Pregón de San Ginés 1990

 

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POR  CÉSAR RODRÍGUEZ PLACERES

Cesar Rgez PLaceres
Tener los pies en el futuro

Ilustrísimo Sr. Alcalde
Dignísimas autoridades
Ciudadanos del Puerto del Arrecife: Porteños y Porteñas
Buenas noches

¡Madre mía, cómo pasa el tiempo! Ya estamos de nuevo en los «sangineles», y parece que hace nada que acabaron los del pasado año. Ya siendo joven se previno un admirado tío sobre cómo cambiaban con la edad las sensaciones sobre el paso del tiempo. De niño, me dijo, «un año parece una eternidad, de adolescente pasan cada vez más rápidos, y de adulto se te van de las manos con una velocidad asombrosa, que parece aumentar con cada cumpleaños».

A uno le da vértigo esta sensación, casi tanto como la de los acontecimientos, mundiales y de Canarias, de que estamos siendo testigos, fundamentalmente en este último año, pero también en los anteriores. Sin duda tienen razón los analistas y agoreros que afirman que asistimos a una época histórica casi sin precedentes.

Para mí, y durante mucho tiempo, la llegada de los «sangineles» marcaba la necesaria etapa anual de reflexión y replanteamiento vital. El final de las Fiestas suponía prácticamente el final del período vacacional. Con él nos esperaba el nuevo curso académico o el trabajo.

Y este año, la reflexión sobre el Puerto del Arrecife quizás nos lleve a casi todos a una misma y positiva valoración, ante todos los graves problemas del futuro, en la isla, de Canarias y del Mundo, el municipio da respuestas esperanzadoras.

Hace muy pocos días, Sir Ralf Dahrendorf, prestigioso decano del St. Antony’s College de Oxford, declaró lo siguiente: «Creo que el mundo de los noventa va a tener que hacer frente a tres problemas globales: el medio ambiente, la división ricos-pobres y los conflictos regionales». Pienso, honestamente, que todos ellos, y el «pleito insular», problema tan lamentablemente endémico de nuestro Archipiélago, son afrontados por el pueblo de Arrecife con notable acierto.

No basta en esta época con «tener los pies en la tierra». El vertiginoso desarrollo de acontecimientos de trascendencia mundial hace que ahora, más que nunca, sea necesario adelantarse al futuro, proyectarnos hacia él. Como decía, tan acertadamente, Carmen Delia Leal, es fundamental para todos, y a todos los niveles, «TENER LOS PIES EN EL FUTURO».

Afortunadamente, en Lanzarote contamos con bastantes personas que todos los días intentan poner sus pies en el futuro. Son gente como Agustín de la Hoz, César Manrique, «el gran César», José María Espino, Ginés Díaz,… y algunos más, que ya irán saliendo en la conversación. Digo bien, «en la conversación», porque de ella, de la que sostienen casi todos los días, les voy a hablar con frecuencia a partir de ahora. Bien es cierto, tengo que confesarles, que a veces dudo de que esos encuentros tuvieran lugar de verdad ¿Los soñé?, ¿tal vez los deseaba?.. ¡Yo que sé! De todas formas, tampoco creo que sea tan importante saber si fueron una realidad, un sueño o un deseo.

Recuerdo muy bien, como si fuera hoy, la conversación que mantuvieron en 1987, a la salida del pregón de Mario Alberto Perdomo, otro de los habituales de la tertulia. El final del pregón había sido todo un número. San Ginés había salido disparado a buscar la Fiesta, una auténtica fiesta marinera, que rescatara el auténtico sabor del Puerto. «Tiró el bastón grandote, se arremangó las faldas y allá va, callejón abajo… Atrás dejó el gorro obispal, ese puntiagudo… Tras él, José María,… Celso, Antonio y Fefo cerraron la Casa de la Cultura. Calle abajo van -vamos todos-, tras el obispo y el alcalde, a ver quién llega primero».

Todos estaban de acuerdo con Mario Alberto. Había que «rescatar el auténtico sabor del puerto, al cogotazo limpio; desempolvar archivos y bibliotecas, construir nuestra historia para volver a saborear el auténtico San Ginés».

Agustín de la Hoz, que se había definido como «hombre libre enamoradísimo del mar», nos contó de su libro inacabado sobre el mar, el barco y los conejeros. Y nos insistía sobre lo poco que se ha hablado del mar en la literatura lanzaroteño. Se lo sabía todo, y nos lo contaba con pasión:

«Nació, pues, Arrecife, puerto primero y después ciudad. Nació poco más tarde de la arribada de don Juan de Bethencourth y ya, en 1477, las naves de Diego de Herrera avituallan y cargan materiales que transportan a la costa de Mar Pequeña, para construir allí una torrefactoría, pues habían perdido la de «Añazo», en Tenerife, saliendo de Arrecife el año 1478 por lo que el Puerto resulta ser el único histórico puente del que España se valió para clavar por vez primera en territorio del África «conocida» el Pendón de Castilla. Por esas fechas Arrecife era ya familiar a los navíos que hacían mercadería de negros en Senegambia y la Guinea, carabelas piratas las más que consideraban a Lanzarote como cierta base desde donde controlar toda la costa africana, amén de capturar majos aborígenes, ya que en una sola razzia se llevaron un gran cargamento de canarios».

Cuando uno escuchaba estas cosas se asombraba aún más del silencio y la mentira con que se ha cubierto, y se sigue cubriendo, la relación de Canarias con África, tan evidente a lo largo de la historia.

Y continuaba Agustín, sin parar:

«Después del Descubrimiento -o Encubrimiento, como dice el Taller Canario de Canción-las carabelas piratas se prodigaron más que nunca en la bahía de Arrecife, las más de las veces «con piel de cordero», cuyos antojaban ser «honrados» mercaderes, cuando en verdad no eran sino negreros y ladrones venidos al Puerto para ofrecer la triste carga a los representantes de las poderosas firmas peninsulares dedicadas a ese género de comercio, y que a su vez tenían delegaciones en diversos puertos de la ruta afroeuropea».

Una especial emoción embargaba a Agustín cuando nos hablaba del desmedido apego a la tierra del «roncote» o «costero»:

«Los mismos roncotes parecen frutos que brotan del árbol trepidante de los barcos, y son esos hombres quienes nunca aprenden a olvidar lo que les sugiere la tierra, a pesar de que sea la mar su sino intransferible … Acaso ese «sino» del mar propugne en el roncote su desmedido apego a la tierra, y quizás por esa misma causa los hombres de Arrecife hayan hecho rito y religión de aquellos báquicos y alegres carnavales de Las Cuatro Esquinas, hervidero humano ataviado de máscaras de «buche» al estilo del país, con montera del airón y cintas multicolores. ¡Con qué ganas gritaban hembras y varones, satisfechos de vivir y de gozar! Era que ellas y ellos muy bien sabían que, a la fugaz y parrandera presencia de los roncotes, sucedería la sorda ausencia cuando la flota singular rumbeara hacia la bahía del Galgo, península de Río de Oro y Angra de Cintra. En esos linderos saharianos, el marino de Arrecife, soportando sirocos y galernas, añora la tierra propia, porque durante varios meses ve costas ajenas, vedadas a su expansión muscular, estrictamente ajustada a la eslora y manga de sus respectivas embarcaciones. ¡Por eso sueña el blanco caserío donde hizo nido de amor sin limitaciones! Y le asalta el recuerdo de su isla querida cuando lava la reciente abierta carne de corvina, soñándose él en el tálamo lejano, fatalmente trocado en la «costa », o «canal», por hediondas piras de salpreso. Porque es curioso, el marinero de Arrecife no ha aprendido a ser disconforme como el campesino que emigra hacia otras tierras, sino que, al contrario, resulta incapaz de ausentarse por mucho tiempo ¬de sus barcos. Lo que sucede al roncote es un infantil apego a la tierra nativa, que cree ser su único derecho a la libertad, aunque ésta sea de treinta días. De ese «apego» el marinero de Arrecife hace su encono y su esperanza, entrambos leves, es natural, pero que saborea día y noche hasta hacer hitos de sueño mirándose las manos ulceradas mientras engulle los «pianos» y el gofio de su triste rancho en frío. ¡Cómo sueña despierto el marinero lanzaroteño! ¡Qué hielo de soledad experimenta su soma ensalitrado sin el palpo de la hembra cariñosa!

¡Qué bien hablaba y escribía, habla y escribe, Agustín! ¡Qué personalidad, y qué obra, fuera de serie! ¡Qué porteño tan irrepetible!

Hace algún tiempo, Fernando Gómez Aguilera nos lo retrataba con maestría:

«Toda su trayectoria vital es un compromiso áspero, desafiante y sólido con la insobornabilidad de su condición. Hombre tan apasionado como garduña, vuelto hacia sí y deseoso de que, en justicia, le fuera reconocida su obra, despreció prebendas y elevó su orgullo, incluso más allá de la soberbia, dolido hasta la sangre de que su sacrificio intelectual fuera ignorado y menospreciado.

En más de una ocasión confesó que en los comienzos creyó que su verdadero camino se encontraba en los rumbos de la creación literaria, pero que la toma de conciencia de la desangelada situación del patrimonio histórico y antropológico de Lanzarote le hizo variar el rumbo y centrar su labor en recuperarlo y con ello rescatar los fundamentos de la identidad colectiva del pueblo. Así, como un doloroso sacrificio, entendió su labor, tejida de renuncias… su expresión… aunque fundamentalmente puesta al servicio de temas de investigación, será siempre deudora de lo literario, del lirismo y de la retórica poética.

Y es que la prosa ensayística de Agustín de la Hoz es una prosa heterodoxa, en el sentido de que al servicio de una comunicación de contenidos teóricos el escritor habilita de continuo recursos de índole literaria e incluso poética. No renuncia el investigador a la condición de literato, y así, su prosa trasluce un espíritu humanista que no se sustrae al complemento lírico, y tampoco a confesar sobre el papel las galerías interiores de quien escribe. De ahí, concluyendo, que su prosa se aleje de la neutralidad y asepsia del riguroso ensayo, constituyéndose aquella en un síntoma de la lucha que en el hombre se produjo entre su imperativo moral y su devoción literaria. De ahí su sacrificio; de ahí la acritud: porque el escritor siempre fue consciente de la limitación del tiempo en la vida, en la obra».

Pero bueno, siguiéndoles con el cuento, les diré que la mayor parte de los paliques de aquel grupo de amigos derivaban casi siempre hacia los grandes problemas. No era fácil para espíritus libres el soportar tanta injusticia y locura en Lanzarote, en Canarias y en el Mundo. Eran personas que sólo buscaban «La Verdad», y cuando un ser humano se plantea ese objetivo en esta época lo primero que observa es que lo envuelve una nube, profunda, de confusión. Escucha que el mundo predica una cosa y hace otra. Predica justicia y solidaridad, y practica injusticia, insolidaridad,…, guerras, hambre, destrucción,… Un mundo desagradable e inexplicable.

Estos temas exasperaban los ánimos. Les escuchaba con atención. Decían cosas como éstas:

Oímos las noticias y todo son guerra, tantas y tantas guerras, de las que todos estamos hartos.

Nos enteramos de que las grandes potencias tienen acumuladas armas nucleares capaces de destruir varias veces la Tierra. Y nos preguntamos para que tanto despilfarro, si con destruirla una vez es suficiente.

Los gastos en armamento se llevan una parte sustancial de los presupuestos de las naciones. Y algunas de ellas están gastando enormes cantidades en armas mientras, paradójicamente, se les está muriendo de hambre una parte importante de la población.

De hambre mueren cada día ¡cien mil personas! Cuarenta mil de ellas son niños. Habría que ponerse en la mente de esas personas que vemos en fotografías de diversos países africanos, cuerpos sin carne, sentados mientras sus escasas fuerzas se lo permiten, solamente esperando la muerte. Hambre y muertes que se evitarían con dedicarle al problema tan sólo una pequeña parte de los gastos armamentistas.

Se sabe de los peligros de las centrales nucleares, ¡pero se siguen construyendo! Los poderosos hablan de que los residuos radiactivos no son un peligro, y sin embargo, ¡no los quieren dejar en sus países!, sino que los tiran bien lejos de ellos. Este tema estuvo tiempo atrás de actualidad, porque querían venir a echarlos a Canarias. ¡Y quién sabe si no los estarán echando! Además, la droga, el SIDA,…, que siempre eran motivo de largos debates.

En definitiva, estamos destruyendo el mundo, material y espiritualmente. Y acabando irresponsablemente con el medio ambiente, cuyo equilibrio es fundamental para nuestra supervivencia, Por cierto que de esto del medio ambiente ya sabemos mucho en Lanzarote. Para qué contarles lo que opinaban todos nuestros amigos. Lo sabemos bien, su lucha viene de viejo y ninguno de ellos tienen precisamente pelos en la lengua.

Como acertadamente concluía el psicoanalista Laing, ¡el mundo está loco! El ser humano, en su empeño por buscar la armonía, ¡ya que, al menos teóricamente, los avances son para mejorar la vida!, ha creado, al menos así lo parece, el caos perfecto.

A los científicos, esta situación, este asombroso caos que estamos formando los humanos, les lleva a sospechar desagradables paralelismos entre este mundo, dirigido por seres presuntamente humanos, y una ley del mundo exclusivamente físico, que se conoce como segundo principio de la Termodinámica. Este principio en esencia establece que el mundo físico evoluciona inevitablemente -no se ha encontrado excepción alguna- hacia el máximo desorden, en definitiva, hacia el caos. Predice, asimismo, la muerte térmica del Universo.

Precisamente al intuir este trágico paralelismo, muchos investigadores, alguno de ellos premio nobel, se han dedicado a estudiar sistemas no exclusivamente de carácter físico, sino que están en cierto modo influidos por la naturaleza humana. Pues bien, dichos sistemas reflejan también, desgraciadamente, esa tendencia natural de evolucionar hacia el desorden, hacia el caos.

La existencia de una inequívoca tendencia al caos choca con la sensación que tenemos todos de que la evolución natural de las especies es hacia «formas superiores», y no al revés. Y toda ello está en contra de los hechos reales, de lo que hace la, al menos teóricamente, especie superior de la creación, que no es otra cosa que destruir incesantemente.

Sobre todo esto era muy elocuente el escritor Luis Landero, que recientemente ha declarado lo siguiente:
«Soy pesimista respecto al hombre. El hombre es un mono que una vez bajó del árbol, perdió el rabo y que en tantos siglos y siglos no ha escarmentado, no escarmienta nunca. Siguen matándose entre ellos y sigue la injusticia, la violencia, Ha tenido oportunidades para regenerarse este mono listillo de la selva y no aprende. Ha progresado mucho, pero moralmente ha progresado menos de lo que cabía esperar.

Verán órdenes nuevos desde el punto de vista político, social, científico, sin embargo dudo de que las nuevas generaciones contemplen una enmienda trascendente del «mono».

Para encontrar la salida de la confusión, para lograr esa sociedad que buscamos, deberemos fijarnos en aquellos seres portadores del futuro. En aquellas personas que llevan en su vida y en su obra esa sociedad natural que todos parece que queremos, esa sociedad sonada, libre, solidaria y justa, y por tanto, también ecologista, pacifista, feminista…

Son seres que respiran futuro por todos sus poros, gentes como José Luis Sampedro o Tierno Galván, pero también como Agustín de la Hoz o César Manrique. Tienen en común el profundo uso, el buen uso, del cerebro. Sin duda, en esa capacidad está la clave de la cuestión. Tenemos una capacidad que no utilizamos casi y que es la portadora del futuro, la que teóricamente nos diferencia de las especies inferiores, y nos permitía definirnos como «animales racionales».

Y está demostrado que casi no la utilizamos. Los estudios más optimistas hablan de que no llegamos a emplear ni el 10% de la potencialidad de nuestro cerebro. Parece que tengamos miedo de gastarlo, cuando por el contrario, todo conduce a ratificar aquel sabio dicho de que «el saber no ocupa lugar».

Ahora bien, debemos tener muy en cuenta que, como siempre ocurre, hay un uso bueno, pero también uno malo, de cualquier potencialidad. Así, todavía – como decía Luis Landero – somos, globalmente, «monos listillos». Como si se tratara de un arma cualquiera, minorías de pillos que lo utilizan mal, y para «el mal», nos controlan, nos utilizan y nos confunden.

Se trata, pues, no sólo de usar más el cerebro, sino también, de utilizarla bien. Más y mejor uso de nuestra cerebro es lo que porta el futuro, y ese es nuestro desafío. Es por tanto, un problema educativo y cultural, pero de EDUCACION Y CULTURA con mayúsculas.

Debemos luchar porque se imponga un sistema educativo radicalmente distinto del actual; abogar por una Educación que potencie las cualidades más elevadas de la persona, la racionalidad, la creatividad, la justicia, la solidaridad, la libertad,… Una educación que permita hacer hombres y mujeres íntegros y con nuevos valores, la mujer y el hombre del futuro. Un sistema que partiendo de la realidad del niño, de su entorno físico, lo proyecte al resto del mundo. Tenemos que hacernos universales desde Canarias, ser del mundo, pero, desde aquí.

Pero volvamos de nuevo con nuestros amigos. Era el año 1988, y precisamente sobre las deficiencias educativas se quedaron hablando todos tras el pregón de Manuel Medina. No era para menos, Manolo había descrito con claridad e ingenio la historia insular, negra historia, de los últimos anos, y ésta nunca hubiese sido posible con la educación que reclamábamos. La había ejemplificado a través de los mitos del rey Midas y del doctor Fausto:

«Podríamos también hoy incorporar ambos mitos a la historia oficial de Lanzarote. -El rey Midas ha sido entronizado como señor de la Isla. Todo lo que toca se convierte en cemento, el más preciado de los materiales de nuestro tiempo. Nuestras playas, nuestros campos, nuestras montañas, nuestros paisajes, van desapareciendo bajo una capa de cemento y hormigón armado. Cada vez somos más ricos, pero todo lo que tocamos se nos convierte en construcción.

Como el doctor Fausto, hemos vendido nuestra alma al diablo, hemos vendido nuestras tierras y nuestras pequeñas casas campesinas. Hemos abandonado nuestros modos de vida tradicionales, y a cambio sólo nos quedan números en las cuentas corrientes. Los lanzaroteños nos estamos convirtiendo en turistas en nuestra propia isla, que ya no es nuestra, y el diablo cobra en especie, en delincuencia, en drogadicción, en pérdida de vidas humanas. A cambio de un poco de dinero estamos hipotecando el futuro de generaciones venideras.

Para quitar el mal sabor de boca de estos dos mitos pesimistas proponía Manuel Medina otro, optimista, tomado del mito de Lancelot. El buen Patrono San Ginés, francés, llamará al caballero bretón Lancelot para que vuelva a la Isla, a salvarnos del dragón de Timanfaya, el dragón de la especulación inmobiliaria, «que destruye nuestra Isla más deprisa de lo que lo hiciera el volcán de Timanfaya entre 1730 y 1736. En lugar de fuego y lava, el dragón de nuestros días escupe billetes de banco que corrompen las conciencias, y sus garras están formadas por palas mecánicas que destruyen los paisajes para instalar edificios, cables y carreteras asfaltadas Cuando se haya ido dejará una estela de cemento que se extenderá desde la arena de las playas hasta los cráteres volcánicos».

Afortunadamente, comentábamos en la reunión, la venida de Lancelot, a salvarnos, no dejaba de ser otra cosa que un efectivo recurso poético. Afortunadamente era innecesaria. Ese papel ya lo está asumiendo el pueblo conejero. Hace muchos años que tenemos aquí a nuestro Lancelot: César Manrique. Que además no está solo, como aquel caballero bretón, sino apoyado por todo un ejército de «guincheros», y por todo el pueblo, sano, de Lanzarote, y de Canarias.

Quienes conocieron a Lanzarote hace no demasiados años, y la ven ahora, entienden muy bien de qué va la lucha. Comprenden perfectamente que César Manrique, y toda la gente que tiene los pies en el futuro, digan lo que dicen. ¿Qué piensa César cuando relee su libro «Lanzarote: arquitectura inédita»? ¡Tal vez llore! Era el año 1974, casi ayer, y leíamos estas palabras de presentación de Fernando Higueras:

«En ningún lugar de Espata se ha salvado tanto un paisaje y su arquitectura como en la extraordinaria Isla de Lanzarote.
Esto ha sido posible gracias a la gestión desinteresada de un artista como César Manrique, que ha sabido despertar y sensibilizar el entusiasmo de las autoridades y del pueblo, para que todavía hoy Lanzarote sea el ejemplo que en otras regiones y latitudes deben tener presente…

Este libro es un acta notarial realizada por César Manrique, de lo salvado hasta hoy en la isla de Lanzarote y que ahora enseña a las personas que todavía no tuvieron la dicha de visitarla…».

¡De qué funda y triste ironía hemos sido testigos, todos, en los últimos años! ¡Aún nos parece una pesadilla, una lamentable broma, y no la cruda realidad!

Nunca pudo imaginarse César que casi todo lo que escribía en aquel cercano 1974, reflexionando sobre los errores cometidos en el litoral español y en las «islas mayores» de nuestro Archipiélago, definiría con precisión el inmediato futuro de su querida Lanzarote.

Diría César:

«Se encuentran muy pocos lugares del planeta en donde en tan corto espacio se puedan hallar tan diferentes lugares tan ricos en sugerencias y de atracción única.

Da pena pensar el enorme trabajo y lucha que hace falta, para hacer comprender, lo que significaría un suicidio colectivo por el desconocimiento político-económico de un derrumbe general, al estropear y destruir, los valores esenciales de su agricultura única, su negro y quemado paisaje y su simple y blanca arquitectura.

Cualquier lugar de la tierra sin fuerte tradición; sin personalidad y sin suficiente atmósfera poética, está condenado a morir».

Continuaba haciendo historia:

«El estudio y observación del paisaje, su flora, su agricultura y arquitectura fueron el fundamento básico para el comienzo educativo de los primeros equipos que se formaron a través de la gran colaboración del personal seleccionado por el Cabildo Insular, y que a través de estos pocos años de trabajo con la ayuda total de un activo, honesto y ejemplar presidente, Jo¬sé Ramírez Cerdá, que con clara visión ha sabido llevar a cabo una serie de obras tan importantes que ha colocado a Lanzarote a la cabeza de un prestigio socioeconómico y turístico, entre las Islas Canarias.

Con esta trayectoria comenzada podremos tener una isla modelo en el mundo, forjada por un trabajo sin descanso y por el gran amor a una tierra que ha partido de cero.

Y seguiría, sin creer lo posible, barruntando el negro futuro, la cruel realidad de hoy día:

«Parece imposible que después de la catástrofe que supone el haber adulterado casi todo el litoral español, borrando las acusadas características que diferenciaban cada lugar por la completa falta de adecuación, introduciendo gratuitamente una fría estandarización internacional, no hayamos podido todavía aprender la lección, para rectificar y salvar lo que nos queda.

En las Islas Canarias, desgraciadamente, tenemos la misma experiencia en las islas mayores, en donde se han cometido las mayores atrocidades, matando y anulando todo el encanto de lo que significaba belleza de espíritu canario, pintoresquismo, paisaje y valores tradicionales, y todo por una avidez desmedida de la torpe y urgente especulación…

¿Cómo es posible comprender que todo esto se tolere en unas islas que -dicen- quieren programar para recibir a un gran número de visitantes?»
Para terminar:

«Todas estas graves torpezas, pueden dar lugar en un futuro próximo, a la desaparición de un turismo, con las trágicas consecuencias de orden económico de lo que esto pueda suponer».

Cómo no entender entonces lo que dice nuestro Lancelot, unas veces con más rabia:

¡Pero qué bobadas! Como si yo tuviera que recurrir a unos periodistas alemanes para decir lo que he dicho hasta cansarme; que tenemos algunos gobernantes sinvergüenzas,… ¡Mira!, si los canarios tuviesen verdadera conciencia de lo que han hecho estos crápulas en los últimos años, los lincharían en la calle. A mí ya no me parece tan descabellada la idea de que aquí se pueda repetir lo de Caracas».

Y otras con menos rabia, pero siempre con el mismo mensaje:
«Me siento feliz de la aprobación del Plan Insular de Ordenación del Territorio-PIOT y animo a los Cabildos a que agilicen la frágil piel de Canarias para convertirla en un lugar digno y para que nuestros visitantes no se sientan defraudados y para que pervivan la identidad y la cultura de Canarias. Sé que esta aspiración choca frontalmente con la ceguera lamentable de determinadas sectores de la clase política canaria, por no citar frases como ambición desmedida o intereses particulares, que quiera seguir pensando que estos políticos miopes a los que hago referencia no impedirán que otros muchos, la mayoría, puedan ver el bosque tras los primeros árboles».

Les decía antes, que la mayor parte de los paliques de nuestro grupo de amigas derivaban hacia los grandes problemas. Y no sé si será del todo verdad, porque yo recuerdo gran número de tardes y noches entre risas, hablando de anécdotas divertidas, y de nostalgias. Todos estaban con el futuro, y por eso se admitía de forma incuestionable que «todo tiempo pasado fue peor», aunque apios como estos últimos, a veces, metían la duda en el cuerpo.

Y es que a los años de infancia y juventud se le perdona casi todo. Al menos en el recuerdo. Recuerdos de infancia y juventud que guardan sonrisas hasta para la miseria.

Precisamente en esos recuerdos de infancia me aparece siempre, como una fijación, Arrecife. ¡Chiquita alegría la de poder ir al Puerto! ¡Era una fiesta, aquello era como ir de excursión, era ir a «la ciudad»!. No recuerda cuanto se tardaba, desde mi pueblo, Guatiza. Pero seguro que más de una hora. La guagua, aquella entrañable guagua, iba parando en todos lados: Teseguite, La Villa, Tahiche,…

Largos viajes aquellos, en la guagua de Nicolás. Por cierto, ¡que personaje Nicolás! Se decía que fue, con su señora, por supuesto, Premio Nacional de Natalidad, con una veintena de hijos -hace poco me dijeron que 18 exactamente- , y una amabilidad sin igual. Creo que le hizo favores, de llevar y traer recados y encargos, a todo Lanzarote. Se cuenta que cuando alguien le preguntaba con sorna por el Premio de Natalidad, decía textualmente: «es que mi mujer, desde que me ve desnudo, se queda preñada».

Evidentemente, Lanzarote tiene en mi memoria muchas páginas escritas. Sobre todo de finales de los cincuenta y primeros sesenta. Años de infancia y adolescencia.

Cómo no iba a recordar, para siempre, mis primeros y enormes dolores de espalda, de las primeras veces que acompañé a trabajar en el campo a mi tío, o a mi abuelo. Sobre todo cuando íbamos a recoger tabaco. El trillar, aventar, cernir y cargar, se me hizo siempre más cómodo y grato que las recogidas, que siempre se veían bien recompensadas, en el alto para comer, con un sabroso trozo de queso, con gofio, o con un poco de vieja jareada, o pejines.

Todavía hoy añoro aquellos desayunos de antes. Su recuerdo me hace segregar saliva. Aquel tazón de leche-leche y de gofio, con unos pejines asados, o un trocito de vieja, o una sardina salada, o un poco de pescado frito del día anterior, que pescó el abuelo. Son cosas inolvidables, aun hoy, cuando mi estómago – no sé el de ustedes – se me ha hecho tan fino, tan fino, que ya no aguanta bien el gofio.

Tampoco olvidaré nunca los baños de la infancia y adolescencia en la Cueva de La Arena y en El Riadero. Aparte de pasarlo muy bien, allí, digamos que tuve las primeras visiones sensuales que recuerdo, y que luego reviviría en imágenes de cine, en películas en las que la actriz de turno se metía en el río o la piscina con ropas, que al mojarse se pegaban al cuerpo dejando ver todas sus formas – eróticas formas – , y que ahora, con el turismo, están muy de moda en todas las discotecas, con la elección de misses «camiseta mojada».

Pero como les digo, aquello, yo, y algunos de ustedes, lo vivimos en nuestra «Cueva de La Arena», uno era un «inocente niño», y por ello los no tan inocentes ojos pudieron disfrutar de esas imágenes, muchos años antes de que la censura cinematográfica nos permitiese verlas en la pantalla, Son imágenes que me han acompañado siempre y que se irán conmigo, y que los jóvenes de hoy quizás no puedan entender, Los de mi quinta sí que lo tienen muy claro, No era poco poder ver así a los primeros amores de infancia, Evidentemente eran platónicos amores.

Posteriormente leería a Agustín de la Hoz; «En el Riadero se hallan las mozas de las dos Guatizas, pero sin propios atavíos, a no ser los zagalejos que se les pega a las carnes ocasionando atrevidas transparencias». Decía él que las mozas sólo permitían la presencia de un tipo curioso y romántico, la presencia del mítico Pedro Avero. Pero en próximas ediciones – ya se lo dije –tendrá que ampliar la referencia a personajes tan poco míticos como yo mismo.

El tiempo pasaba sin estruendos. Las noticias -pocas- se comentaban en los «cabildos», al atardecer, a la puerta de las casas, con la familia y algunos vecinos, o en las charlas en «cuatro esquinas». Con el tiempo se pasarían a comentar alrededor del transistor, oyendo «el parte».

Los días, sin embargo, corrían plenos: en el trabajo – como no -, en los juegos a la lotería -«a las perras», claro-, al envite y al truco, en los cotilleos en la tienda, los paseos de los enamorados por la carretera – ¡los domingos, claro! Otros días – algunos, pero sin que se hiciera de noche – hablando a través de una ventana de la casa, o de un pequeño postigo. Uno dentro de la casa -ella- y otro fuera -él-.

Y qué decir de aquellas humildes, pero sabrosas comidas, aquellos inolvidables caldos de trigo y de millo, las caminatas a «Las Nieves», la ración a las cabras, descubriendo la agradable sensación del animal comiéndote el grano en la mano, con aquel cosquilleo-escalofrío que te producía, las primeras veces, con su lengua, trillar, montar en el burro y en el camello, y jugar a las «huertitas». Quizás toda esto, tan directa, como el ver crecer todos los días la mata de millo en tu «huertita», compensó, a veces ampliamente, el sistema educativo caduco y memorístico que sufrimos.

Un día, el progreso, con sus bondades y sus males, empezó a entrar, lentamente. Veíamos pasar algunos camiones. A todos -aun eran pocos- les dábamos nombres, y así, todos nos entendíamos cuando hablábamos del «trompudo», o del «Fargo”, del de Juan Núñez o del de Isaías,…Y rápidamente los copiábamos con tuneras, vergas, maderas,…, para Jugar con ellos. ¡Qué maravillas de camiones se hacían!, para atender, enarenar incluso, nuestras tierras de infancia.

Aquí aprendí también a ser ecologista, a amar a la naturaleza. ¡Qué paisajes!, que paz se respiraba desde lo alto de la Caldera, o de Tinamala, desde alguna cueva o desde algún rincón que me protegía del viento, del polvo,…, y que me permitía ver «mis sembrados» de niñez, o a alguien del pueblo que con su artesanal caña de pescar al hombro, regresaba de la mar, tal vez con alguna vieja, lapas y burgados. Qué paz y qué sensación de plenitud se sentía.

¡Quién no se acuerda de las primeras pelotas de goma que llegaron! Yo tengo la impresión de haber traído una de las primeras,…, y uno de los primeros balones «de reglamento», Todo ello después de muchos partidos, y patadas, con improvisadas pelotas hechas de trapo, y de lo que se pudiese.

Por cierto, que, al principio, algunos de mis amigos no sabían mucho de marcaje, diblings, y demás. Sólo de darle patadas a la pelota hacia la puerta contraria -de piedras, claro-. Y recuerdo, bien que recuerdo, como a un amigo, a un entrañable amigo, se le fue la pierna un día, y fue a parar a una de las mías, en vez de a la pelota. Y les contaré. Más de un mes tuve el enorme morado, que me llenaba mi fina patita de niño de ciudad. Creí que me la había partido. Menuda «pata dura» tenía él. Aún no había conocido -creo- su primer par de alpargatas. Yo me llegué a pensar lo de buscar juegos menos peligrosos.

Pero también aquel incidente me hizo reflexionar por vez primera sobre la marginación que sufrían, de los trabajitos que pasaban, tan jóvenes, tan niños, aquellos mis compañeros de verano. Yo, niño con zapatos. El, descalzo. Yo de piel fina y el de piel curtida y fuerte. Yo cansado a las primeras carreras, él como si nada, y yo con la lengua fuera. Realmente los dos éramos marginados, a ambos nos faltaban cosas demasiado esenciales, representábamos a dos tipos de vida diferentes, las dos incompletas e injustas. La del “campo” y la de la «ciudad», que diríamos antes. La mía más cómoda, la de mi amigo más difícil. En ambos, sin duda, se comenzaron a forjar ideales de justicia y libertad, de progreso y solidaridad.

¡Por cierto! Quién, cuarentón como yo, no recuerda los sofisticados cuartos de baño de aquella época. Aquellos gallineros, que se me antojan superiores a las mejores, modernas y actuales plantas de reciclaje. Todo, todo, lo aprovechaban aquellos agradecidos animalitos. Y, al día siguiente, te daban huevos incluso. ¡Asombroso!. Y qué decir de la utilidad de los carozos, si es que había. Si no, piedras.

Estas últimas cosas, un poco desagradables -asquerosillas incluso- las cuento porque ayer salieron en la conversación con un amigo, de infancia, nuevo rico, y se ponía hasta colorado, de vergüenza que le daba. Se ha vuelto tan fino, tan fino, que llegué a dudar de si aquella miseria la pasábamos casi todos, o yo sólo.

O es que la soñé. O es que el dinero atonta a la gente hasta extremos increíbles. Aquel amigo parecía querer inventarse otro pasado, haber sida de «alta cuna», ser de la jet. Tal vez ni salude a su padre, si va con sus nuevas amistades, y se lo cruza en la calle. Avergonzado también de la rudez de quiénes lo trajeron al mundo, lo mismo que de su propia historia personal.

Y es que el dinero lo puede todo, casi todo. Cómo si no entender el que en los últimos años asistamos a un cambio tal de valores que haga que los “banqueros” sean auténticos mitos, ídolos, de nuestra sociedad. La manipulación que permite el poder económico, los muestra como líderes, como seres admirables; la mayor parte de los cuales han amasado miles de millones en pocos años – en cuantos menos, mejor para el currículum – a base de su honrado e infatigable trabajo, sacrificándose por el pueblo, creando riqueza para todos nosotros. Abandonando incluso su vida familiar.

Si ya los viejos refranes como «tanto tienes, tanto vales», eran poco edificantes, imagínense los actuales “tanto especulas, tanto vales».

Esperemos que pronto, ese nueva sistema educativo y cultural, por el que, insisto, debemos luchar todos sin tregua, permita que todos nuestros Jóvenes, y no tan jóvenes, salgan de la actual confusión, y tengan respuestas a preguntas tan aparentemente sencillas como ¿por qué darían la vida ? o ¿qué te gustaría haber hecho en la vida para morir tranquilo ?. Preguntas que en la actualidad tienen como respuestas muy mayoritarias: ¡por nada! y ¡no sé! En el mejor de los casos obtuve la respuesta de unas lágrimas, sin palabras. Sin duda medían la resistencia individual a la generalizada alienación que sufrimos.
Es el momento, pues, de potenciar la actividad cultural. Pero una cultura con mayúsculas, una cultura popular, no alienante. Una noción solidaria de la cultura como creación de un destino personal y colectivo, que supone entenderla como:
– patrimonio que todos van creando,
– posesión individual y colectiva de lo que se ha sido y de lo que se va siendo,
– formas de ser, hábitos y maneras de pensar proyectadas hacia el futura,
– abierta a la creación del futuro.
La actividad cultural ha de estar esencialmente orientada hacia la construcción del futuro. En ningún caso puede ser una visión de cultura como la del pájaro que describe Borges en su «Manual de zoología fantástica», que vuela con la cabeza mirando hacia atrás, porque no le importa saber hacia dónde va, sino de dónde viene.

Como bien dice Ezequiel Ander-Egg:
«…, el futuro se hace marchando hacia él y abarcando en la tarea de su construcción la totalidad de las actividades humanas.

Varsavsky la denominó el «estilo creativa» y Garaudy lo llama un «humanismo abierto». Esto significa elaborar una cultura que ya no está hecha sólo de respuestas provenientes del pasado, sino de interrogantes que plantea la invención del futuro, una cultura que ya no es un ornato de unos pocos, sino la posibilidad del desarrollo humano de todos; una cultura que no encierra al hombre en sí mismo, sino que lo abre a una creación sin fin del futuro … esta significa crear, a partir de las iniciativas de la base y a todos las niveles de la economía, de la política, de la cultura, comunidades responsables que tomen a su cargo su propia vida para redefinir los fines humanos de cada actividad social y sus métodos de organización y de gestión.

A partir de esta concepción, el «ser culto» se ha de expresar, en la capacidad de vivir creativamente la propia existencia y en la capacidad de inventar el futuro. El baremo de «lo culto» no debe medirse, desde esta concepción, por la cantidad de saberes acumulados o por las formas de vida asumidas, sino por el modo en que se utiliza y proyecta todo ello – saberes y modo de vida – en la construcción del futuro».

Precisamente de cultura con mayúsculas fue el pregón de 1986. Aquel día estuvimos con el protagonista, el entrañable Antonio Tejera Gaspar, hasta bien entrada la madrugada. Era una auténtica gozada disfrutar del derroche de conocimientos históricos de Antonia y Agustín de la Hoz.

El final del pregón era una muestra de tener bien puestas los pies en el futuro. Escuchémoslo de nuevo:
,”…, yo quisiera hacer una invitación a todas los lanzaroteños para levantar conmigo una copa imaginaria y brindar por ese futuro de la historia en el que Guadarfía y Bethencourt puedan darse la mano de la reconciliación…, porque los dos forman parte de la historia, de la historia de este pueblo; porque la identidad de este pueblo no puede entenderse prescindiendo de ninguna de las dos figuras y de lo que representan. La preservación y el conocimiento de todas y cada una de las manifestaciones de ese pasado merecen el misma respeto y consideración, porque todas forman parte de nuestra cultura, porque ésta, como escribe Daniel Bell, es un proceso continuo de sustentación de una identidad».

Y en Canarias, como todos sabemos, se ha tenido, y se sigue teniendo, poco respeto por nuestro pasada aborigen. La gran mayoría de la clase dirigente que hemos padecida se avergüenza de él. Como se avergüenza de nuestras evidentes relaciones con África, que ya comentamos antes, y de las que hemos comido durante tantas épocas de escasez. Incluso se han olvidado de América, de nuestro pasado, de epopeya incluso, como emigrantes, buscando salidas a la miseria. Ese carácter de puente entre América, África y Europa es esencial en nuestra identidad coma pueblo, y en nuestro futuro. Y sólo vemos que se recurre a él dándole a la lengua con motivo de algún viajito, con connotaciones electoralistas, pero nunca se ponen en la práctica bases sólidas a esa realidad. Esos dirigentes se avergüenzan tanto, que están empeñados en verse, y vernos, sólo como finos y delicados europeos de toda la vida. Lo hemos comentado tantas veces y lo volvimos a comentar aquella noche de 1986.

Qué sinrazón el que en Canarias, en sus universidades, no exista una cátedra, o un departamento, o un instituto, o algo equivalente, dedicado al estudio de temas africanos, cuando están en todas las universidades europeas de cierta relevancia. Todos aquellos amigos coincidíamos, coincidimos, en que en el próximo empujón tenía, tiene, que salir.

Pero volvamos sobre pasado aborigen. Siempre nos hemos quedado como alelados cuando Agustín nos hablaba, con esa maestría suya tan especial, de nuestros majos. De la despedida de Zonzamas diría:

«… ¡Salve, pues, Valle Sagrado de Zonzamas, cuna de mis reyes, de mis bellas princesas, de mis valientes y nobles antepasados! Allí, el ayer y el hoy se hallan, como la vida y la muerte, hermanados de cara a la eternidad…

Desandar el camino de jables rumorosos, en el silencio del Valle Sagrado, caminando ya hacia Tahiche el Grande, bordeando la mole cónica de Maneje, amplia y formidable, supone aspirar el aliento de Maoh, ese espíritu lanzaroteño que hace religioso al recinto histórico, cual si fuera trono divino donde el dios primitivo concitara todavía a los rayos solares. Dejar las huellas de uno señaladas en las arenas, significa dejar algo, algo que siempre queda aunque el viento lo borre… ».

Algunos nos enteramos aquella noche de agosto, con Antonio, de uno de los aspectos singulares de las formas sociales de los antiguos majos: la poliandría. Escuchábamos asombraditos: «Las mujeres tienen tres maridos y les sirven por mes, y el que debe tenerlas después, les sirve todo el mes que el otro la tiene, y siempre así, cada uno a su turno». Incluso «Pedro de Luján dice en sus diálogos matrimoniales, que una mujer casaba con cinco canarios y no menos».

Y es que la mujer lanzaroteña ha sido mucho, bien lo sabemos todos. Ya nos contó Agustín la tira de hechos sobre ese auténtico mito que son nuestras mujeres. Por ejemplo, ya a finales del siglo XVI:

«Mientras duró el asedio del Morato cobró gloria imperecedera la mujer lanzaroteña, que no sólo arengaba a los varones uniformados, sino que además derramó su sangre antes de verse trasplantada a los harenes del Arráez. Del inolvidable descalabro tardó mucho el Puerto del Arrecife en recuperarse, máxime cuando el problema de la despoblación se acusa más y más, circunstancia que obligó una visita del Capitán General, que en vez de ayudar a Lanzarote consintió la apatía de su gente al encararse con los arráeces invasores, cosa que confirma el hecho histórico glorioso de las mujeres lanzaroteñas salidas al campo de batalla por falta de acometividad de los soldados».

Incluso Leonardo Torriani citó el hecho. Refiriéndose al cas¬tillo de San Gabriel, escribiría:

«Tres lugares hay en Dalmacia, sobre el mar Adriático, que pertenecen a los ilustrísimos Señores venecianos, muy parecidos a éste. El uno, es el castillo de San Niccolo, frente a Sebenico; el otro, es la ciudad de Dulcigno, y el tercero es la Curzola, ciudad e isla, la cual estando situada por gran parte de la Armada turca, año 1521, fue vergonzosamente abandonada por los hombres y defendida por las mujeres; el valor de las cuales fue igualado por estas de Lanzarote, la última vez que los moros y los turcos… ».

Otra cosa que destacábamos aquella noche era la pobreza histórica que había caracterizado a nuestra isla.

Ya lo decía Antonio Tejera:
«Y la primera historia de la isla, tanto la de los majos como la de los recién llegados fue una historia por la supervivencia. Por la búsqueda del agua y del alimento primario. Es la historia de una lucha continua contra un medio y contra un paisaje, muchas veces hostil».

Y, por si fuera poco, repetidos huracanes y erupciones. Ya nos lo contaba Agustín de la Hoz:

«Al año siguiente, 1721 no van a ser menos los males que agobian a la isla de los Volcanes, y por si lo sucedido en fechas anteriores no fuera suficiente, se desencadena un formidable huracán, que asola gran parte de la geografía insular, llegando a morir sus habitantes de pura necesidad. Mas, las parcas andaban de fijo sobre Lanzarote, y en octubre de 1722 fuertes vientos destrozan lo poco que en pie había quedado durante el aciago pasado año».

Tan solo cuatro años después, las erupciones:

«Desde 1726 a1 29 mucha gente del interior busca cobijo en el Puerto del Arrecife, y vive malamente, en míseras casuchas construidas sin orden ni concierto. Este éxodo del campo hacia el Puerto no significa el consabido absentismo, sino la más veraz interpretación del terror insular debido a las convulsiones y rugidos del subsuelo … El 1 de septiembre de 1730 comienzan las presentidas erupciones, que están consideradas como de las más importantes de la historia del vulcanismo… la isla quedó inundada de magma pestilente y devastador…Ni que decirlo habrá, pues el terror era tanto que el Capitán de la Armas, don Melchor de Arbelo, hubo de reclutar «gente muy seria y responsable» para que los lanzaroteños no robaran los barcos surtos con el fin de rumbear a otras islas. Gran parte de los marineros escaparon a Fuerteventura y otras familias, con especial permiso del Comandante General, fletaban barcos con que trasladarse a Las Palmas y Tenerife».

No es en vano, pues, que a Lanzarote la lleguen a llamar la «isla sufrida», Cuenta Agustín:

«Por esas fechas, es Viera y Clavijo quien pide justicia para Lanzarote, y aboga que los emigrantes deberían afincarse en la «isla sufrida» antes que en América … Entre 1776 y I777 llega al Puerto del Arrecife el Comandante General de Canarias quien queda asombrado de la miseria y despoblación de la isla. Acaso la visión que obtuvo de la «isla sufrida» le decidiera, más que por otras razones, al famoso Plan Político, que en la actualidad se conserva en el Archivo de Simancas» ..

La historia seguiría con mil y un problemas más. La crisis de la cochinilla, por el súbito descubrimiento de las anilinas, daría lugar a que el gran antropólogo canario, don Gregorio Chil y Naranjo, organizara «la célebre mascarada en Las Palmas a beneficio de Lanzarote, vistiendo el grave doctor primitiva zalea y garrote para recorrer las calles de Vegueta en súplica de limosnas con destino a la isla «desgraciada».

Y bien sabemos todos que esta situación estuvo bien presente hasta casi ayer mismo, en que la golosa máscara del turismo fácil nos ha cubierto hasta no dejarnos casi ver. Hace poca lo recordaba César Manrique respondiendo a la pregunta de ¿por qué se empecinó en la utopía de Lanzarote?:

«Por los años cincuenta se pensaba que la Isla, árida, pobre, sin agua, no tenía ningún futuro. Pero a mí me fascinaba el paisaje, sus volcanes, las colores de la tierra, hasta el viento. Recuerdo que Matías Vega llegó a decir que lo mejor que podían hacer los lanzaroteños era abandonarla y venirse a vivir a las otras, pero esto, en lugar de achicarme, me motivó más».

Llegado este punto apareció, inevitable, el tema esencial, de la identidad canaria, de nuestra identidad como pueblo. Con calor se fueron sacando las mil y una mentiras que se nos han dicho, los mil y un engaños. La voz firme de Pedro Hernández llenó la noche del Puerto:

«Se nos ha engañado reiteradamente sobre nuestra realidad y nuestra historia. Se nos ha dicho, por ejemplo, y bien que nos lo han metido en la cabeza, puesto que aún seguimos cantando la copla, que «España tiene un jardín que son las Islas Canarias».

¿Dónde está el jardín? ¿El jardín es esta tierra volcánica, rocosa, calcinada, quemada por el fuego? ¿Jardín son las tierras secas, los barrancos de la Gomera o las llanadas de Fuerteventura? ¿Jardines son las huertitas encaramadas en las paredes de los riscos y barrancos? ¿Jardines son esas fincas de plátanos o tomates? Tal vez, pero ¿cómo ha sido eso? No por un milagro de la naturaleza, sino por el sudor de nuestros hermanos, de nuestro pueblo. Nuestro pueblo, bajo el sol, ha sorribado los terrenos de lavas, ha levantada paredes y cortavientos, ha trasladado la tierra desde la montaña hasta la costa.

Ha gastado mucho sudor penetrando en las entrañas de la tierra en busca de agua. Ha dejado el pellejo sobre las piedras, para que se diga que «España tiene un jardín que son las Islas Canarias».

Lo que sí es cierto es que no tenemos agua, lo único que podemos tener es el trabajo para conseguirla. Entonces sí que se da el gran milagro de fertilidad, porque nuestra tierra, sí es fértil, está llena de poder de vida. Este es el mejor ejemplo para representar el poder que encierra nuestro pueblo: pueblo pobre y machacado, pero con grandes posibilidades de fertilidad, creatividad y de realización».

Pedro siguió citando, una por una, esas mentiras y engaños, la de que la raza guanche desapareció, la de que los europeos que vinieron a conquistar nuestras islas la hicieron con el único fin de civilizar y evangelizar a nuestros antepasados,…, o la de que Canarias son las Islas Afortunadas:

«¿Cuál es la fortuna de Canarias? Si por fortuna se entiende el sol para los turistas, tal vez, pero, la que es para nuestro pueblo, en absoluto. Nuestra tierra, nuestra historia, nuestra actualidad, está llena de peligros, de infortunios, de desgracias„ de males de todo tipo que hace que los canarios tengamos el miedo metido en los huesos. Pasamos años de cierta abundancia, pero tengamos cuidado, porque parece más bien que barruntan hambre para el mañana, para nuestros hijos, o para los hijos de nuestros hijos, que poco van a poder recibir de las escuálidas riquezas de hoy, fruto, fundamentalmente, de la venta de Canarias a extranjeros y peninsulares. ¿Qué venderemos mañana si ya nada será nuestro?¿Dónde plantaremos?

¿Es afortunado vivir bajo la presión caciquil? ¿Es afortunado nuestro pueblo que ha estado, y sigue estando, tan alejado de la cultura? ¿Puede haber más desgracia que la de un pueblo que no tiene conciencia de ser pueblo? »
Las horas pasaban. Y en medio de la oscuridad y el silencio siempre surgía la misma pregunta: ¿quiénes somos?

Quizás – dice Pedro Hernández – ya podemos empezar a contestar:
«Somos el pueblo que habita en unas pequeñas islas del océano. Un pueblo que tiene su estilo y costumbres propias, diferentes a los demás. ¿Cómo es ese pueblo? ¿Cómo somos?: con profundas raíces guanches, nacidos entre mar y volcanes, entre peligros y desgracias, pero mimado por la dulzura del clima. El canario surge de la conquista y del revestimiento cultural que le proporciona España, pero también de las influencias africana y americana, de la portuguesa, del comercio inglés,… El canario crece en un sistema caciquil y en un sistema de dependencia que le hace déspota y a la vez servil. Crece el canario a la sombra de una madre cálida, donde resuena el aliento del «mi niño».

Islas, mar, volcanes,… Plagas de langostas, huracanes, clima primaveral, flores,… Tierra sedienta, trabajo, cata de azúcar, vita, cochinilla, plátanos, tomate, comercio,… Piratas, conquistadores, caciques, Guanches, España, América, África, Portugal, Inglaterra, … Turismo, emigración, … Madre, madre canaria, … De todo eso y más nace el alma canaria, la canariedad; es decir, la forma de ser, de pensar, de sentir, de reaccionar y de actuar el pueblo de estas islas.

En toda ello se destaca nuestra humildad y sencillez, nuestro complejo de inferioridad, nuestro sentido servil y deseo de agradar, nuestro acogimiento al extraño, pero también nuestro recelo, nuestra zorrería, nuestra socarronería. Este nuestro despotismo y nuestro aguante, nuestros dichos indirectos, nuestras quejas silenciosas, nuestra inesperada expresión explosiva, también está nuestro humor, nuestro choteo, nuestro cariño,…

Junto a ella nuestra dejadez, nuestra falta de iniciativa, nuestro gusto por lo dulce, la preocupación por las enfermedades, las reiteraciones, pero sobre todo, la falta de conciencia como pueblo, que reverdecemos cada dos por tres con el consabido pleito insular,… Desgraciadamente, todavía hay gente empeñada en bajar la bandera, silenciar nuestro nombre y que nos dejemos conducir y arrullar con los ojos cerrados por las olas del Atlántico».

Antonio Tejera apostillaría la noche:
«Tenemos por delante una inmensa labor colectiva, en la que es necesario luchar contra el consumismo cultural de cierta sociedad en declive, y contra el concepto exclusivo de diversión que en ocasiones se pretende ofrecer a los ciudadanos. La solución reside en clarificar nuestra identidad, en participar activamente en la recuperación de nuestro acervo cultural, de nuestro patrimonio artístico y monumental, y, en definitiva en todos los bienes culturales y, simultáneamente ser capaces de disfrutarlos. Quizás así podamos tener a nuestro alcance la cultura para vivir…».

Les empecé a contar antes lo de mi admiración por Arrecife. Disfruté mucho en el Puerto. A todos los niveles. Cómo olvidar los bailes de «La Democracia», la admiración por las bellas alfombras de sal, felizmente recuperadas por el Ayuntamiento, la compra obligada de viejas, pejines y tollos, en cantidad, en las fechas de regreso a Tenerife. Y la visita obligada a la librería «Lasso», para comprar las pocas revistas que llegaban a la Isla, ¡y, cómo no, nuestra «Antena»!,

Y ya muchos años después, la cita ritual con la librería de D. Manuel Cáceres, para ponerse uno al día de cómo iban «las cosas». Ya se imaginan ustedes «las cosas» de las que hablábamos allí. Y para comprar «los últimos libros y revistas». ¡Qué gran personaje! Tiempo después lo veía de vez en cuando en Las Palmas, en el despacho de unos abogados laboralistas, y amigos comunes. El iba realmente «a trabajar», a «sus reuniones del Partido». Y a mí me hacía mucha gracia ver cómo se quedaba en el local, mientras sus compañeros se iban a almorzar. Y él, parsimoniosamente, sacaba su termo con leche y sus galletas,…

Fue precisamente en la librería de D. Manuel Cáceres donde me encontré, tras muchos años sin vernos, con José María Espino – «Pepín» para los amigos de antiguo -. La democracia había llegado. Y me hablaba con tremenda ilusión de las muchas casas que Le hacían falta al Puerto. Mogollón de ideas. Y entre ellas recuerdo muy especialmente su fijación por recuperar el Charco, Afortunadamente, la democracia casó, tiempo después, a «Pepín» y a Arrecife. Con alegría fui viendo hacerse realidad todos aquellos proyectos.

También en Arrecife, pero mucho antes – principios de los sesenta, si no me traiciona la memoria – y por casualidad. Asisto a un acto, y presentan a un conejero que llegaba de algún largo viaje por el extranjero, y que parecía que ya tenía cierta fama. ¡Era César Manrique! O al menos eso me he creído yo todos estos años.

Pero siendo completamente sincero, el recuerdo más pleno que tengo de Arrecife es el de «encontrarme» con Agustín de la Hoz. A Agustín de la Hoz lo descubrí un afortunado día de 1962, al encontrarme, en una librería del Puerto, con su extraordinario «Lanzarote». Yo estaba en la «edad bonita» y conocer mi isla, «mi país» – como él decía -, a través de su prodigiosa pluma fue un privilegio del que nadie debería privarse.

El prefacio ya me hizo ver a mi gente y a mi país de otra manera; me enseñó a buscar «el alma insular», los «paisajes y sentimientos no penetrados y comprendidos».

Pero ese prefacio también me permitió conocer un poco a Agustín de la Hoz. Preocupado siempre de la sinceridad completa de su obra y empeñado en hacer conocer nuestra isla a los demás. Y en conocerla él, preocupado coma estuvo siempre por su identidad, por nuestra identidad. Fue sin duda un precursor en este tema, buscándola siempre en el presente y en la historia. Clamando:

«… la grave lección es que los más valiosos matices de la vida primitiva en Lanzarote, y los de la inmediata posterior a sus primeros contactos con la civilización occidental y cristiana, se saben muy escasamente. Ahí están los yacimientos de Zonzamas, cuyos petroglifos, idolillos y «queseras», aguardan todavía una interpretación fideligna. Incluso grandes legajos de la historia insular más cercana a nuestros días desaparecieron devorados par las llamas, lo que demuestra que con el hombre muere a veces parte de su quehacer sobre la tierra…».

Qué tremenda sorpresa y alegría me supusieran las páginas del libro dedicadas a mi pueblo, a Guatiza, a «las dos Guatizas» decía él. Aquellas pocas casas, en las que me parecía que no pasaba nunca nada, que no hubiese pasado nunca nada, ¡tenían una historia! ¡Teníamos nuestra historia, nuestra identidad! ¡Nacimos en las primeros años de 1600 … Los primitivos pobladores de Guatiza se rasuraban la cabeza y tenían barba abundante, eran trabajadores y les gustaba la carne seca con tortas de harina de cebada. Vivían en… ! Leer aquello con mis quince años era demasiado. Creo que desde aquel día me sentí más pleno, iba con la cabeza más alta… ¡Cuánto nos ha ayudado este libro a los conejeros!

Nada se le escapó a Agustín. Muchos nos sensibilizábamos del permanente abuso de las «islas mayores» sobre las «menores» a través de sus descripciones de como Tenerife limitaba el desarrollo de Lanzarote:
«Folletinesco fue el vidrioso asunto del telégrafo, cuyo cable, por decreto de 23 de octubre de 1883, debía pasar por Lanzarote, aunque por abuso de su cargo don Juan Ravina lograra el amarre con Tenerife, por lo que así se truncó una vez más el legítimo desarrollo de esta isla. ¡Benditas aquellas iras santas de don Fernando León y Castillo!

La Ley de Puertos Francos no hizo tampoco olvidar, pese a la alegría de todos los canarios, esa vieja aspiración integracionista que retrasaba las reivindicaciones de Lanzarote respecto a la industria pesquera. Por fìn, decretada la definitiva división provincial, el Puerto del Arrecife se ve libre de las dificultades que le ocasionaba la influyente Santa Cruz, y pudo dedicarse plenamente a la explotación de los bancas saharianos, sin los inconvenientes que la situación política de la integración le imponía para favorecer a los poderosos armadores santacruceras».

Todavía no puede uno menos que sonreírse cuando recuerda la finura con que adjetivó el problema del centralismo estatal. Eran los primeros años sesenta, no lo olvidemos, y Agustín lo describió como la «circunstancia peninsular», con comillas y todo. Era el 1659, y nos parecen circunstancias de ayer mismo:

«Vuelven, pues, los puertos canarios por sus fueros y el tráfico de internacionales embarcaciones se engrandece, por lo que «España, o mejor dicho, la Casa de la Contratación, radicada en Sevilla, destina en Canarias a unos funcionarios denominados Jueces de Registro, para que controlen todo el comercio y emigración». A los Jueces de Registro sucederán, durante el siglo XVIII, los Superintendentes, aunque en el control de los puertos canarios intervinieran además otros organismos como la Intendencia General, la Administración de Aduanas y el Consulado, que acogotan a las islas sin que estas pudieran sacudirse la mediatización y las consabidas acotaciones. Lanzarote, por ejemplo, deseaba exportar sus famosos vinos, pero el criterio egoísta de los comerciantes de Sevilla y Cádiz se interpuso una y otra vez, poniendo cortapisas a los legítimos derechos de los lanzaroteños. Mas, como el impulso tomado por el Puerto del Arrecife era inviolable, los insulares recurrieron al contrabando y al fraude, acaso sinceramente para salvar la ruina en que la «circunstancia peninsular» hacía de la isla y Archipiélago en general».

Y es que Agustín de la Hoz, persona y obra, suponen una cumbre difícil de igualar. Marcó profundamente a todas las generaciones posteriores a él, a toda la gente del progreso, a los portadores del futuro. Aún en los años de negrura ideológica, de falta de libertad, Agustín era una especie de bandera colectiva, tal vez algo clandestina. Tan clandestina que se nos fue a todos sin darle en vida el merecido reconocimiento. Tuvo que enfermar gravemente, incurablemente, para que pudiera ver, escuchar y leer todo lo que lo queríamos, para saber de la admiración general a su obra y a su vida.

Y es que Agustín ha sido, es, todo un ejemplo de intelectual, que dio brillante respuesta, con su vida y con su obra, a los pseudointelectuales que han inundado Canarias, hablándonos de la «universalidad», de la «cultura universal», como algo ajeno a lo nuestro, etéreo,…, ligado sólo a referencias de la moda internacional. Han sido, siguen siendo muchos, auténticos tontos útiles de las multinacionales, del poder económico. Es que acaso se puede ser más universal que Agustín, que fue universal, que fue del mundo como nadie, pero «desde aquí».
Agustín Torres lo dijo: » Agustín de la Hoz fue el gran investigador e historiador de Lanzarote».

Y Mario Alberto Perdomo le cantó como nadie:
«Tiene Agustín de la Hoz nombre de calle, rota y desarreglada, abandonada a su suerte entre talleres que tratan de dar vida a la nostalgia marinera de Puerto Naos.

Tiene Agustín de la Hoz nombre de Casa de la Cultura en Arrecife, de Archivo por descubrir. Y memoria eterna, obra eterna tiene.

… Todo ha venido siendo la pesadilla que anunció Agustín de la Hoz, miedo tras miedo convertido en dolorosa realidad, en cruda rutina,

Queda sólo añoranza desde que su autoridad dejó de pasear entre nuestras contradicciones, entre el sí, pero…, que puso precio al paisaje y amojonó el recuerdo. Nunca entendimos la dimensión auténtica de la Cultura. A ella dedicó sus desvelos Agustín de la Hoz cuando selló un pacto de sangre con la memoria enterrada, para rescatarla del olvido, para enseñarnos los amplios límites de la dignidad, mil lecciones de coraje, de integridad, de fuerza y de fe ciega en su pueblo desvanecidas por la avaricia.

Se negó al abandono sin aspiración alguna por redimir nada, absorto, quizás, o tal vez consciente de la inmensa tarea que tenía ante sí,…

Desde muy joven se vio morir, justo en el preciso instante en que cantó al amor con encendida pasión. Y los hizo al poco práctica incomprendida: todo para la Isla y sus gentes. Darlo todo, darse todo él, con urgencia, en abordar el ingente trabajo hasta entonces no acometido: la Historia, la Literatura, el Paisaje,… estudiar, interpretar y difundirlo todo.

…, el hombre de principios, íntegro, impasible ante los cantos de sirena que pretenden poner precio al intelecto. No gusta el hombre que se resiste a ser domeñado, que llama por su nombre la mediocridad, que señala al vende patrias, que rehúsa al mejor adulón y se niega a dar sentido a la vocación caciquil, venga de donde venga.

Las cintas métricas sustituyeron a los libros, el poder a la razón, la orden al diálogo,… Resulta del todo inexplicable la férrea resistencia de un hombre, sólo, ante la arrolladora fuerza de los acontecimientos, para abrir una brecha para la Cultura.

Sólo nunca más ha de estar Agustín de la Hoz, jamás un hombre, solo, volverá a abordar tan impresionante reto. Nunca más solo el poeta».
Maravilloso, Mario Alberto. Y realista, porque ya no están salas, ni volverán a estarla. Ni Agustín de la Hoz, ni César Manrique estarán solos nunca más. Ya lo dije antes, están con ellos todo un ejército – pacifista, clara – de «güincheros», y todo el pueblo de Lanzarote, y de Canarias.

Además, intentan, intentamos, tener los pies en el futuro, y sabemos que esa sociedad por la que luchamos, esa sociedad nueva, llegará, la conquistaremos, porque es la única posible compatible con la condición del ser humano, porque, además, sabemos que esa revolución es un proceso, que se hace paso a paso, trabajando por ella todos los días, todos los días de toda la vida.

Porque sabemos, como dice Rogelio, que hay momentos en que da la impresión de que la revolución se ha detenido, que no pasa nada, que la vida se para, que no vale la pena hacer nada… Incluso nos hacen llegar a creer que no se puede hacer nada, que no se puede cambiar nada. ¡Nada más lejos de la realidad! Sabemos muy bien que la enorme roca que bloqueaba el paso del agua que llegó, inmediatamente antes de que la roca rodase, arrastrada barranco abajo, en medio de un torrente de espuma y agua, en medio del estruendo. Muy por el contrario, la fuerza que movió fundamentalmente la inmensa roca fue la enorme resultante de la suma de las de todas aquellas gotas anteriores a la última, la de aquellos millones de gotas precedentes, en definitiva, la fuerza acumulada en los «grises» días anteriores.

Ahora, en pleno agosto del año 2.000, digo bien, del año 2.000 -Mario Alberto y Ginés ya son cuarentones-, nuestros amigos escuchan atentamente al pregonero, que les habla de los problemas del momento. Todos se miran y sonríen ¡Porqué estos de ahora apenas son problemas! Aquellos de 1990 se cogieron a tiempo ¡Por fin! Arrecife, Lanzarote, Canarias y el Mundo, pusieron firmemente los pies en el futuro, y todo –bueno casi todo- se arregló…, y casi podemos decir que somos felices. Los EEUU de América sufrieron su perestroika, mucho más dura ¬que aquella de los 90 en los países del Este de Europa. Fíjense que ahora el presidente es de raza negra,… y mujer, nadie muere de hambre en el mundo… Y si esto fuese un cuento o una historia, con final feliz, yo tendría que terminarlo con el consabido colorín colorado, este pregón… casi… se ha terminado.

Porque, llegado este momento, permítanme que discrepe abiertamente con mi buen amigo Manuel Medina. Daba a entender en 1988 que Lanzarote no tenía mitos y decía:

« … En las últimas décadas, algunas regiones españolas han conseguido incluso mitificar a figuras de su historia reciente: Companys en Cataluña, Castelao en Galicia, Infante en Andalucía, o Tierno en Madrid».

Yo creo, sinceramente, que César Manrique o Agustín de la Hoz tienen más características míticas para Lanzarote que, por ejemplo, Infante para Andalucía o Tierno para Madrid.

Pienso, estoy completamente seguro, que somos muchos los que estimamos que Lanzarote sí tiene mitos. Al menos dos: César Manrique y Agustín de la Hoz. Ellos, Agustín y César, son mitos de hoy mismo, vivos y para la eternidad.

Y como final, tan sólo me falta contarles que aquellas fiestas de 1990 fueron una explosión, como nunca, una cosa tremenda, casi insuperable. Hubo de todo: exposiciones de pintura y dibujo, marionetas, exposición de la Pinacoteca Municipal, muchos recitales de folklore y de música popular, pasacalles con papagüevos, piñatas, deportes náuticos, mucho cine, corales, teatro, rock, concursos infantiles de dibujo, concursos de pesca, bandas de música, fiestas infantiles, poesía popular, conciertos de guitarra, bola canaria, bailes de candil, carrera de sacos, cogida del pato, petanca, humor, música sudamericana, cogida de cintas, regatas de jolateros y de barquillos, cucaña marina, encuentro de habaneras y música del mar, danza popular, presentaciones de libros, lucha canaria, maratón fotográfico, festival de tradiciones y costumbres populares, gimkana en carretilla, natación… y multitud de cosas más, que definen unas auténticas fiestas populares, sin igual en todo el Archipiélago. Gracias por todo ello, José María, Celso, Fefo y compañía.

Rápido, vayamos a la Fiesta. Y brindemos en ellas ¡ya! porque las de los próximos años sigan profundizando aun más si cabe en esta línea de auténtica cultura popular.

FELICES FIESTAS porteños, que las disfrutemos a tope.

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