Estimados vecinos, autoridades y amigos, antes de nada, quiero expresar mi agradecimiento al Presidente de la Asociación de Vecinos Los Marinos, D. José Cruz y a toda su Junta Directiva por haberse acordado de mí para leer el pregón de este año. No se si responde a que de verdad me reconocen como el idóneo para ello o fue por hacerme la puñeta por algo que le pude hacer cuando era director del centro de la zona. Yo de todas maneras lo he aceptado como un honor y como un recuerdo agradecido a mis años de docencia en este barrio.
Aunque ya han pasado cuatro años desde mi jubilación, dado que no había tenido ocasión de hacerlo públicamente, antes de nada, quiero aprovechar esta ocasión para agradecer la atención que recibí por parte de la mayoría de los vecinos de este barrio durante mi dedicación docente en el CP Nieves Toledo. A pesar de los pequeños “pleitos” que pudimos tener me hicieron fácil y gratificante mi trabajo.
Cuando empecé a escribir este pregón tuve muchísimas dudas. La responsabilidad de hacerlo se me hizo muy grande ¿Que digo? ¿Hablo de la evolución del barrio hasta nuestros días?, ¿hablo de lo difícil que lo tenían los marineros?… Después de un lapsus de pánico, atenuado por una tila doble, decidí hablar del “entorno femenino” que rodea a los marineros en particular y a la mayoría de los hombres en general como verdaderas protagonista de estas fiestas y de la vida de la mayoría de los mortales: La Virgen del Carmen y las “santas mujeres”, esposas, compañeras, madres, hijas y abuelas.
Mis recuerdos de niño son muy especiales. Con respecto a las mujeres, tres figuras destacaban, mi madre, mis abuelas y mi tía. Siempre me sentí un niño afortunado y protegido. La pérdida de la madre siendo muy niño fue suplida rápidamente por mi tía que, sin haberme parido, lo fue todo. De mis abuelas recuerdo los mimos, los chocolates a escondidas, las cucharadas de la leche condensada, los bocadillos, las yemas con vino dulce Kinito, el calcio y sobre todo los besos cual metralleta que te dejaban las mejillas como un tomate cada vez que ibas a visitarlas, y eran muchas.
En cuanto a la Virgen del Carmen me acuerdo del desconsuelo que sentía, cada año, por no ir, junto con muchos amigos de la escuela de La Marina, en el barco acompañándola el día de la procesión. Todos esos barcos engalanados daban una visión muy plática y devota.
De mi vida religiosa recuerdo cuando nos confesábamos periódicamente con don Ramón y de la retahíla de pecados que ya teníamos memorizados por miedo a que se enfadara porque si los pecados eran graves, en ocasiones, tenía unas penitencias muy expeditivas.: “Dije palabrotas, tiré piedras y me peleé con mis hermanos”. Siempre lo mismo, hasta ya la adolescencia, aprovechando la llegada de otro sacerdote cambié lo de tirar piedras por “otras cosas”.
La misa de diez de obligada asistencia para todos los niños y pobre del que faltara, nos tenía a todos los chinijos censados. Las procesiones con los gastadores del ejército abriendo la marcha, sobre todo, las de Semana Santa. El encuentro de la Virgen y Jesús Crucificado era muy emocionante y cuando algún feligrés les cantaba se nos ponían los pelos de punta.
Las alfombras de sal eran de los momentos más divertidos. A los chinijos no nos dejaban acercar porque éramos expertos en caernos “sin querer” en alguna de ellas. Ya más grande solo nos querían para tirar de la carretilla y hacer los colores a golpe de pala. Llegábamos a casa con más sal que la marea. Íbamos de todos los colores.
Con los palmitos también éramos peligrosos porque más de un “jilvanazo” se llevó alguno. Después de la procesión se generaban verdaderas batallas de tal forma que aquellos palmitos todos “refistoliados” quedaban hechos ciscos.
Sobre todo, como cualquier niño de Arrecife, disfruté intensamente del mar, recuerdo los barcos de corcho pulido en las paredes con quilla de hierro y la vela latina; las travesías por las bajas a marea vacía desde la Rocar hasta el muelle viejo; la fábrica del hielo y como lo calentábamos arrastrándolo por el borde de los puentes. Las miñocas en el gofio, los cabosos, las lisas, los tamborines, los cañones del castillo, los baños en el muelle de la pescadería y en el Puente de las Bolas. La ropa mojada y las tortas con doble efecto que además de reprender secaban la ropa al instante cual secadora del estampido que nos daban.
Todo esto acabó cuando, en cuarto de bachillerato, me quedaron siete y mi tía tomó la sabia decisión de enviarme junto con mi primo a un internado a Las Palmas.
Fue a partir de este momento, en la Salle en Arucas, cuando, por la devoción lógica que esta orden religiosa sentía por la virgen, empecé a tener más noción del verdadero valor de invocarla, sobre todo, porque solo nos quedaba Ella para sentirnos protegidos y acompañados. Recuerdo que lo primero que hacía un interno, además de estar llorando como Magdalenas durante días, era comprarse un escapulario con la imagen de la Virgen del Carmen.
Todos los días rezábamos, antes del desayuno. Siempre, por razones obvias, se nombraban los santos y se leía la Biblia. Pero lo que más me gustaba era cuando llegaba el mes de mayo. Todos los días de este mes, antes de acostarnos, se hacia una ofrenda a la Virgen. Cada día con una flor distinta. Y siempre cantábamos la misma canción:
“Venid y vamos todos
Con flores a María
Con flores a María
Que madre nuestra es.
Con flores a María
Que madre nuestra es.”
Era emocionante ver niños de 13 y 14 años, lejos de sus familias, de noche, con los ojos rallados de lágrimas. Nos íbamos a acostar temblorosos como flanes.
Lo que siempre me llamó la atención fue como la Virgen María, tenía tantas advocaciones. Siendo la misma mujer como se le adoraba en los distintos sitios con distintos nombres. Es como si cada uno quisiera destacar de ella una de las infinitas cualidades que como Mujer Santa tiene. Sin duda es el personaje bíblico con mas impronta en los feligreses: La Virgen del Pino, La Candelaria, Las Nieves, Las Mercedes, Los Dolores, La Inmaculada Concepción… en unos sitios paró la lava volcánica, en otro calmó los temporales, también cuida las cosechas y la del Carmen que guía a los marinos para que regresen sanos y salvos.
Según reza la tradición, la Virgen, se apareció al santo Simón Stock mientras rezaba, el 16 de julio de 1251, cuando su Orden Carmelita sufría persecuciones y duros momentos. En esta aparición la Virgen entregó a Simón Stock un Escapulario, símbolo que se convertiría, a través de la historia, en una señal de compromiso cristiano, no sólo para los carmelitas, sino para todos los fieles.
“Este debe ser un signo de salvación y privilegio para ti y para todos los carmelitas: quien muera usando el Escapulario no sufrirá el fuego eterno”, fueron las palabras de María.
Fue al volver a Lanzarote, después de once años fuera de esta isla, destinado al C.P. Nieves Toledo, cuando redescubrí la otra parte femenina, la terrenal. Evidentemente no eran vírgenes pero, para mí, después de haberlas conocido y tratado, tienen la consideración de inmensas las mujeres-esposas, las mujeres-madres, las mujeres-abuelas y las mujeres-alumnas que conocí aquí.
En los primeros cursos mi relación con las madres de los alumnos solo se ceñía al clásico intercambio de opiniones con respecto al devenir de los chicos con sus estudios. Lo que hacían, los “desinquietos” y los que no veían el libro ni en foto. Ya empecé a tomar, desde ese momento, conciencia del grado de implicación de estas mujeres con la educación de sus hijos.
De director descubrí la importancia de contar con la colaboración de varias mujeres que me hicieron el trabajo muchísimo más cómodo. Tanto en el Equipo Directivo como en la Asociación de Padres como en el Consejo Escolar como en el Claustro de profesores donde eran mayoría aplastante.
Con las madres y abuelas de los alumnos amplié el espectro y empecé a conocer mejor la forma de ser de las mujeres de la zona. Mujeres muy preocupadas por sus hijos. Mujeres acostumbradas a trabajar que hacían de todo. A las 8 el niño a la escuela, luego el trabajo, regreso a buscar al chico o a la chica, comida en casa, actividades extraescolares y, en muchos casos, hasta les daba tiempo para ensayar en las murgas.
Mujeres animosas, sin duda. Las primeras en participar en las fiestas del centro tanto haciendo disfraces como preparando comidas para la fiesta de los alumnos de 8º que hacíamos cada año, en el centro socio-cultural. Recuerdo especialmente los concursos de postres el Día de Canarias. Me ponía como un bombo, bueno, más de los que estoy.
Las fiestas de carnaval donde todos nos disfrazábamos. Yo siempre de mujer claro está. Creo que buena parte de culpa de que este barrio tenga la mayor cantidad de buenas murgas la tuvo el colegio. Suele pasar siempre que los pueblos o barrios, en los momentos duros, cuando se pasa mal se suele contrarrestar con un comportamiento alegre, con música y algún chiste picarón de vez en cuando.
Una anécdota simpática que me sucedió con una abuela de un alumno: Una tarde de exclusiva en la que se había programado una visita de padres, una señora entra en el centro. La observo y me pareció que estaba un poco perdida entre tanto pasillo y escalera.
-¿Señora buscaba a alguien?, pregunté
-Si, mi niño, al director.
-¿Al director, señora?, pues lo tiene aquí delante, soy yo.
Se me quedó mirando, muy seria, al ratito dijo:
-Perdón, pero pensé que hablaba con el portero.
Yo me reí por la ocurrencia pero la pobre toda apurada intentaba justificarse y con los nervios remató diciendo:
-“Es que con esos pelos y la camisa por fuera no pareces otra cosa”.
Luego no vimos muchísimas veces, y siempre al recordar ese momento nos intercambiábamos una sonrisa. Una mujer entrañable.
Ni con ellas, ni sin ellas decía mi padre. Yo después de lo vivido con mi “entorno femenino”, del privilegio de estar rodeado de grandes mujeres que siempre han estado y están ahí, en todos los contextos y momentos de mi vida, digo que siempre con ellas.
Bueno toca despedirme. Ya lo dice el refrán, lo breve si es bueno, dos veces bueno y si es malo, que alivio, ya se acabó. Espero no haber sido muy pesado. Agradecerles su atención, reiterar las gracias por nombrarme pregonero de estas tradicionales Fiestas del Carmen a la Directiva de la Asociación de Vecinos Los Marinos, de Valterra. Espero que disfruten de las mismas y termino leyendo un poema, sobre la Virgen del Carmen.
¡Cargadores de la Isla
mecedla con suavidad,
que lleváis sobre los hombros
a la Reina de la Mar!
Cargadores de la Isla:
ésa que vais a sacar
es la Virgen marinera,
que huele a marisco y sal;
La que llamaban Señora
y Capitana, al rezar,
los abuelos que tenían
claras almas de cristal
bajo la recia envoltura
de sus capotes de mar;
La que apacienta las olas
los días de tempestad;
La que esta tarde de julio
el crepúsculo honrará
colgando nubes de grana
por los balcones del mar.
Yo la vi que estaba triste
la Señora, en el altar.
Su rostro llenaba el lirio
de una palidez mortal.
— ¿Qué te pasa, mi Señora,
Capitana de la mar,
que más que Virgen del Carmen,
pareces de la Piedad?
—Tres años hace, tres años,
que me estoy sin ver la mar,
sin oler las algas verdes
y sin ver la claridad.
¡Mis hijos, los de la Isla,
ya no me quieren sacar!
—No lloréis, Señora mía,
que dice un viejo refrán
que la fortuna y el sol
igual vuelven que se van.
¡Cargadores de la Isla,
marineros de la mar!:
La Señora estaba triste:
si la queréis consolar,
cuando la saquéis, mecedla
de esa manera especial,
hecha de tango y ternura
y de vaivenes de mar,
como se mecen los santos
desde los Puertos a acá,
¡como no saben mecerlos
en ninguna parte más!
Tú, cargador, que no sabes
rezar la Salve, quizás:
si cuando lo saques, meces
el paso con buen compás,
aunque no sepas la Salve,
Dios te lo perdonará…
¡que mecer así a la Virgen,
ya es un modo de rezar!
¡VIVA LA VIRGEN DEL CARMEN!