POR PEDRO HERNÁNDEZ CERDEÑA
Excmo. Sr. Alcalde, señor Concejal de Festejos, Miembros de la Corporación Municipal, vecinos y vecinas de Arrecife, visitantes y amigos todos. Muy buenas tardes a todos.
Es para mí un placer estar aquí hoy y doy las gracias al Sr. Alcalde, Don Cándido Reguera, por brindarme la oportunidad este año de dar el Pregón de las Fiestas de San Ginés, Patrón de esta ciudad en la que he nacido y en la que tanto he vivido. Yo que desde niño me he llenado de la luz y el color de su mar y de sus aguas, me siento orgulloso cuando cada mañana, cómplices nos miramos y deseamos seguir juntos…
Quiero comenzar aludiendo a los orígenes de esta clara y alegre ciudad. En este sentido y según relatan D. Antonio Montelongo y D. Marcial Falero en su libro «El Puerto del Arrecife’: el término «Arrecife» proviene de un viejo vocablo castellano denominado «arracife’: que significa roque, islote y también camino empedrado.
Su protohistoria se remonta, tras las primeras exploraciones de fenicios y romanos por las Islas Canarias, a la época de los majos, como lo atestiguan los restos de anzuelos encontrados en el Charco, muy similares a los utilizados por los bereberes del norte de África. Pero su historia amanece en el s. XV en el barrio de la Puntilla, junto al Charco de San Ginés. Allí fue dónde, según se cuenta, desembarca en 1630 el comerciante francés Francisco García Santaella, que comerciaba con este puerto y, seguidamente, erige una ermita bajo la advocación de S. Ginés, tras haber arribado a sus aguas una pintura del santo, el obispo francés de Clermont. Es aquí, en torno a la ermita, dónde ampliándose el número de cabañas que ya existían, se oreó el primer burgo que constituyó el embrión de la ciudad.
En el Charco, caldera volcánica llena de las aguas del Atlántico y hermana gemela del Charco de los Clicos, en este mar interior y refugio pesquero es donde se instalan los primeros pescadores y marinos que han de enfrentarse a la mar. Allí dormitan los hijos y sus compugidas esposas que desde los morros otean el horizonte esperando el regreso del marino. De claro carácter premonitorio son estos versos puestos en sus bocas
Fuera, fuera el viento malo
Y cualquier temporal,
Vénganos la nube y el encanto…
La nube era «la forma que toma el antepasado para adentrarse en el mar» y los encantos, «los aparecidos en forma de nube”. Esto no es más que una muestra de los conjuros, ritos y creencias paganas tan comunes de la época.
Arrecife es un puerto natural, el mejor de Canarias, de enorme belleza, resguardado y protegido de los vientos y del mar de fondo, con ensenadas e islotes. Se sabe que los aborígenes o majos utilizaban el término de Elguinaguaria para referirse a esta bahía de islotes, que luego pudieron comunicarse con tierra por medio de puentes.
En el aspecto urbanístico, la forma cómo fue creciendo y ordenándose aquel incipiente núcleo no fue fácil. Había que ganarle terreno al Charco por su parte Sur y esta actuación da como resultado las Cuatro Esquinas y calles como Aquilino Fdez, García de Hita … El límite lo marcaría primero el Camino Real o Camino de las Carretas con la calle Nueva (hoy Fajardo) y Cienfuegos… Luego se ampliaría hasta José Betancort con la Plaza de la Constitución (La Plazuela) y por último llegaría hasta Los Matos Verdes o La Destila.
El trazado urbanístico de sus calles deja mucho que desear y así hay quien ha dicho: «los ingenieros autores de este pueblo han sido las mismas cabras que a su paso iban trazando las calles”.
Al Lomo y la Puntilla se unen pronto otros barrios que eran antiguos asentamientos: Argana, Maneje, Tahiche Chico y Yágabo. La población era muy reducida, llegando a 300 moradores en época de la Conquista.
Contrasta con la belleza actual de Arrecife el que sus primeras casas eran humildes, «casas bajas, como aplastadas contra la tierra como hato ovejil bajo la tempestad» (según palabras de Agustín Espinosa), que nada tienen que ver con los ricas casonas, almacenes de grano, bodegas, destilerías o lonjas que se levantan en la calle Real y su entorno durante los siglos XVII y XVIII, fecha en que surge una amplia burguesía favorecida por el florecimiento de un próspero comercio. Sal, barrilla, cochinilla, cebollas, vino…, por el Camino Real, a lomos de camellos llegaban a nuestro puerto en busca de otros mercados.
Decisivo para el desarrollo económico de este puerto fue, además del comercio y de la afluencia de personas venidas del interior de la isla, el despegue de la flota pesquera con la construcción naval de veleros a manos de los carpinteros de ribera de reconocida fama. A esto contribuyó el Tratado de Paz del Norte de África (1767), las nuevas pesquerías adquiridas allí por nuestros armadores y el cese de la piratería berberisca. El papel de Lanzarote como punto de avituallamiento y abastecimiento de sal fue muy importante, dado el número limitado de salinas en otras islas y lo imprescindible que ésta resultaba para las factorías y negocios de salazón de la pesca africana.
La fisonomía de Arrecife queda reflejada en su incomparable Bahía y resaltada por una serie de construcciones de ingeniería, tales como el Castillo de San Gabriel, fortaleza primero y castillo después gracias a la restructuración llevada a cabo por el ingeniero Leonardo Torriani en el año 1598, gobernando Felipe II. Más tarde, en el siglo XVIII, Carlos III manda construir El Castillo de San José y atrás quedarán los ataques y las razzias del corsario moro Calafat, el Turquillo o del Morato Arráez.
Mención especial merecen los muelles y puertos, no en vano Arrecife fue antes puerto que ciudad. El Muelle Chico se levanta en el litoral de la zona urbana del Arrecife de 1814, por el comerciante inglés Carlos King, cuando la barrilla estaba en su etapa álgida, que a finales del siglo XIX, se convierte en el Muelle de Las Cebollas. Al resultar éste insuficiente para la flota pesquera, la alternativa estaba en la Bahía de Naos, verdadero puerto natural de nuestro litoral, en la que se construye el Muelle que iba a albergar la flota pesquera más importante de Canarias al permitir la llegada de buques de gran calado. Más adelante los pescadores financian el Muelle de la Pescadería para barquillos de vela y botes de remo.
El patrimonio arquitectónico de Arrecife es muy rico, así tenemos la Iglesia de San Ginés (1630), la Casa de la Aduana, del s. XVII (conocida como Casa Arroyo), la Recova, Casa de la Cultura (1850), el Mercadillo (Sede de la Antigua Democracia) (1850), Casa Pereyra, de estilo ecléctico (1916), el Cabildo Insular (1927), y muchos inmuebles, unos de una planta y otros de mayor volumetría que albergaban la vivienda en la planta superior y el comercio en la planta baja. Son también patrimonio las Salinas de Puerto Naos con sus molinas y cocederos y, ¡cómo no!, «los puentes’: desde el emblemático Puente de Las Bolas con su mecanismo levadizo, al Puente de, de la Isla del Amor o los dos del Charco de San Ginés. Es como si Arrecife fuera un lugar «de pasos, de migración, de veleros, de despedidas y reencuentros’: Si llegáramos a preservar este valioso patrimonio, tal vez es porque al fin llegó la hora en que los habitantes de esta ciudad porteña, tan regalada por el mar, adquirieron el serio y solidario compromiso de devolver a su litoral el esplendor que se merece.
En este marco se ubica el Instituto, primer Centro de Enseñanzas Medias de la isla, del que guardo un especial recuerdo, pues fue en él donde me formé, cursando estudios desde el año 1928. Tengo pues el orgullo de haber sido uno de sus primeros alumnos ya que éste fue el año de su creación, teniendo como Director del Centro a D. Agustín Espinosa, que me dio clases de Lengua y Literatura y que, como insigne escritor que fue, nos dejó una pieza maestra en el ámbito de la literatura surrealista cuál es su obra: «Lancelot 28°-7º” El edificio no era más que una casa terrera situada en Las Cuatro Esquinas, la cual más tarde fue derribada y hoy forma parte de un recodo del Charco de San Ginés. El Instituto de Arrecife fue lógicamente una pieza fundamental en la formación de la juventud.
Haré ahora un esbozo, una intrahistoria, del devenir de aquel Arrecife de los años 40 al 60 con sus añejos barrios de La Puntilla, El Lomo, La Destila y La Vega, hasta nuestros días: La población que era de siete mil setecientos habitantes en 1940 ha pasado a ser de más de 59.000 almas que habitan hoy la nueva ciudad, distribuidas en los barrios ya citados y los de Argana (Alta y Baja), Titerroy, Valterra, Los Alonso, Maneje, Tinasoria, Altavista y San Francisco Javier. Espectacular crecimiento urbanístico se produce con la amplia Vía Medular, verdadero pulmón de la ciudad, proyectada por Don Ginés de la Hoz y realizada bajo el mandato de D. José Mª. Espino. Fue también el Parador de Turismo un componente destacado en el avance de este proceso. Pero este desarrollo no ha sido ni fácil ni cómodo, sino logrado por el entusiasmo y contumaz esfuerzo de sus vecinos. También contribuyó a este auge la actividad pesquera en el Banco Canario Sahariano, especialmente de corvina y sardina, que propiciaron las instalaciones de las factorías de Lamberti, LLoret y Linares, Ojeda, Afersa y Garavilla que tanto trabajo y riqueza ofrecieron. Hito importante en esta evolución fue la instalación de la primera desaladora canaria por los hermanos Díaz Rijo, que impulsará todos los sectores económicos insulares. Anteriormente nos ayudaban al suministro del agua los correíllos «La Palma» «León y Castillo» y. «Viera y Clavijo» agua que después se repartía a través de barricas cargadas en camellos y carros con bidones y latas. Por último, el nuevo muelle de «Los Mármoles’; obra del ingeniero D. Ruperto González Negrín, le dio el impulso definitivo a la actividad económica. Actualmente arriban a nuestro puerto grandes transatlánticos en sus rutas de Crucero, que constituyen una importante fuente de ingresos para Lanzarote.
Hecho en falta, sin embargo, Centros Culturales y de Recreo donde disfrutar de una sesión de teatro, una ópera, un concierto, un ballet…; espero y deseo que nuestro querido y estimado Alcalde y la Corporación lo logren.
Si atendemos al aspecto social, existían entonces las sociedades de recreo: El Casino, con sus bailes de disfraces, La Democracia, El Culantro (escindido de la Sociedad Democracia por divergencias entre sus socios) y, con posterioridad, La sociedad «Torrelavega» La Democracia y el Culantro se disputaban el éxito y la duración de sus festejos, plasmando su rivalidad también en los partidos de fútbol. Y así, el «Culantro» que contaba con figuras como: Manuel Garrido, Narciso Fábregas, Jaime Marrero, Pepe Toledo, Caraballo, Nicolás Martín, Guillermo Toledo competía con el equipo de La Democracia (llamado el «Fénix»), formado por: Gregorio Armas, Modesto Armas, Pepito Miranda, Emilio Cabrera, Pepe Prats, Carlos Díaz, Rafael Ciares, Daniel Cabrera, Paco Fierro, Juan Pérez y Justiniano Perdomo, con D. Manuel Camejo de entrenador.
Había conejeros que preferían entretenerse con el deporte cinegético. Se cazaba especialmente en el Volcán de Tahiche y, para perseguir a los conejos, D. José Saavedra se ayudaba de su perro «Colón» y D. Rafael Ramirez de «Tigre”. Muy comentadas eran también las regatas de balandros y de jolateros, pero más sorprendentes las peleas de gallos, a las que era tan aficionado mi amigo Emilio Sáenz. El bando Norte, capitaneado por D. Francisco Delgado, con Miguel Gopar de corredor, se enfrentaba al bando Sur con D. Andrés Fajardo y D. Fernando Rocha. Los gallos mejor cuidados eran los del primero, que salieron victoriosos en la mayor parte de las riñas. El «Pollo» de Perico Fierro tuvo destacadas intervenciones.
Hay algo que, a mis 95 años, no puedo o no quiero olvidar: Aquellos Carnavales que conocí de pequeño y que están tan arraigados en nuestras costumbres, aunque no tengan que ver exactamente con las Fiestas que nos congregan hoy aquí.
Para la gente de mar este festejo era un imperativo vital como refleja la copla:
Desde que llega febrero
Los marinos van llegando
Y para carnaval
Los buches inflando
En Las Cuatro Esquinas confluían las animadas máscaras y las nutridas parrandas amenizadas con acordeones, timples y guitarras. Desde El Lomo descendían hacia La Calle Real, allí se encontraban gran número de enmascarados con sus buches (vejiga de pescado curtida e inflada) y solían producirse los primeros saludos, bromas y combates:
Pleito en Las Cuatro Esquinas
La salsa del carnaval
Ya se oyen los buchazos
Por»toíta»la ciudad
Pero la Fiesta por excelencia siempre fue «San Ginés». Todos los arrecifeños esperaban esos días con especial ilusión. El día grande amanecía con el baile de Gigantes y Cabezudos, y hacia las doce se celebraba la misa solemne de San Ginés. En la década de los años sesenta el Santo dejó de salir varios años en procesión, pues los sacerdotes estaban en contra de la celebración de bailes en las sociedades y pusieron al pueblo en la disyuntiva de elegir: o procesión o baile, los arrecifeños no se dejaron amedrentar, los bailes se celebraron en las diferentes sociedades, pero sí, también asistieron a la misa solemne con las mejores galas, recién estrenadas, a pesar de la escasez de medios que hubo en otras épocas y que, lamentablemente, también tenemos en el momento presente. Es por ello que me permito aconsejarle la participación en los actos religiosos en honor a San Ginés, para rogarle por la salud y el bienestar de todos.
Ya por la tarde, la zona marítima comenzaba a animarse con la afluencia masiva de personas de toda la isla más otros visitantes de diferentes zonas de Canarias. Los más pequeños optaban por «los caballitos» y a medida que se iban cumpliendo años uno se podía atrever
con el tobogán y la Ola Marina, presumir de conductor con los cochitos o de hombre del Oeste en las casetas de tiro. Las señoras, especialmente, frecuentaban los puestos repletos do turrones y otras golosinas, había quien probaba suerte con la ruleta y otros se compraban boletos en las ruidosas tómbolas para conseguir un premio a ser posible muy voluminoso. Esta era la esencia do la fiesta, nuestra alegría y disfrute. En esos días festivos el recinto ferial se llenaba de gente venida de los pueblos y de la propia capital. Desde las seis de la tarde era un continuo ir y venir; ya a partir de las nueve, so encontraban los amigos para echarse un trago y hablar de lo divino y humano. Los que tenían un poco más de edad preferían asistir a los encuentros de Lucha Canaria o a los ventorrillos revestidos de palmas, para «jincarse» un ron, tomarse unas carajacas y cantar isas y folias.
Aparte de la verbena a cielo raso y los bailes en las diferentes sociedades, un capítulo muy importante en las fiestas era la elección de las Misses. Las Misses de antes tenían la misma ilusión que las de ahora. Como ven, la tradición continúa y espero que por muchos años. Siempre se ha dicho que el arrecifeño es abierto, jovial y novelero, muy dado a la cháchara y al comentario jocoso, y no perderse una fiesta aunque esté como alma en pena. En estos días de Fiestas en honor de nuestro Patrón, les conmino a renovar eso espíritu festivo y acogedor para que sigan siempre en pie nuestras tradiciones. Gracias por acompañar este acto con tan amable presencia.
¡Felices Fiestas!