POR ANTONIO LÓPEZ SUÁREZ
Ya suben de la mar los marineros. Ya deja el campesino la volcánica joroba del camello y el negro enarenado de la tierra y baja hacia la orilla. Es que la alegre gaviota de la Fiesta se ha posado sobre el Puerto de Arrecife.
La Capital de la Isla se enciende, se hace luz, se llena de cálido amor a su Patrono y se inunda, cada 25 de agosto, de amplia canariedad, de plena insularidad.
Pregonar un «San Ginés» es asomarse a todos los rincones de las Islas y vocear la tradición de la fiesta arrecifeña, es decir al extranjero que, para él, tiene un marcado interés. Ese interés turístico, declarado por el Ministerio correspondiente.
El hombre de Lanzarote vive pegado al mar y pegado a la tierra. Duro mar y dura tierra. Sabe de largas jornadas de trabajo, de agotadores días de sacrificios. Y por eso espera la Fiesta.
¡La Fiesta! Cuanto encierra esta palabra. Es la evasión del trabajo cotidiano. Es la sana alegría de cada año. Es el tropiezo amistoso con alguien a quien no hemos visto desde el pasado San Ginés. Es el encuentro de los niños con las marionetas, los «cochitos» o los gigantes y cabezudos, nuestros «papahuevos”.
Pero también está la tensa espera de saber quién va a ser proclamada por guapa: la Reina. La visita en nuestro hogar del pariente que viene cada año.
¡Es tanto «San Ginés»! Es también la tristeza por aquellos que, por el camino de la muerte, nos han dejado en el último año y a quienes ya no veremos ni en el paseo, ni en el parque, ni en las sociedades, ni en la iglesia, pero que pasearán junto a nosotros en la melancolía del recuerdo.
La Fiesta de San Ginés. Desvelo municipal. Trabajo del Ayuntamiento. Entrega de los concejales. Jornada apretada para el Alcalde. Problemas, más problemas. Pero todo se hace para que el pueblo sea altamente feliz unos días. El pueblo, la Isla toda lo merece.
Y en el centro de todo, el Patrono: San Ginés. Obispo y santo. Entre arrullos de armonio y perfumes del incienso, allá en lo alto de su trono, recibirá el homenaje entrañable de su pueblo. Y saldrá a recorrer las calles, las plazas, las avenidas nuevas de esta Marina Arrecifeña, que crece en progreso y belleza.
¡Venid a Arrecife! ¡Subid de la mar, marineros, a vuestra fiesta! ¡Bajad, campesinos, de los campos al «Puerto»!
¡Que la Isla toda se haga orilla alegre y festera!
Y cuando termine, cuando la turronera encierre la fiesta en su caja para irse y llevársela, quedará una nostalgia de timples mudos en la última madrugada de San Ginés de 1971. .. y se comenzará a soñar con el próximo San Ginés.