Pregón de San Ginés 1984

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POR  ALFREDO HERRERA PIQUÉ

Alfredo Herrera Pique 1984

(Fuente: LA PROVINCIA 22-Agosto de 1984)

Un mundo nuevo para el viejo mundo

“Del magnífico pregón de las fiestas, de Alfredo Herrera Piqué, que consta de 24 folios, vamos a transcribir el primer capítulo lleno de poesía y contenido metafórico. Dice así: «Lanzarote tiene un suelo negro y rojo venido de dentro, surgido de las ígneas entrañas del volcán. Sus tierras son espumas petrificadas de un mundo desaparecido: esqueletos geológicos de terribles energías que alcanzaban el vértigo, la detonación y el silencio.

Cascadas de sangre discurren por sus campos ateridos. Hay eternidades selladas de lávica pura. Lanzarote es como un momento interrumpido en la formación de un nuevo astro. Una tierra muda que aún espera la caricia de nieves escarchas y el rumor de resplandecientes arroyos.

El sol forma parte de la tierra lanzaroteña: es el techo de un mundo convulsionado, un torrente dorado sobre lavas cenicientas, un ardiente beso cósmico que cristaliza en la tierra tibia del Timanfaya. Lanzarote es crepúsculo permanente. En la Cueva de los Verdes se petrificó la luz. Un viento de otras edades azota la isla desde siempre. Ante su frenético torbellino se arrodillan los secos arbustos y se extravían las pálidas flores. Es el África cercana que sopla sus viejos milenios. Secretas unidades eólicas se deslizan sobre las recónditas playas y desvelan las misteriosas estribaciones del soñoliento volcán, aullando pentagramas extraterrenos como la lejana llamada de un astro perdido. Un permanente ejército de alisios desnuda las superficies lávicas, aflorando lapizlázulis y olivinas…

La Graciosa es como una gota blanca de rocío en la alborada. En Famara, el vuelo de las aves marinas entona sinfonías de infinitos silencios. En Papagayo, la blanca arena se lanza a la búsqueda de superficies azules. En La Geria, el trabajo secular del paciente campesino ha transformado lavas letales en manantiales de vida. Muy cerca resplandecen los arabescos de cristal de Janubio. En Haría, las palmeras encienden esplendorosas esmeraldas; y los pueblecitos blancos, sembrados aquí y allá por los campesinos, son pulcros mojones de la esforzad a presencia del lanzaroteño en una tierra dura e inhóspita.

Como ojos sin luz, las barcas parten en la noche desde una playa abrigada. Una gélida cruz índica el temblar de las rocas marinas entre remolinos de blanco y turquesa. Los pescadores barruntan los devotos semáforos, y, ávidos de espacios, enfilan hacia donde desaparecen las tinieblas del hambre y la marginación. En el puerto de Arrecife, donde los pesqueros chapotean las aguas mansas, se escuchan hablas del Norte; hablas de lejanos países: Lanzarote es un mundo para el viejo mundo”

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