos de su procedencia. Precisamente, de esas gentes es de las que quiero hablarles en esta noche tan especial para mí.
Independientemente de los grandes recuerdos que han marcado mi vida, todos ellos muy ligados a mi familia, tal vez las mejores sensaciones que recuerdo las tuve durante mis veinte primeros años de vida…mientras crecía en estas calles.
Esta noche, les quiero hablar de héroes. Les quiero contar mis recuerdos de nuestros mayores, de esos hombres de la mar que pasaron la mayor parte de su vida envueltos entre velas, jarcias, cielo, mar y soledad, mucha soledad. En el libro “El rabo del ciclón”, su autor, Félix Martín Hormiga, alude a héroes cotidianos que liberan pueblos pero que lo ignoran porque su conciencia está sepultada por su primer objetivo que no es otro que alimentar a su familia. Seguramente, el autor cuando escribió estas líneas pensó en muchos de ustedes. Hombres de mar, roncotes, costeros que se tuvieron que hacer hombres, en algunos casos, a la edad en que otros comenzábamos a dejar nuestros pantalones cortos.
Eran hombres duros que, cuando andaban en tierras lejanas en las costas de cabo blanco palpaban la imagen de sus hijos en una foto familiar y si se les escapaba alguna lágrima intentaban hacernos creer que ésta había sido provocada por el humo del cigarro.
Mis recuerdos de aquellos marinos de mi barrio, son los de hombres de pocas palabras que sólo veían a los suyos un par de veces al año, que padecían sufrimientos intensos pero que todo lo daban por bueno con tal de que a sus familias no les faltase un plato de comida a la mesa.
¿Qué decir de los más jóvenes? Recuerdo con una mezcla de amargura y felicidad a aquellos amigos que tuvieron que pasar, sin proceso de adaptación alguno, de tirar teniques en lo alto del Morro de la Elvira a echarse a la mar, a embarcarse rumbo a la costa. Tengo un recuerdo feliz cuando pienso en la alegría que les embargaba el día antes de la partida. Como diría Ángel Guerra: “El primer viaje era para recordarlo toda la vida.
Recuerdo que la noche antes de la partida, ellos se sentían felices porque iban a tragarse llantos y soportar miserias para convertirse en héroes como sus padres, sus tíos o sus vecinos. Yo me sentía triste porque sabía que a la vuelta ya nunca serían los mismos. Llegaban a tierra con los ojos fuera de las órbitas por la alegría de ver tierra de nuevo con las manos repletas de los callos que producían las liñas que permanentemente se deslizaban entre sus dedos. En fin.
Tampoco quiero dejar de mencionar de mis recuerdos a las heroínas de este barrio. Las mujeres que debían soportar estoicamente las ausencias, el no saber nada de sus maridos o hijos durante meses, o lo que es peor, de no saber si volverían a verlos con vida. Rara vez escuché, a lo largo de mi infancia por estas calles, un lamento, un quejido, algo que denotase el dolor que destrozaba a estas esposas y madres que siempre tenían un gesto dulce en el rostro como si creyeran que no tenían derecho a mostrar su penar. La soledad de estas mujeres, angustiadas por el padecer de los suyos, refleja la solidaridad con la que vivían una situación a la que se resignaban apenas dejaban de ser niñas. En mi mente aún retumba el recuerdo de la larga noche en que conocimos la tragedia del Cruz del Mar. Una noche preñada de un silencio angustioso tan sólo roto por los sollozos que salían por las puertas y ventanas de cada una de las casas que poblaban este trozo de Lanzarote. Con esto quiero decir que las gentes de Valterra siempre hemos sido solidarios con los nuestros porque crecimos en la adversidad y juntos la superamos.
En mis recuerdos, evidentemente no sólo hay momentos tristes, ni mucho menos. A menudo rememoro con hilarante nostalgia la felicidad que embargaba estas calles cuando los marinos volvían de la Costa. Sobre todo durante los carnavales. Nuestras calles se llenaban de máscaras y cintas multicolores que, por unos días, nos hacían olvidar los sinsabores del resto del año. Probablemente, aquellos momentos de alegría se vivían con tanta intensidad porque como decía D. Agustín de la Hoz, las ganas con que gritaban hembras y varones, satisfechos de vivir y de gozar, “era que ellas y ellos sabían que, a la fugaz y parrandera presencia de los roncotes, sucedería la sorda ausencia cuando la flota insular rumbeara de nuevo”… a la pesca.
De aquellos tiempos recuerdo, la primera vez que salí en la murga, que se llamaba “Ni pun ni pan”. Con toda la ilusión del mundo nuestras madres nos cosían nuestros disfraces, mientras nosotros preparábamos los pitos y los gorros, y salíamos a la calle cantando el “Mamá Inés” que ya, más o menos afinábamos, gracias a la letra y a los pleitos de nuestro director, Don José
Cedrés, al que a pesar de querer mucho y guardarle un gran respeto, todos conocíamos cariñosamente como “Pepito Cedres” , recuerdo que cada día aparecía, ilusionado con cosas nuevas, pitos e ideas de cómo decorarlos para disimularlos y creo que esta murga, hoy, forma parte de la Historia de los carnavales de nuestra Isla.
No me gustaría dar el arranque a estas fiestas sin hacerles llegar mis recuerdos sobre ella. Pasajes como lo temprano en que abríamos los ojos por culpa de las condenadas sirenas de las fábricas. “Rocar, Lloret, Garavilla y Ojeda”, cuyo pitido se nos metía en la oreja y no salía hasta que ya estábamos despiertos del todo, cuando llegaron las primeras familias de Andalucía a trabajar en ellas, cuando decíamos que olor desprende estas Fabricas, mejor las quitaran y hoy cuanto las echamos de menos porque las han quitado. Precisamente, de la fábrica de Ojeda salía buena parte de la materia prima que usábamos para construir el altar dado que cuando sacaban las cajas de sardinas vacías las apilábamos para sentar la base sobre la que subir a Nuestra Señora del Carmen. Me imagino que el penetrante olor de las sardinas, despertaría a los muertos, pero creo que como lo hacíamos con todo el cariño del mundo, Nuestra Señora nunca se quejó.
Seguro que todos recuerdan la batalla cariñosa que por entonces manteníamos a lo que nosotros llamábamos el barrio de arriba, donde doña Eloísa con sus gente se esmeraba en hacer el mejor altar del barrio, y el barrio de abajo, nuestra entrañable doña Elodia, incansable siempre hacia lo propio, para que todo el que pasara por las calles de Valterra, siempre tuvieran que decir que barriada más bonita, todos se esmeraban en albear las paredes, de rojo, que era el color de nuestro barrio, hasta que posteriormente pasó al blanco. Me gustaría que la gente joven volviera a recuperar la escenificación del Tanque del Agua, que estaba donde hoy se encuentra la parada de taxis, donde los más pequeños nos entusiasmábamos viendo el barco dentro del agua y al marinero con ropa de agua simulando un naufragio, y cómo se caía al mar.
Era especial ver como se llevaba a la Virgen desde la iglesia de S. Ginés en procesión por tierra, hasta la vieja Casa del Marino donde la dejaban durante las fiestas, trasladándola al barrio de arriba y al barrio de abajo para alegría de todos nosotros que nos esforzábamos en ofrecer el mejor altar para Nuestra Señora y participábamos, unos de angelitos y otros recitando versos de veneración.
Finalmente, llegaba el momento más solemne, el paso, en procesión, desde nuestra querida Valterra hasta la iglesia de S. Ginés. La multitud se congregaba tras el paso de la Virgen y llegaba hasta el Hospital Insular donde escuchábamos la misa, ansiosos por llegar a Portonao y hacernos a la mar, ese mar tan nuestro y que ha definido nuestra forma de ser y de vivir.
El recorrido desde Portonao, hasta el Muelle Chico era algo tan espectacular que no lo podría definir con palabras. La mar se llenaba de embarcaciones, y el contraste del sol con el azul del mar y el colorido de los barcos ofrecían la imagen de un montón de piedras preciosas que iban pasando ante la atenta mirada de “Nuestra Sra. Del Carmen”, y las embarcaciones de mástiles enjambrados que ya forman parte de la historia de Portonao. Poco a poco recorríamos la vereda de mar que pasaba ante el parque viejo y nos llevaba hasta el Muelle Chico y desde allí, ya a pie, hasta la iglesia de S. Ginés donde el reflejo de los rayos del sol sobre la cal blanquecina que cubría sus paredes, hoy bicentenarios, nos recibía mientras mirábamos al cielo y veíamos a las palomas revoloteando alrededor del campanario.
¡Qué tiempos aquellos! Sin embargo, de nosotros dependerá que vuelvan o no.
En cualquier caso, siempre recordaré a Valterra por su relación con el mar, y porque me siento igual que el poeta cuando decía: “Dejadme aquí en el barco de esta tierra / aquí en el mar / no quiero desembarcar en esa cueva oscura, en ese caletón sombrío”.
En fin, voy a concluir este pregón esperando no haberles cansado en demasía. Con mi pregón, sólo he querido que comprendan que me siento profundamente orgulloso de ser de este barrio, de haber crecido aquí, entre el olor a sal y el sonido del mar y el viento, y sumamente honrado por el hecho de que ustedes me sigan aceptando y considerando como uno más de los suyos, de los hijos de Valterra, mi barrio…mi casa.
A todos, muchas gracias.
¡Viva Valterra!
¡Viva Nuestra Señora del Carmen!
Felicidades a todos.

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