POR MURGA LAS INTOXICADAS
Buenas noches a todos y a todas y muchas gracias por acudir a este acto solemne de inauguración de las fiestas de la Virgen del Carmen, patrona de Valterra.
Permítanme felicitar en primer lugar a los vecinos y a las vecinas del barrio, que se convierten en los grandes protagonistas de estas fechas. Sin ellos, sin su participación, sin su colaboración y apoyo, sería imposible sacar adelante las celebraciones.
De esto sabe mucho la Comisión de Fiestas, a quien agradezco enormemente que haya designado a la murga las Intoxicadas, y a mí en su nombre, para dar el pistoletazo de salida a nuestras fiestas, con el pregón.
Es un enorme honor.
Como lo es recibir en nuestra plaza a las ilustres autoridades que nos acompañan: muchas gracias al concejal de Fiestas y al resto de políticos que hoy nos acompañan…
Y por supuesto, al párroco de Valterra, Juan Antonio, que nos ha facilitado información sobre la Virgen del Carmen, que me gustaría compartir con ustedes:
El nombre de Carmen viene de Monte Carmelo o «viña de Dios», que está en Tierra Santa. Según el Libro de los Reyes, allí vivió el profeta Elías con un grupo de jóvenes, dedicados a la oración.
Corría el año 300 antes de Cristo y una gran sequía asolaba la región. El profeta subió a la montaña a pedir lluvia y divisó una nube de luminosa blancura, de la cual brotaba el agua en abundancia. Y comprendió que la visión era un símbolo de la llegada del Salvador esperado, que nacería de una doncella inmaculada, para traer una lluvia de bendiciones.
Desde entonces, aquella pequeña comunidad se dedicó a rezar por la que sería madre del Redentor, comenzando así la devoción a nuestra Señora del Carmen, o Carmelo.
La vinculación de la Virgen del Carmen con los marineros arranca en la Edad Media, época en la que creían que María significa «estrella del mar», en latín «Stella Maris». Desde entonces, muchos carmelitas han aclamado a María como la flor del Carmelo y la Estrella del mar.
En España, fue el almirante mallorquín Antonio Barceló quien, en el siglo XVIII, impulsó la celebración del día del Carmen entre la marinería a su mando. A partir de entonces, se sustituyó de forma progresiva el patrocinio de San Telmo por el de la virgen del Carmen.
Voy a contarles también un hecho, situado entre la historia y la leyenda, que tiene que ver con nuestra patrona:
En el verano de 1845 el barco inglés “Rey del Océano» se hallaba en medio de un feroz huracán. Las olas lo azotaban sin piedad y el fin parecía cercano. Un sacerdote protestante, junto a su familia y el resto de pasajeros, subió a cubierta para suplicar misericordia y perdón.
Entre la tripulación se encontraba un marinero irlandés que llevaba el escapulario de la Virgen del Carmen colgado al cuello. Ante la gravedad de la situación, el joven abrió su camisa, se lo quitó y tras hacer la señal de la cruz, lo lanzó al océano.
En ese instante, el viento se calmó. Solamente una ola más llegó a cubierta, trayendo de vuelta el escapulario, que quedó depositado a los pies del muchacho.
El ministro protestante fue testigo del milagro. Tras conocer acerca de la santísima Virgen, el sacerdote inglés y su familia resolvieron ingresar en la Iglesia Católica y así disfrutar de la protección del escapulario de Nuestra Señora.
La imagen de la Virgen del Carmen ha presidido mi infancia, como la de tantos vecinos y vecinas de Valterra que, como yo, esperábamos cada año con ansiedad la llegada de las fiestas.
Una semana antes del 16 de julio, los pescadores volvían a tierra para compartir esos días tan especiales con las familias y participar en las procesiones. No podemos olvidar que Arrecife nació alrededor de un puerto y el Charco, el Lomo, Tahiche Chico, Los Alonso y Valterra están en los orígenes de la ciudad.
Los hombres del mar nos traían su alegría por la vuelta al hogar. Hasta los pequeños detalles, como la parada obligada en casa de Joaquina para un vasito de vino, una cerveza o la compra de aquel tabaco de entonces, Rumbo, Progresos Kruhger, Flor de Fuentes con y sin filtro se convertían en un acontecimiento.
A todos ellos, a los que siguen entre nosotros y a los que ya no están, quiero mandar un mensaje emocionado. Nos dieron lo mejor que tenían y permitieron sacar adelante una sociedad en condiciones muy difíciles…
Recuerdo como si fuera ayer el olor de los camiones de pescado, que en esos días trasladaban las capturas de las embarcaciones que volvían a casa, dejando un reguero de agua salada, acompañados de bandadas de gaviotas.
Y si el aroma de ese pasado a mar y a salitre está arraigado en nuestra memoria, igual lo está el sonido de las banderas de papel con las que decorábamos las calles del barrio y que hacían una música especial, agitadas por el viento desde buena mañana.
La elaboración de las guirnaldas de banderas era, junto a la llegada de los hombres del mar, los primeros síntomas de que las fiestas se acercaban.
Muchos de ustedes recordarán cómo pegábamos los papeles de colores a los metros de hilo, con una mezcla de harina y agua, y los colgábamos desde las azoteas a los zaguanes por el hueco de la escalera, para que secaran. Pero no engalanábamos las calles con ellas hasta la tarde anterior, para evitar que el viento las arrancara.
Para comprar los materiales, los más jóvenes pedíamos la colaboración de los vecinos, casa por casa. Todavía recuerdo cuando una vecina me acusó, con tono de broma, de estar juntando perras para unos zapatos nuevos para San Ginés.
Cuando el barrio estaba a punto, los hombres acudían a la parroquia de San Ginés para recoger la imagen de la Virgen del Carmen y trasladarla a Valterra, donde se custodiaba en la Casa del Marino, -hoy moderno ambulatorio y entonces pequeño centro de atención médica-, lugar donde también se celebraban las misas.
No fue hasta el 16 de julio de 1978 cuando tuvimos nuestro actual templo. Aprovecho la oportunidad que me da el pregón para recordar la figura del párroco Pedro Armas, quien puso la primera piedra de la Iglesia de Valterra y como muchos de los vecinos del barrio, trabajó duramente para levantar el edificio, que posteriormente inauguró.
También la actual imagen de la Virgen es distinta de la que salía en procesión en mis tiempos de niña, pues como ya hemos comentado, pertenecía a la parroquia de San Ginés. Y es verdad que, aunque nunca lo hemos hecho, nos gustaría algún año traer la antigua imagen al barrio y-sacar a las dos a bendecir nuestras calles y nuestras aguas.
Pero volvamos al barrio y al momento más importante de las fiestas, las procesiones terrestre y marítima.
La devoción de los lanzaroteños por la Virgen del Carmen siempre ha sido enorme y cada año se reunían multitudes de gentes, llegadas de toda la isla, para participar en los actos. Hoy son varias las localidades y municipios donde rinden homenaje a Nuestra Señora, como La Tiñosa, Arrieta, La Graciosa o La Villa de Teguise.
Recuerdo que a la salida del cortejo regábamos las calles de tierra, para que el camino estuviera fresquito. También hacíamos alfombras de sal a la salida de la virgen.
La banda de jóvenes de la OJE acompañaba la procesión y los vecinos lanzaban flores desde las ventanas y balcones Un día antes, los marineros enramaban con hojas de palma y banderas de colores un trono, en el barco que llevaría la imagen por mar, desde Puerto Naos hasta el muelle viejo, acompañada de múltiples barcos que ya hoy en día no están. Recuerdo que antes de desembarcar hacíamos la parada de ofrecer a los marineros fallecidos.
Pero antes de embarcar, la procesión terrestre hacía una parada en el Hospital Insular, donde pacientes y familiares elevaban sus plegarias y recitaban poesías.
Una vez finalizada la travesía marítima de la imagen, se depositaba en la boca del muelle, donde al ritmo de rondallas, se realizaba la ofrenda y venían gentes de otros municipios. Después, Nuestra Señora volvía junto a San Ginés, hasta el año siguiente.
Otra de las tradiciones asociadas a la procesión era el montaje de altares, al paso de la comitiva.
Le debemos aquel entrañable espectáculo al empuje y energía de Elodia y Eloísa, quienes, con la colaboración de Pepa, Mari Nieves y Virgilio, organizaba a los pequeños y diseñaban la escena.
Siempre, con el apoyo inestimable de los marineros Vicente, Antonio y Segundo, eran tres hermanos del barrio.
Para quien no llegara a conocer los altares, les diré que bajo la dirección de un adulto, niños y niñas del barrio componían una escenografía de contenido religioso, donde lo más habitual era encontrar escenas con la Virgen del Carmen, ángeles, niñas vestidas de comunión y chinijos ataviados de marineros.
La procesión se detenía ante los altares y uno de los pequeños actores recitaba una oración o un verso.
El contraste entre las vestiduras blancas y las fachadas moradas de las casas sigue impreso en mi memoria, como en la de muchos vecinos de aquella época.
Los que entonces éramos niños recordamos también los juegos que se organizaban para nosotros: las carreras de sacos, las sillas musicales, la cucaña, la cogida de cintas en bici o una gymkhana que abarcaba todas las esquinas del barrio.
En una esquina, debíamos enhebrar una aguja. En otra, pelar un huevo y llevarlo con una cuchara en la boca hasta la esquina siguiente. En otra, encestar un balón. En otra, encontrar una moneda en un balde lleno de harina, con las manos en la espalda…
De la organización se encargaba Pepe Cedrés, de la Puntilla, a quien todos conocíamos como «El huevo», muchos de ustedes lo recordarán.
Desde entonces… ¡cómo han cambiado nuestras fiestas! Con los tiempos modernos llegaron los playbacks, certámenes de la canción, verbenas del agua y de la espuma, concurso de misses…
En el pasado, el barrio contaba también con otros personajes que, aunque venían todo el año, cobraban especial protagonismo en esos días.
Eran Paco y Acuña, que nos traían los helados al corte cada domingo y en fiestas. O Marcelino el fotógrafo, a lomos de su Vespa, que inmortalizó nuestra vida cotidiana a través de su objetivo. O Contreras y su puestito de golosinas, pipas, chuflas, chicles de Bazoka… que en cualquier esquina nos lo podíamos encontrar.
Recuerdo también el antiguo parque, había uno por cada grupo y en cada parque había seis bancos de piedra, unos pequeños jardines que en el medio de uno de los bancos que daban a la carretera en las esquinas había un farol.
Como no, recordar cuando los coches pasaban, el ruido de los camiones por medio de las casas. Recuerdo como a la hora de terminar de almorzar pasaban dos señoras: Susa y Lola a recoger las sobras de las comidas para llevárselos a los cochinos. Que los tenían en el llano donde están las naves de la trasera donde actualmente tenemos la comisaria de la policía nacional. Había un hoyo y ahí estaban los cochinos o cerdos.
Después, recuerdo al igual que algunas de las que estamos aquí presentes cuando íbamos caminando a Tío Pepe, aquel muñeco de Osborne de madera que estaba situado en un aljibe en un morro de arena, allí pasábamos nuestros ratos e incluso nos llevábamos nuestra merienda.
Y que recuerdo tan especial cuando llegaron a la fábrica unos padritos misioneros, salían al parque y nos reuníamos con ellos, hacíamos asambleas en cada banco del parque ¡que recuerdos aquellos! Y no olvidarme cuando en este barrio no teníamos parroquia y vino el señor vicario a confirmar a todos aquellos jóvenes del barrio, aquí en el parque.
Y por último y no menos importante: ¿quién no se acuerda de Ramón? Que venía con su burrito y los bidones de agua a venderla…y también de Tilo que venía a la barriada con su cuba a llenar los aljibes y no poco trabajo hacíamos ya que muchas teníamos que guindar desde las ventanas y de los balcones ya que las viviendas de abajo tenían su aljibe en el patio.
Pasan los años. Las modas y costumbres cambian, pero la devoción permanece. Y así, cuando ha transcurrido media década desde mis recuerdos más tempranos a nuestros días, me hace muy feliz ver que algunas tradiciones siguen intactas. Y espero que lo hagan para siempre.
Como la alegría del repicar de las campanas de nuestra parroquia a las siete de la mañana del 16 de julio, que nos avisa de que ha llegado el día de la santa patrona. Muchos de nosotros saltamos de la cama y nos reunimos en la iglesia para entonar la Salve marinera y rezar el rosario de la Aurora. Es emocionante.
Igualmente emocionante me ha resultado este viaje al pasado, para compartir con ustedes mis recuerdos de las fiestas del Carmen y de mi querido barrio de Valterra.
Vuelvo por tanto a dar las gracias a la Comisión de Fiestas por designar a la murga Las Intoxicadas como pregoneras de este año. Y a mis compañeras, por elegirme a mí. Nunca pensé que me dispensarían este honor, dar el pregón de mi barrio.
Muchísimas gracias a todos por su atención y buenas noches.