POR SEVERIANO GARCÍA HERNÁNDEZ
Las fiestas y el Arrecife que yo viví
Dicen que recordar es volver a vivir y yo así lo creo.
Era «el Arrecife «de mis correrías infantiles, un pueblo aprendiz; de ciudad, que por desgracia tenía más cosas malas que buenas de uno y otra.
Viví en el »Arrecife » de la escasez; de agua, los serenos, las calles empedradas y de tierra. La falta de casi todo, la carencia del bienestar que disfrutamos, sobre todo en lo económico propio de aquellos tiempos de la posguerra, pero en compensación todo era más entrañable, más familiar, la gente celebraba su fiesta con gran ilusión.
Habían cosas irrepetibles: la de los correíllos (dos veces en semana) y las campanadas, tanto las del reloj del Cabildo como los de la torres de la iglesia por el medio-día como por la tarde, pero lo que más impresionaba era cuando doblaban por la muerte de algún vecino.
Como todo pueblo, tenía un Mercado, punto de encuentro diario de reunión de aquel Arrecife, donde se encontraban y saludaban todos los habitantes de la isla, que por algún motivo venían a la capital o al puerto.
Me crié en la hermosa marina de Arrecife, de aguas limpias y transparentes, hoy deterioradas por tantos vertidos contaminantes que mataron casi toda la flora marina y por tanto parte de la fauna de la misma; recuerdo que desde Puertonao hasta la punta de la Bufona existían grandes extensiones de «sebas» y otras algas que mantenían una gran cantidad de peces, que hacían dentro de las barras un criadero importante, quizás uno de los más importantes de Canarias.
Hace unos días fui al «muelle grande», a observar la marina tal y como lo hacía de pequeño y con tristeza contemplé una hilera de casas que no dejan ver el resto de la ciudad y vi lo cambiado que está nuestro Arrecife; observando desde las ruinas de la Rocar (cuanto trabajo casi de explotación y cuanto dinero salió de Arrecife), y ahora quieren sus propietarios sacar más dinero. Eso ocurrirá en Lanzarote el día que los inversores no les interese seguir, nos dejarán el cemento y eso no se come; seguí mirando hacia el antiguo Parador, rápidamente, para no ver la hilera de edificios que continúan hasta la Peña del Camello, reconociendo lo bonito que está el Reducto, limpio, pues antes toda esa zona eran vertederos de basura.
Y qué ironía, el nuevo edificio del Cabildo, está edificado sobre parte del antiguo basurero donde enterraban animales y estaba lleno de guirres.
Sola, como no resignándose a perderse todo cuanto ocurre en su mar, se ve la torre de la iglesia de San Ginés, emerger entre edificios. Al pie de la citada torre, diariamente al atardecer, al calor de sus Piedras, nos reuníamos la chiquillería de aquella época, era la única manera de comentar todos los sucesos diarios que los chicos mayores nos contaban a los pequeños, historias de Arrecife y de San Ginés tan unido a nuestra ciudad.
Decían que el charco de San Ginés se llamaba así porque apareció un cuadro del santo flotando sobre las aguas en el mismo lugar donde está la iglesia, en la Puntilla, el milagro fue que el marco era de hierro.
También contaban, que antes entraban las toninas (delfines) dentro de los islotes, los marineros las capturaban y le ofrecían un quinto al Santo, pero dejaron de entregárselo y ya no entraron más toninas.
Otro contaba que en el Charco se veían por las noches unas luces que se movían, que era de un tesoro que una familia de Arrecife encontró en una botija de barro.
Y así, día a día, esperábamos la única fiesta a la que podíamos asistir los pequeños, porque el resto de las fiestas se celebraban dentro de las cuatro sociedades de Cultura y Recreo que existían.
Se le daba tarda importancia a la fiesta de San Ginés que todas las casas se albeaban y las familias estaban pendientes unos meses antes de los vestidos tanto de los mayores como de los pequeños.
Existe un cuento de una señora que tenía dos hijas y el marido estaba trabajando en Cabo Blanco, no tenía dinero para las ropas de sus hijas y le envió un telegrama muy reducido para ahorrar dinero, que decía:
San Ginés arriba, chicas desnudas.
Nuestros padres nos ponían de punto en blanco: traje, corbata y zapatos nuevos, que luego volvíamos a casa con ellos en la mano, una vez que nos habíamos gastado en media hora, todo el dinero que habíamos ahorrado durante todo el año.
Las fiestas se celebraban en el muelle de las cebollas junto al quiosco de la música, habían ventorrillos de madera con lonas de barcos y palmeras, pero para las personas de más poder adquisitivo existía el Teide, una barraca de feria donde se escuchaba música en vivo de un trío; las señoras tomaban helados y refrescos y los caballeros cerveza fría y todo tipo de licores; era el no va más en las Fiestas de aquella época.
Los paseos en el parque, ¡ay! los paseos, cuantos matrimonios empezaron en las gestas ya que venían chicos y chicas de todas las islas.
Un gran acontecimiento era la luchada que se celebraba en la Recova (mercado), donde nos dejaban entrar gratis a los niños a ver las hazañas de Garampín, Matoso, el Pollo de Tías, el Pollo de las Mercedes, etc.
Para el Arrecife marinero, se esperaba la regata de lanchas corvineras. Esta regata, dado el prestigio que tenía el ganarla para el armador, encargaban lanchas nuevas cada año, en la víspera se probaban y si no era de su agrado se estaba toda la noche confeccionando una vela nueva.
Los premios eran:
Pimero: Una calada dentro de barra. Segundo: Una caja de coñac (que muchos marineros participantes preferían al primero).
Una persona muy popular en las antiguas fiestas era Ceferino, siempre estaba de buen humor, y ponía unos ventorrillos gigantes y también hacía un sorteo de cincuenta productos comestibles que siempre empezaba la papeleta por un jamón y terminaba con un kilo de bicarbonato.
De lo poco que había para los pequeños y que esperábamos despiertos, eran los fuegos artificiales, que siempre era igual, un barco y un castillo, me viene a la memoria que mientras esperábamos los citados fuegos, mi abuelo Marcial, nos llevaba a todos los nietos varones a dar una vuelta nocturna por la fiesta y eso era para nosotros mejor que los propios fuegos.
Y así, sin procesión, ni festividad religiosa, por existir conflicto de las autoridades eclesiásticas con las sociedades, al prohibirse los bailes durante las fiestas, conflicto que duró hasta la baja como obispo del Sr Pildain.
Allá por los años cincuenta, se instaló en el Parque Municipal (frente a Correos) una empresa valenciana de atracciones que se llamaba Iris Park, que traía coches de choque, carrusel, la ola, aviones, tómbolas, casetas de tiro etc. Fue apoteósico, fue tan grande la recaudación que hicieron durante las fiestas, que el último día lo dieron gratis para todos los niños.
No debemos olvidarnos de la Caseta de Arturo, única opción para los señores, ya que las señoras no entraban, por ser un espectáculo picante y bastante atrevido para la época, que los chiquillos mirábamos por las rendijas.
También diariamente y durante las fiestas para regocijo de los más pequeños el polifacético Isidro Gómez con su guiñol y sus personajes Chopito y Chaporro que ponían en escena un sin fin de aventuras que atentamente vivían los chicos y grandes.
Las fiestas se fueron acomodando a las atracciones antes citadas, lucha, fútbol, y otros eventos deportivos y a los bailes en las sociedades, perdiendo cada vez más protagonismo la fiesta en la calle.
Durante la década de los setenta y durante siete veces tuve el honor de ser concejal de Fiestas, con los alcaldes D. Rogelio Tenorio y D. Jaime Morales. Como yo no soy nadie para juzgar mi actuación, solamente diré que recordando las fiestas de mi niñez, volví a las dianas floreadas, con los gigantes y. cabezudos, con Basilio como organizador de tal evento; concurso de castillos en la arena, cucañas, natación, concurso de parrandas, regata de barquillos, desfile de carrozas típicas y se volvió a instalar el arco de bienvenida en la entrada del ferial etc.
También se volvieron a celebrar las fiestas en la calle, existiendo antes un gran problema pues todas las personas que no cabían en las Sociedades, se instaló una caseta de ferias donde por primera vez actuaron dos orquestas simultáneas en un baile.
Pasaron los años y debido a todos los cambios, ya sean tecnológicos, de mentalidad, por la televisión, el turismo y a su vez al aumento del poder adquisitivo con la compra de apartamentos y el consiguiente éxodo hacia las playas durante el día, las fiestas cambiaron su forma y se olvidaron que por su tipismo habían sido nombradas de Interés Turístico Nacional.
Antes las fiestas se hacían, ahora las fiestas se compran.
No podíamos olvidarnos de nuestro Patrono San Ginés rogándole que interceda ante nuestras autoridades y que les ilumine, para que conserven nuestra marina y si fuera posible regenerarla.
También que se creen aparcamientos, muchas zonas verdes, parar la masificación; y otros tantos desastres urbanísticos que han borrado por completo aquel Arrecife que yo viví, y que sus fiestas vuelvan a ser dentro de lo posible aquellas tan típicas y llenas de encanto que a todos nos gustaría volver a vivir, con ventorrillos típicos y parrandas, muchas parrandas.
A los jóvenes arrecifeños, que serán los que organicen las fiestas en el futuro, que no olviden las tradiciones y costumbres de sus mayores y aunque lleguen a nuestra ciudad personas de cualquier parte del mundo a establecerse y su cultura sea diferente a la nuestra, no olviden nuestras raíces y que Arrecife es una pequeña ciudad con vocación marinera que mira al mar.
Felices fiestas a todos.