POR CARMELO FIERRO
Sr. Alcalde Presidente del Ayuntamiento de Arrecife, Dignísimas autoridades, señoras, señores, vecinos de Valterra, amigos, Buenas noches.
Aunque parezca un tópico agradecer al Presidente de la Asociación de Vecinos, D. José Cruz, y a su junta directiva, el que se haya acordado de mí para este pregón, porque supongo que todo el mundo dirá lo mismo, puedo asegurarles que en mi caso no lo es porque aún habiéndome cogido en unos momentos complicados, por diversos motivos profesionales y familiares, el que se hayan acordado de mi humilde persona para ser el pregonero de las fiestas del barrio donde me crié, es un honor tan grande que no olvidaré en la vida. Por ello José, Miguel Ángel, gracias de nuevo.
Cuando se dan este tipo de ocasiones nos damos cuenta realmente del tiempo que ha pasado y de lo mayor que nos estamos haciendo, porque aunque no los aparente yo ya tengo taitantos como diría Lina Morgan, lo que sí puedo decirles es que nací en el Charco de San Ginés, en la calle 13 de Septiembre, junto a la casa de los maestros Dña. Nieves y D. Domingo Fajardo, y de la antigua Comandancia de Marina, que hoy es el Bar de Ginory, allí me crié junto a los chinijos de la época, Mino y Carmen, hijos de Felisa y Ricardo, Paquito, Lorenzo y José Antonio, los de Maestro Paco, Alberto de Juan Alberto Morales, los Finos, Los hijos de Ginés y Margara la llorona, que tenían además la tienda, y aunque no sabía leer ni escribir, llevaba las cuentas a la perfección, apuntando las compras con símbolos que ella entendía y donde no se le escapaba ni una perra, tiendas estas que permitían vivir a las familias del mar, pues se iba apuntando en la libreta y se pagaba cuando se cobrara la zafra. Y aunque vagamente recuerdo la construcción de la barriada que en aquella época surgía como una mole inmensa, unos edificios descomunales, enormes para aquellos tiempos, por allá del muro de piedra y barro que se extendía desde detrás de la tienda de Lola Las Canteras donde luego se hizo el taller de Maestro Luís Trujillo, hasta un poco más arriba del final de la calle Jacinto Borges, donde estaba el taller de forja de Alpuín, y que luego se montó el taller de Miguel Suárez, y que separaba las viviendas del charco de un enorme llano, donde jugábamos a la pelota y del que hoy apenas si quedan algunos solares.
Aunque la mudanza a mí me cogió en casa de mis abuelos en Las Palmas, con ocho años, ya estábamos viviendo en la Calle Adolfo Topham, 6 en donde aún hoy vive mi madre Lalita, de esto hace ya cuarenta y ocho años, lo que quiere decir que sin quererlo les he dicho la edad que tengo, 8 más 48, ¿lo cogieron?, pues aproximadamente el tiempo de vida que tiene la Barriada de Valterra.
Les comento esto para que vean que mi niñez y juventud siempre estuvo ligada de alguna manera al mar, a la pesca, mi padre Pablo Fierro, fue encargado de Salazones en La Rocar y aún recuerdo aquellas zafras de la Corvina, cuando venían los barcos pontones que eran los únicos que llevaban hielo y recogían lo que pescaban los barcos más pequeños y cuando arribaban a puerto y había que descargar y jarear el pescado sin ningún tipo de demora para salarlo y poder conservarlo, El acarreo, recuerdo, se hacía en dos camiones que tenía la Rocar, un Mercedes que conducía Maestro Juan, que vivía en la Vega y el Commer de Sinforiano Martín, el padre de Dimas que aunque procedía de Yaiza también vivió en el barrio, en la misma calle Adolfo Topham, me van a permitir que les cuente una anécdota de Sinforiano, hombre serio donde los hubiera, antes la camada para pescar los atunes, se traía a veces de la Tiñosa, hoy Puerto del Carmen, el camión salía desde las cinco de la mañana para amanecer en el pueblo y como sabía que a mí me gustaba ir, le pedía permiso a mi padre para que fuera con él, íbamos al tranquillo del camión por la entonces carretera de tierra por las playas hasta el pueblo, concretamente hasta una playa de callaos junto a la casa roja, donde hoy está el muelle y a medida que iban llegando los barquillos con las sardinillas, se ponía una tabla desde la carrocería del camión al suelo y se iba cargando cesta a cesta y al cogote, si tenemos en cuenta que estos camiones tenían unas barandillas altas, en cargar el camión se tardaba un día entero, y entrando la noche regresábamos de nuevo para Arrecife. Llevaba para comer unos bocadillos con pan del campo y tocino, claro, él pensaba que a mí me gustaba ir por la novelería, que también, pero realmente a mí lo que me gustaba era el pan con tocino, que en ese entonces sabía a manjar de dioses. Entonces, se trabajaba a destajo, de Sol a Sol, hasta el punto que auque vivíamos al lado en la época de zafra, había que llevarle el almuerzo a mi padre para que no perdiera, como se decía antes.
Los marinos se pasaban en la Costa hasta seis meses, así de dura era la vida del mar, por eso precisamente sus familias solían ser bastante numerosas, cada zafra, un chiquillo, lógico, venían con la escopeta cargada. Aunque yo pienso que lo que realmente sucedía es que no había otro tipo de diversión, bueno, por no haber no había ni luz durante toda la noche, que en ese entonces la cortaban a media noche y solamente la mantenían cuando alguien moría y había un velatorio, les comento esto porque mi suegro era salinero de la Rocar, y por tanto trabajaba en tierra y tuvo 10 hijos vivos.
Durante todo ese tiempo el único contacto con tierra lo mantenían los marineros a través de la radio del barco o megafonía, mediante la cual se transmitían las noticias por medio de telegramas que se mandaban por la radio, llamada Costera, y como todo el mundo la sintonizaba sobre la misma hora, se enteraba toda la isla de los acontecimientos que había en cada familia, por eso quizás era todo tan familiar, a veces se llegaba a oír algún telegrama curioso que luego era motivo de comentarios entre los vecinos, como la Sra. que habiéndose enterado que el barco de su marido se fue a pique, le mandó un telegrama preguntándole «Dicen que estás muerto, dime si es verdad».
En un pasado reciente, puesto que apenas han transcurrido cuarenta años, la pesca era el principal sustento de la isla, en las cinco factorías se trabajaba el fresco, la sardina y los túnidos, (atún, tasarte y el arrayao), que se cogían ahí enfrente y en la Rocar y la de D. Antonio que estaba también en el charco de San Gines, el pescado salado, por lo que estas disponían de secaderos que se hacían con piedra volcánica y en donde a primera hora de la mañana se ponía el pescado boca arriba para que le diera el sol durante las horas de día y durante la noche se le daba la vuelta para que el sereno no lo estropeara. Estas labores así como el empacado y enlatado de las sardinas se hacían fundamentalmente con mujeres, por tanto, mientras los hombres estaban en las faenas de la pesca, ellas tratando el pescado y llevando un duro a casa. Estas mujeres, que además tenían que criar a sus hijos ejerciendo a la vez de madres y de padres. Mujeres que esperaban estoicamente que volvieran sus esposos o hijos de la mar ausentes durante meses con la incertidumbre de no volver a verlos con vida (recordemos hechos como los del Cruz del Mar o simplemente que por motivos de trabajo y falta de medios falleciesen) y que sin embargo nunca se les oía una queja. Así son las mujeres de Valterra, fíjense si mi admiración hacia ellas es grande que me casé con una, aunque para ello no tuve que caminar mucho puesto que vivía en el la mismo zaguán y en la puerta de enfrente y aunque han transcurrido treinta y un años todavía seguimos juntos y enamorados como el primer día y como suelo decirle a ella, si algún día me dejas por otro, yo me voy con los dos, porque francamente ya sin ella no sé vivir. Por cierto que hoy no está aquí porque teníamos un compromiso ineludible de una boda pero ha mandado una buena representación, su hermana Lidia, la pequeña de las siete hermanas.
Ese olor que desprendían las factorías, y que a alguno les hedía, por desgracia se acabó ya que a medida que fue floreciendo la industria turística, desaparecieron las fábricas y los barcos, hoy día parece ser que solamente quedan faenando once de ellos dedicados a la pesca del atún. A través de la Federación del Metal que me cabe el honor de presidir, estamos intentando que se instalen puertos deportivos para así al menos recuperar parte de los oficios, que también han ido desapareciendo, como son los veleros, los carpinteros de ribera, forjadores, mecánicos navales, etc., será porque como les decía antes, en la calle donde nací, se agrupaban estos gremios, tales como Maestro Paco Martín el mecánico, o Sabina el Forjador, o los veleros en la Calle Jacinto Borges que tenían los talleres en Puerto Naos, donde íbamos los chinijos de la época a bañamos y tirarnos de cabeza o de botija y donde por cierto aprendí a nadar, además de una forma muy peculiar, porque te preguntaban, ¿tú por qué no te tiras?, porque no sé nadar y sobre la marcha te empujaban al agua al tiempo que decían, pues aprende y vaya que si aprendías, si no querías ahogarte.
Ya viviendo en Valterra, íbamos a bañamos, sobre todo en verano, detrás del Bacalao, en un lateral de la desaparecida fábrica de D. Antonio y a los Puentes del Charco, el Puente Chico y el puente Grande, éste, más cerca de la Puntilla, donde había que tener cuidado porque tenía un bufadero, en los que nos poníamos a jugar y se nos pasaba el tiempo tan rápido que no nos apetecía dejarlo, por eso cuando algún hombre pasaba (y digo hombre porque en esa época eran los que llevaban reloj), le preguntábamos, Cristiano ¿qué hora es? Y nos respondía la una, ¡Chacho, mi madre me mata!, y siempre había alguno que decía, Una hora más o una hora menos, la paliza te la vas a alcanzar igual, pues para el agua otra vez.
Tiempos aquellos, en los que la niñez y la juventud, giraban en tomo a lo que había, el mar, cogiendo miñoca en el Charco para luego pescar o cangrejiando, por la noche con mechones de arpillera y petróleo para coger la ya desaparecida camada de vieja. Hablando de mechones, recuerdo que en el Charco cuando vaciaba la marea por la noche el pescado se quedaba abollado y se iba con mechones a cogerlos a golpes, a «Hachar», como se decía en esa época, con un aro de barrica derecho, cuando nos tropezábamos con alguna santorra como habían tantas, se viraba arriba para recogerla al regreso y no ir cargando con ella.
Valterra, por tanto siempre fue un barrio de gentes del mar o ligadas de alguna manera a él, de hecho fueron viviendas que en su momento hizo el Instituto Social de La Marina, para los marineros y por eso precisamente, cuando ya se ocupan en su totalidad y se constituye como barrio se decide tomar como patrona a la Virgen del Carmen y aquellas procesiones que en un principio salían de la iglesia de San Ginés, una por tierra, hacia los barrios de Tahiche Chico y La Vega y otra por mar desde el antiguo muelle de Puerto Naos hasta el Muelle Chico, se empiezan a traer por Valterra de forma ya institucional.
Recuerdo de aquellas procesiones la sana rivalidad que se formó entre Valterra y La Vega, entonces se preparaban unos altares preciosos donde paraba la Virgen, en Valterra cerca de la actual Iglesia y en La Vega por el Chorro del Agua, se le hacían ofrendas y se recitaban versos por alguna niña inocente, tales como «aunque soy tan pequeñita y tengo poquita voz grito con toda mi alma viva la madre de Dios», o aquel otro más simpático, de «aunque soy tan pequeñita y no llego al altar pero sí llego a la alacena donde mi madre guarda el pan».
Recuerdo de hacer una corona de cartón y jable, pintada con purpurina, porque uno era medio mañoso y de alguna manera también colaboraba en las fiestas, para el altar de ese año y en el que casualmente la Virgen era la que hoy es mi mujer, ¡Qué guapa era, coño!, cosas del destino. Estos altares, los preparaba una joven señora que aún se mantiene igual de guapa y coqueta a sus noventa y tantos años, Elodia en compañía de otras mujeres del barrio, entre ellas mi madre quienes a pesar de sus años y sus lógicos achaques, siguen colaborando con la parroquia y con el hospital, haciendo gala de su juventud.
Más adelante y cuando se construyó la antigua casa del marino, la Virgen se traía hasta Valterra y permanecía aquí durante las fiestas, consiguiendo de esta manera que Valterra fuera el centro neurálgico de las fiestas del Carmen en Arrecife. Entonces se puso de manifiesto lo que se llamaba el barrio de abajo y el barrio de arriba, en el que como no, otra entrañable Sra., Eloísa, se encargaba de capitanear la realización del altar de esta parte del barrio que despertaba el gusanillo de la sana envidia a ver cuál era el más bonito y con ello lograban que durante las fiestas Valterra fuera un ejemplo a seguir de limpieza y belleza de los barrios de Arrecife. En la plazoleta de unión de los últimos bloques se montaba un escenario donde se hacían actuaciones musicales y se celebraba la misa, y recuerdo perfectamente como al final de esta se vitoreaba a la Virgen y se cantaba la Salve Marinera, Salve que volví a escuchar y cantar durante el servicio militar, pues me tocó Infantería de Marina, y que todos los domingos durante la celebración de la eucaristía se cantaba y me hacía recordar y añorar esos momentos vividos.
La verdad es que aunque como se suele decir yo soy de ciencias y no se me da bien aquello de hablar en público, cuando uno se pone a rememorar tiempos pasados, las imágenes comienzan a desfilar por la mente y se van agolpando los recuerdos que como es lógico después de tantos años vividos son muchos, intensos e imposible de relatar en tan corto espacio de tiempo.
Con este pregón he pretendido que los mayores retornen a su época de jóvenes y recuerden sus vivencias y que los jóvenes sepan que lo que hoy disfrutan no siempre fue así, sino que detrás de esto han habido personas como sus padres o abuelos que con grandes esfuerzos y muchos callos en las manos de tirar por las liñas, consiguieron sacarlos adelante y que merecen cariño y respeto, espero haberlo conseguido.
Me gustaría recordarles a las autoridades presentes, que este tipo de asociaciones vecinales, funcionan con personas como José Cruz que dejan parte de su vida para conseguir mantener nuestras tradiciones, de forma totalmente altruista y que estas bajo ningún concepto se pueden perder pero que para complementar su labor también necesitan de alguna ayudita, por que como dice el sabio refranero popular una ayuda es buena hasta por………………… donde cargan los camiones.
Abusando de su amabilidad me gustaría terminar este pregón con algo que siempre deseé hacer y nunca fui capaz, quizás por vergüenza o por timidez y es emular a aquellos marinos que saliéndoles del corazón gritaban durante las procesiones ¡Viva la Virgen del Carmen!, ¡Viva la patrona de los marineros!
Gracias y felices fiestas.