POR SEBASTIÁN SOSA BARROSO
Antes de entrar en el Pregón de las fiestas grandes de la isla, quería leerles unas palabras que sirvieran de prolegómeno, como una infra-historia personal que llevo dentro desde hace muchos años; y es, solamente, decirles que a mí, aquí, en Lanzarote, todo se me vuelve una pesada carga de sentimientos que son muy difíciles de explicar y de concretar; veo muchas cosas profundas, adivino esencias de la isla, se me reaviva la memoria y todo se me escapa volando mar adentro.
Quería decirles, ahora, que la isla y su Puerto, aún sin conocerlos, sin pisar por estas tierras, ya me eran conocidos, y creo que no de una manera superficial; me eran conocidos cuando yo tenía 12 ó 13 años; era en la edad cuando las cosas entran por la imaginación, cuando la fantasía aletea, inventa y recrea paisajes que no son conocidos; era en la edad en que la amistad nace sincera y queda fija y nunca muere; era en la edad en que yo estudiaba en el Colegio Viera y Clavijo de Las Palmas; allí, en su internado, conviví de una manera muy entrañable con mis amigos de bachillerato; eran estudiantes de Lanzarote: Pepe y Ginés Arencibia, Alfredo Matallana, Quina Páez, Antonio y Manolo Quintana, Rafael Ramírez, Segundo Barreto, Panchito Armas Feo, Enrique Armas, José María Barreto, Bordón, Manuel Borges, Andrés Betancor, Estanislao Carrasco, Ceciliano Bermúdez; sí, era un grupo grande de conejeros, estudiosos, revoltosos, bullangeros, juerguistas, todos ellos de feliz memoria; recuerdo que todos hablaban de su tierra con un amor extraordinario; entonces, para mí, Lanzarote de oídas: La Montaña del Fuego, Timanfaya, La Florida, Masdache, Haría, Nazaret, Tiagua; entonces, Lanzarote se hizo para mí una tierra entrañable porque la amistad con ellos también era entrañable; aventuras de niño y de muchacho se sucedieron en el barrio de Vegueta, misas y rosarios en la Catedral y en la Ermita del Espíritu Santo; recuerdo las discusiones entre ellos: el Charco de San Ginés vale más que la Florida, Tiagua es mayor que Goíme; y aquello de:
La Villa ya no es villa,
la Villa es un arrabal.
San Bartolomé es la villa
y el Puerto la capital
Estábamos en un colegio interno y de gran prestigio en la Ciudad de Las Palmas; pero era la época de las cartillas de racionamiento, de la guerra civil, de los discursos de Pildain; era una época mala y de economía muy resentida. Pero mis amigos conejeros eran muy generosos; de Lanzarote llegaba al internado un paquete bien preparado: higos y tunos pasados, carne de conejo especial que pre-paraba la familia Ramírez Curbelo o de D. Estanislao Carrasco; los conejos debían ser del Volcán de Tahiche o de más lejos, del Volcán de la Corona; las escopetas de Don Rafael debían ser muy buenas y él debía tener muy buena puntería.
Ya en la Universidad, también, alumnos míos y compañeros de Lanzarote: Luisa Pérez, Manuel Borges, Gerardo Morales, las hermanas Robayna.
Y luego, en el transcurso del tiempo, mis oposiciones en Madrid; todos los opositores sabían, antes de elegir plaza, que yo iba a elegir la del Instituto de Arrecife; y así fue, y en buena hora; aquí, el reencuentro con la mayoría de mis viejos amigos; aquí, el reencuentro con un paisaje soñado, con una naturaleza nueva, «inquietante»; aquí ejercí funciones directivas y nacieron mis contactos con los políticos de entonces: Pepín Ramírez, Ginés de la Hoz y Avendaño Porrúa. Aquí encontré la 1ª Asociación de Padres de Alumnos de Canarias que tanto colaboró para el buen funcionamiento del bachillerato; por eso quiero mencionar, es la gran ocasión, a personas como Emilio Sáenz, Manuel Torres, Domingo Lasso, Leopoldo Cabrera, Becerra. Generaciones de estudiantes de entonces han ocupado y ocupan actualmente puestos de excepcional relevancia; se dio un importante paso de apertura al bachillerato a todas las clases sociales; los estudios nocturnos abrieron las puertas a los obreros de condición humilde; pero Dios me libre de ser tan tonto para dejar entrever que todo fue mérito mío; con toda sinceridad, fue una labor «Conjuntada de equipos de trabajo», de profesores, políticos, y entidades privadas; aquí, en Lanzarote, se avivó y concienció al público para hacerles ver que el mayor bien estaba en la cultura de la isla, en la cultura de sus hijos; y tuvimos, entonces, el Centro de Mayor alumnado de Canarias y tanto fue así que la Asociación de Padres de Alumnos tuvo que alquilar una casa particular, próxima a los aledaños del Instituto, para dar escolaridad a tanto alumno. Todo esto parece que fue ayer, hablo, hoy, de manera superficial, de cosas que ocurrieron aquí, en Arrecife, hace 22 años.
Perdonen este prolegómeno, que estimé necesario; pasemos, ahora, a la promulgación de cosas que se me han ocurrido con motivo del «San Ginés 92»
Y entremos en una especie de epílogo que no es final de algo, sino sobre algo. Señores, no estoy de acuerdo con Arozarena, cuando en una cita desafortunada en «Mararía», compara a Fuerteventura con Lanzarote, afirmando que es «también» un esqueleto de isla.
Don Miguel de Unamuno clavó sus ojos de lechuzo más en las aulagas resecas de la isla extensa y calva que en otros aspectos; en la visión de Fuerteventura, mis preferencias están en los magníficos versos de Pedro Lezcano cuando ve su esencia de isla como una diosa distendida de siglos, reposada, esperando le llegue su amor.
No, Lanzarote no es «un cadáver extendido de mar a mar, velado por Palmeras», como diría Alberti en su «Yo también canto a América».
Lanzarote es vida y vida tiene que dar como se la pide Pedro Perdomo en su «Oda a la isla»:
«Antes de irme, oh Lanzarote, dame
un hilo de la fibra de tu fuego
para petrificar una palmera.
………………………….
lo que des, Lanzarote, dalo pronto.»
Mi deseo, dignísimas autoridades, es que Lanzarote «no se pierda» por el mar ni por tierra; hay que sentir, y volver a resucitar aquellos sentimientos del «Conde Niño», que se cantó aquí, en Arrecife, hace siglos y que se ha transmitido de padres a hijos por vía oral:
-¿Qué es esto que siento, madre
en las orillas del mar?
-O es un ángel del cielo
o una sirena del mar.
…………………………….
-Si acaso yo me muriese,
háganme la sepultura
por veredas de ganado
por caminos de herradura.
De cabecera me ponen
la silla de mi caballo
y me la forran por fuera
de tafetán encarnado.
-Déjenme un bracito fuera
con un letrero firmado,
por si pasan por aquí
digan que murió un cristiano;
que ha sido por una doncella
que en el monte la he encontrado.
Sí, dignísimas autoridades: que tierra adentro no se nos muera ni el campo ni el camello; que no se nos muera el amor en los jóvenes ni en los viejos; hay que volver también al mar, al mar de Lanzarote, siempre, al mar vivo, al mar remoto desde los tiempos de la Creación, pero con sarmientos y racimos de uvas en las manos, aproximándonos siempre a él, como en las mañanas de San Juan; sí, hoy hagamos una ofrenda aunque sea verbal a los viejos veleros construidos en Porto-Naos y que llevaban en la proa los nombres de «El Rosario», «La Soledad», «La Esperanza», «El Vicente», «La Irenita» y «La Bella Lucía»; ahora están encantados, soñando dentro de las aguas del mar, por la bocana del puerto.
Sí, dignísimas autoridades, por las tierras conejeras no debe morirse de tristeza el camello, como el camello que nos retrata Cortazar, el camello que afligido se queda en las fronteras como animal prohibido y transportador inocente de drogas alucinantes; sí, por el campo, por nuestros campos, han de cantarse otra vez, como antaño, aquel viejo romance de la Infantina:
A cazar va el cazador
a cazar como solía,
los perros lleva cansados
y el «jurón» perdido había.
Ojalá que volvamos siempre a encontrar, como la misma infantina perdida, el mismo paisaje de ayer y de ahora, tal como lo expresan los eslabones del romance citado:
¡Casas blancas, casas blancas,
donde mis padres vivían,
en mis hermosos jardines
donde yo me divertía!
He intentado por todos los medios procurar que no se me escape por ningún resquicio de mi alma ningún duende sentimental que agite la calma de mis sentimientos; he puesto todos los medios para que esa especie de duendes, que aparecen en «Historia de Cronopios y de Famas», de Julio Cortazar, estén adormilados, siesteando en mi cuerpo; y escribo, como quien camina de puntillas, para que nada sentimental los despierte porque no quiero abnegarme sentimentalmente en un pasado, que a veces, se me hace «hoy» y muchas veces, con harta frecuencia «mañana». Es decir, «hoy», «mañana» y «siempre» Lanzarote y Arrecife en «mí», dentro de mi yo personal.
Así es que, tal vez, lo mejor es hablar del pasado; pero como no soy historiador me adentraré por los caminos de la imaginación recreativa que son más bellos que las pesadas realidades de los científicos y eruditos. Todo eso porque a la realidad de un San Ginés, de un Arrecife, de un Lanzarote, les presta más la leyenda, la fantasía desbordada de cualquier autor de los viejos libros de caballería.
Creo también que una fiesta es una «feria» en sentido religioso y es más divertido «crear» y sobretodo «recrear”
Yo, señores, he sido elegido esta vez para ser el pregonero de la Fiesta grande de la isla; de la fiesta mayor de Arrecife y mi agradecimiento me pesa tanto que hoy quisiera ser un juglar a la antigua usanza, al modo medieval; es decir, perito en la versificación, hábil en entretener con juegos de malabarismos y recitar cientos de versos de memoria; por ello tendría como «ganancia» una especie de casaca a cuadros en forma de tablero de ajedrez con muchos colores; casaca que sería envidia de la jipies y que me regalaría San Ginés, el santo «aficionado» a oír las olas y a pasearse por el charco aunque la «maresía» le enjuague de sal su ropón de obispo hecho en los telares de Provenza o en cualquier región de la Francia anterior a Ia revolución o tal vez en alguna isla de las Antillas.
Sí, señores conejeros, señores porteños de la calzada mayor de la isla, ahora voy a dar rienda suelta a los duendes de mi fantasía: el Santo francés se dio, hace muchos años, una chapuza cuando entraba por los canales del islote del francés, entonces lleno de glorias marinas y banderas hechas con los colores del arco-iris; hay que pensar que San Marcial, su otro compañero de viaje, se paseó por el sur de la isla, subiendo las montañas rojizas que desde las naves normandas parecían de rubí, rojas como la sangre de los mártires.
El Rubicón y el Charco de San Ginés se me antojan los dos flancos vulnerables a la cultura europea, o normanda o mejor castellano-europea; Teguise, es otra cosa; es tierra en altiplanicie, es señorial, extendida, conventual, franciscana y dominica, con un castillo medieval, que defenderá, como Castilla adentro, la españolidad de las tierras frente a portugueses e ingleses; estos, los de Albión, montados a caballo y con estandartes bordados con figuras de San Jorge y el dragón, fueron, y esto es histórico, vencidos por los castellanos de la isla, junto a la enorme mareta de la Villa, aupados sobre los lentos camellos, tal como se ve en un manuscrito que se conserva en el museo británico de Londres.
Yo, ahora, quisiera hacer la exégesis de lo que yo intuía, vi y veo ahora en Lanzarote, de lo que vi y veo en Arrecife, la capital más hermosa, más blanca, más limpia como lo hubo de ser en su origen, cuando la onomástica predominante era la de los «gineses» y «marciales», cuando las iglesias de Femés y del Puerto estaban llenas de exvotos, de barcos veleros y de cuadros pintados con las almas benditas del Purgatorio.
Se me ocurren muchas cosas, queridos arrecifeños y entrañables lanzaroteños en un día como hoy, para abrir las puertas de la gran fiesta con mano emocionada; yo quisiera, de una manera entrañable, recordar muchas cosas, imaginar otras y hacer la urdimbre de un tapiz del siglo XV, con bellas historias, tal vez soñadas, de los acaeceres de una isla donde el viento, el mar y los volcanes lo hacen todo.
Creo con toda sinceridad y con toda la carga objetiva de imaginación que Arrecife es Lanzarote, es su corazón, es la víscera principal de su cuerpo de isla; creo que la cultura de la ínsula caballeresca, en su resultado actual, tuvo su cuna aquí, en la capital.
Arrecife, en su día, se bautizó con un nombre árabe; Arrecife, en su origen significó «calzada», «camino firme y seguro». Y es por el Puerto, por los dos puertos, por donde Africa nos enviaba también los mensajes de paz que traían los camellos que aruñaban la tierra con sus arados; son los camellos con sables que imaginaba el visionario Agustín Espinosa que llegó a fantasearlos en Nueva York, trabajando con Pamplinas, con Mary Pickford y con Charles Chaplin. Y es por Argana donde se asentaría una cultura de milenios, megalítica, tal vez procedente de la antigua Atlántica de la que hablaba Platón.
Y si creemos a los comentaristas de «La Divina Comedia», por aquí navegaría el desinquieto Ulises, que a Juicio de Dante, naufragó cuando intentaba llegar a la isla del Purgatorio, a la isla del fuego y de los temporales de viento. Sí, cabe dentro de lo posible, que la ingenuidad del autor italiano estuviese avivada por el relato de algún genovés que merodease desde una nave lejana y viese como el Volcán de «Tahíche» o tal vez el de «La Corona” llevase los ríos de lava al mar; «Bendita ingenuidad» que situaba la isla del Purgatorio a cinco días de haberse atravesado las columnas de Hércules. Literatura, imaginación y realidad se hermanan aquí, en esta isla, desde el siglo XIII. Creo que tenemos derecho a «constatar» estos hechos, dejando, como dije antes, encerrados los sentimientos, bien enjaulados, para que no se escapen, pero sí gozosos como nuestro caballero Don Quijote cuando iba encantado en la carreta camino de su pueblo.
Sí, hace muchos años, Arrecife, con su ermita junto al Charco, era la calzada, el firme, por donde entraban y salían los lanzaroteños, en un discurrir y devenir constante por el mar, protegidos sus dos puertos por los dos castillos de San José y San Gabriel.
El Puerto era el camino, la estancia y la posada del marinero, del traficante, del viajero transmarino. Aquí las viejas fondas y las viejas cantinas donde se contaban historias de piratas y viejas leyendas de tesoros escondidos.
Me imagino que sería por aquí por donde Clavijo Fa¬jardo, de La Villa, fuera despedido de sus familiares y amigos agitando pañuelos, sabe Dios en qué nave, cuando se dirigía a la corte para vestirse con «casaca y peluca empolvada» y luego, asentado en Madrid, desafiar a Carón de Beaumrchais y «por su causa», «bendita causa», la creación feliz de «El barbero de Sevilla» y del «Clavijo» de Goethe; ¡Feliz hecho cultural el de la salida de un conejero camino de la Corte, camino de Europa!. ¡Feliz desafío!, cuyas consecuencias dieron base también a la inspiración musical de «Las bodas de Fígaro» de Mozart.
Que no se me enfaden los de la Villa porque la anécdota parece que viene a contrapelo en un pregón de San Ginés; pero nada de eso, porque creo que La Villa será siempre «Teguise la Villa”, la única en el mundo, algo así como lo que significan los sintagmas «Burgos la casa» o «Valencia la bella» en el poema del Mío Cid; pero, eso sí; sí, Arrecife es la capital sin duda; el puerto abierto al mar; hoy sin miedo al mar; sin temor a las correrías de moros y piratas, como lo había antaño; Arrecife es puerto abierto, por donde entraron, lo más probable, hace muchos siglos, fenicios, cartaginenses, romanos, mallorquines y genoveses; los normandos entrarían por el sur; cada pueblo o civilización con intenciones distintas; pero por Arrecife habría de entrar también mercancías muy hermosas: la imagen actual de un San Ginés francés, hecho en La Habana, transportado sobre el piso firme de concreciones volcánicas endurecidas; y es muy posible, que un legendario San Marcial, entrase por el puerto refugio más seguro del Archipiélago, camino del sur de la isla. Dos obispos, dos franceses legendarios, que tomaron posiciones estratégicas en la primera isla conquistada; y con ellos, los caballeros del siglo XV, imbuidos de ideales religiosos y caballerescos, defensores de las damas, de los huérfanos, de las viudas; por encima de los bajíos, a través de los arenales, a través de peñascales y arenas volcánicas llegaría puro y limpio el nombre de Lanzarote, sin recurrir a derivaciones del Lanceloto Malocello. Lanzarote es, sin lugar a dudas, un nombre tomado directamente de la onomástica de los libros de caballerías, tan en boga en el siglo XV; no olvidemos que la figura del «caballero» prototipo de la Edad Media, penetra en el Renacimiento español y llega al Barroco y toma asiento en la Biblioteca e imaginación extraordinario de don Quijote, igual que otro caballero, Pedro Barba, de cuya existencia real no duda nuestro divino loco y con razón; él entra también en el tapiz que hemos imaginado como caballero de Tierra Santa, con lanza y escudo y al pie un rótulo que dice «Rey de Lanzarote»; todos estos hechos y leyendas de caballeros andantes moldearon el espíritu de esta isla de los volcanes, cuyos habitantes, verdaderos caballeros, han llevado siempre el espíritu de la caballería andante, y cabalgando por el mar, atravesando el gran océano, llegaron a fundar la ciudad de San Antonio de Tejas, en 1831; ¡Cuántas naves, sabe Dios, hicieron arribada en los arrecifes! ¿Cuántas naves se construirían en el puerto para las grandes aventuras? ¿Cuántas naves, goletas y bergantines calafatearon su maderamen en Puerto Naos? ¿Cuánto artista trabajaría en los mascarones de proa? ¿Cuántos barquillos de vela y falúas reposaban al atardecer en el Charco de San Ginés, cuando regresaban, tomando como punto de referencia la iglesia blanca del santo patrono?
Pero quiero también, en este día del pregón, recordarles a los arrecifeños, a los porteños, que por el puerto habría de entrar el cadáver de un caballero asesinado en La Palma: Guillén Peraza; y con ocasión de este hecho luctuoso, cabe imaginar en boca de las mujeres del puerto, cómo se arrancarían el pelo y gritarían, contraviniendo las viejas órdenes del Rey Sabio en el «Código de las Siete Partidas». Pero fue un acontecimiento feliz para la Literatura Española. Aquí nació la mejor endecha de la Literatura Castellana, aquí se compuso la mejor canción triste de la poesía española:
¡Llorad las damas, si Dios os vala!
Guillén Peraza quedó en La Palma
la flor marchita de la su cara.
No eres palma, eres retama
eres ciprés de triste rama,
eres desdicha, desdicha mala.
Tus campos rompan tristes volcanes,
no vean placeres, sino pesares,
cubran tus flores los arenales.
Guillén Peraza, GuilIén Peraza
¿do está tu escudo? ¿do está tu lanza?
Todo lo acaba la mala andanza».
Sí, por el Puerto, por Arrecife, entró también lo que es hoy una reliquia de incalculable valor, aunque hoy esté muda; me refiero a la célebre campana de la ermita de San Antonio de Tías, el gran invento de San Paulino de Nola para llamar a los fieles al culto y que servía también para tocar a rebato en las incursiones que hacían los berberiscos, para tocar a fuego, para invitar con su voz de bronce a la oración. La campana lleva inscrita la fecha de 1455; es decir, es 28 años más vieja que la Conquista de Gran Canaria. Actualmente está silenciosa, colgada en el Castillo de San Gabriel, campana muy anterior a la Conquista de Granada y tal vez temblaría de emoción, como una niña, viendo en el horizonte las naves que por primera vez arribaron al Nuevo Mundo. Todo es muy interesante; hay mucha historia que contar en una isla tan pequeña, pero llena de anécdotas y siendo el pregón de un Santo de Dios no podemos olvidar que aquí, en Lanzarote, en esta isla, se hizo el «primer Catecismo cristiano» adaptado a los guanches, a los nativos que pronto tuvieron vocación de cristianos y recibieron el bautismo como si hubiesen nacido en Roma, en Sevilla o en Valladolid.
Sí, señores de Arrecife: las fiestas de S. Ginés nos traen muchas connotaciones, aunque nuestra imaginación, como un caballo desbocado, se va por todos los derroteros de la isla; por el Puerto, en el Puerto y desde el Puerto entró, se hizo y salió mucha historia que ha tejido la misma historia de la isla, la misma historia del Archipiélago; la historia de Canarias empezó a bordarse en Lanzarote. La Europa del XV entró por estas tierras; Sí, señores de la isla, demos rienda suelta a la imaginación y volquémosla sobre hechos reales que el tiempo o las arenas de Famara, o los arrofes de los volcanes han dejado casi sepultados; pero estos hechos, transcendentes para el hombre de hoy, todavía se ven, como intentando salir a flor de tierra; tenemos que ahondar con frenesí en nuestra cultura profunda que todavía asoma tímidamente; y si la encontramos, nos sentiremos autóctonos de estas tierras, más liberales; así que busquemos lo nuestro en nuestra historia, aunque sea recreándola de nuevo porque de esta forma volveremos a encontrarla, tal vez con detalles más puros, con la claridad que tienen las salinas blancas en un día de Sol.
Sí; por Arrecife, también, apellidos de origen árabe, tan significativos como Arraez, Arraiz Arranz, Array, todos ellos deformados por la adaptación fonética del español, y que lo encontramos en el Quijote con el valor de un sustantivo común que significa «capitán de embarcación»; ello significaría que en la isla conejera hubo tolerancia y convivencia con aquellos que diariamente oraban recitando algunas suras del Corán; y, situándonos en un plano imaginativo, con la fantasía de encontramos en una «ínsula caballeresca», no puedo apartar de mi mente el topónimo «Cueva de los Verdes», donde el «los» se me antoja hace referencia a gente de otra raza, bien mora o tal vez judía; en el Fuero Juzgo de Alfonso X, «se advierte» a los judíos que se escondan durante la cuaresma para evitar el furor de los cristianos en tan señalados días; oralmente, estando yo aquí, en Lanzarote, un compañero me afirmó que había una especie de bula de Felipe V, concediendo la habitabilidad de los judíos en la isla el distintivo obligatorio en colores era preceptivo desde la Edad Media para los de otra religión; un testimonio en las palabras de Roldán, herido de muerte, cuando sus creencias intentaba quitarle su espada Duandarte: «‘Lasse- moi coul verd»; y en el mismo Quijote encontramos sustantivado El Verde; el personaje del verde gabán, me parece alucinante, y parece extraído de nuestra cueva “cuando dice a nuestro caballero de la Triste figura: Mis ejercicios son el de la caza y la pesca, pero no mantengo ni halcón ni galgos; sino algún perdigón manso o algún hurón atrevido».
Sí; el nombre de «Lanzarote», envuelto en leyendas aparece 8 veces citado en boca del loco más prodigioso que ha visto la humanidad; y hasta en «la cueva de Montesinos» se le apareció la dueña Quintañona como la mejor escanciadora de vino de la gran Bretaña”(La amante de Lanzarote).
No voy a cansarles más en el día grande de la isla, pero sí quisiera constatar que la vid llegó a América desde aquí y debemos pensar que los primeros vinos que produjo «El Nuevo Mundo» sirvieron para consagrar la Eucaristía, para celebrar las bodas y alegrar los corazones de los que buscaban nuevas aventuras.
Ojalá que una nueva Europa, la Europa que se está fraguando, entre de nuevo y de lleno por esta Isla; pero que no sea la europea de la polución, de la droga, de los intereses sólo materiales, de la Europa que ha contribuido mucho a romper la capa de ozono, de la Europa caduca en altos ideales.
No me quiero perder en divagaciones políticas y sociales; ahora quisiera ser «Actuario» de algo: hace tiempo, en «La Voz de Lanzarote», decía yo estas palabras en varios artículos sobre los pueblos de la isla que se titulaban «Lanzarote cero horas, cero minutos, cero segundos»: «desde hace casi dos décadas Arrecife ha tenido un gran crecimiento tanto horizontal como vertical; hoy una ciudad agobiante; las calles están siempre de patas arriba por aquí y por allá; Arrecife es un continuo tejer y destejer como el sudario que confeccionaba Penélope todo porque es necesario acicalar a la ciudad para que entre de lleno en la vorágine de las grandes urbes del archipiélago» ( … ) «Arrecife es la ciudad de las direcciones prohibidas, de los atascos… en ella los turista buscan lo que no encuentran… en ella abundan la droga, el ratero, el ladrón de bolsos, los especuladores del suelo» y otras cosas más; no todo eran cosas peyorativas.
Pero no hace mucho tiempo he vuelto y he quedado, sorprendido después de patear la ciudad; y a ello voy, quiero ser «Actuario», repito, esta vez, del encuentro con una ciudad limpia, que mira al mar, con tráfico ordenado, con calles bien señalizadas, con modernos edificios que nada tienen que envidiar a las viejas casonas, con jardines bien cuidados, con sus castillos magníficamente conservados y, como siempre, la nobleza heredada de su gente.
Y me van a perdonar que entre comillas repita algo de mi artículo dedicado en su día a Pepín Ramírez: «¡Oh, mis amigos nostálgicos! ¿Verdad que sería muy bonito aquel Arrecife de moros notables sentados en la acera del viejo casino, con balneario especial, hablando del precio de la cochinilla, de la barrilla y de los ajos? Pues a todo eso había que añadirle la banda de música que tocaba en las fiestas de San Ginés, alegrando a grandes y pequeños e incluso las banderas de papel que bailaban colgadas de enormes liñas y que el viento movía al ritmo de las crestas de las olas, porque eso sí, en Arrecife siempre están conjuntadas la tierra y el mar, muy pocas veces airado en sus orillas».
De la historia del Santo Patrón no soy un experto no dispongo de una hagiografía extensa. Hay muchos San Gineses; desde el cómico romano que se bautiza con su propia sangre, al San Ginés del 25 de Agosto, Obispo de Arlés, notario público de la ciudad que fue decapitado, en el año 308 por negarse a escribir y publicar los edictos de persecución contra los cristianos; por eso estamos aquí, ahora, haciendo el pregón de las fiestas del Santo Patrono de Arrecife; pero lo más interesante es que se venera a un Patrón que participa de la Gloria Celestial según nuestras creencias; lo más interesante, ahora, que se mantenga la devoción a un Santo que es patrono de la Ciudad Grande de la isla; lo más interesante es que hay una extensa onomástica ginesiana que casi, casi, los conejeros se llaman «gineses» y a mucha honra. Su imagen, su vieja imagen, vino de La Habana y se ubicó en una ermita que entonces dependía de la parroquia matriz de la Villa de Teguise; junto a esa vieja ermita, un solar contiguo, estaba el primer cementerio de Arrecife; pero no es el momento ya de brindar por el mártir y por los Gineses de Lanzarote y de Canarias. Es el momento en que hay que alzar la copa y brindar ahora y siempre, pero con “vino conejero” y no con champán, aunque el Santo sea francés.