(Trabajo para ser leído en la emisión especial que Radio Las Palmas dedicó a Lanzarote
Fuente: Antena del martes, 24/08/1954
ARRECIFE EN FIESTAS
En la banda de sotavento de esta nave de la isla de Lanzarote que por el Atlántico parece navegar al impulso de su brisa perenne y por el fragor de sus hornos encendidos en las entrañas de los montes de Timanfaya, Arrecife dormía el sueño dulce de la molicie africana, con la paz del cercano gran desierto, con el fatalismo de ese frontero continente bajo el símbolo de la media Luna, con la parsimonia del andar taciturno del dromedario. Así vivió Arrecife sus primeros lustros de capital de la isla, jugueteando con el mar por sus arrecifes y por sus islotes.
Un día, y ¿qué día?, Arrecife se sintió aguijoneado por la inquietud del mundo y despertó del sueño, miró al mar y a él se lanzó a buscar una vida inquieta, un tanto aventurera, muy incierta; pero Arrecife la afrontó valiente, constante, decidido. Tendió sobre las olas mansas de su mar tan bueno, tan quieto, tan azul, las tablas repintadas de sus barcos en todos los colores y sobre ellas y al impulso de las velas, primero –de los motores después– mandó a sus hombres a la conquista del mar en sus tesoros, a la conquista de las primeras trincheras de las fortalezas del mundo en su concierto. Y Arrecife, que ya parecía brotar del mar al llegar a él, sobre el mar se levanta y sobre las quillas se asienta, pendiente de su pesca, con su visión única y reticulada por las artes que a ella dedica, con el sabor salino y con la cosa pulimentada plástica, de las escamas brillando al sol. Así es el Arrecife del mar.
Lanzarote ha hecho en este medio siglo el milagro de sus arenas y ha creado una agricultura única, diferenciada cien por cien, y ha hecho la alquimia de su producción en las negras arenas volcánicas, en los detritus mismos del catolicismo de los siglos pasados, y ha hecho producir a las arenas blancas, a las arenas desérticas y Lanzarote se levanta en Arrecife y crea su capital, amplia y ambiciosa en extensión y con sus tímidos conatos de embellecimiento que por aquí y por allí, como pinceladas alegres y risueñas, nos sorprenden. Lanzarote busca su exponente en su capital, de un modo inconsciente quizá, pero lo busca y empieza a exigir que se le cuide. La isla es, quiere ser, trata de ser y necesita, personificarse, representarse. Arrecife es la ciudad que crece y que se afana como el exponente de los Lanzarote -marino e industrioso- y de un Lanzarote salinero y agrícola; e ya la genuina capital lanzaroteño.
De su tradición, de su misma sencilla vida, su fiesta de San Ginés viene a ser el ayer suyo que Lanzarote recoge hoy para avanzar en el vivir, para dar la nota grande de su ascenso urbano, de su salto demográfico, para que el Arrecife de ahora se muestre en la plena belleza de su vida afanosa y marinera, a los que a él vengan. Y sus puertos y sus radas se llenan de barcos que elevan al cielo los mástiles tambaleantes al arrullo de la resaca, como antenas que siempre quisieran sondear lo incierto del cosmos para proteger a los nuevos artefactos que, por el bullir fragoroso de sus entrañas mecánicas, se mueven, despreciando al viento único y constante de esta isla.
Lanzarote juega hoy ya el papel de la cosa atractiva y de la cosa rara y enigmática, por su vulcanismo asombroso, por la belleza de sus paisajes lunares de las Montañas del Fuego y de El Golfo, por el milagro agrícola de sus arenas; en la vida turística del Archipiélago Canario, y a la claridad diáfana de sus días, agrega la tibia quietud de las noches de Arrecife, que se llenan de cantos de música, del alegre gritar de la multitud entregada al torbellino de los carruseles y del cadencioso discutir de las danzas, conjugadas con los chispazos y estallidos de las tracas y los chillidos de los altavoces verbeneros en las grandes fiestas canarias de los días de San Ginés de Arrecife de Lanzarote.
Y en estos días de agosto, cuando el estiaje hace que los campos de Lanzarote den el fruto jugoso de sus uvas de fuego y cuando de la mar han vuelto los hombres que allí recogieron el tesoro que Neptuno guarda en su inestable elemento, el Arrecife alegre se viste de fiestas y abre sus puertos, sus calles, sus ribereñas vías, para que las canarias tengan el exponente alegre de una de sus islas que en lucha ruda, ha conquistado su vivir, que lo alegra con el grito verbenero y lo arrulla con sus valientes isas y con sus dulces folias. Arrecife celebra su gran fiesta canaria de San Ginés, volcando en ella la cosa pura, blanca y limpia de su sal y la cosa vaporosa y el ensueño ardiente de sus vinos, prendidas en las notas arrancadas al resguear del timple conejero.