POR JUAN ROSA PERDOMO
Señor Alcalde de Arrecife, Señoras y señores miembros de la Corporación, Dignísimas autoridades, Amigas y amigos.
¡No saben ustedes lo mal que lo pasé cuando recibí la llamada del Sr. Alcalde de Arrecife, proponiéndome leer el Pregón de las Fiestas de San Ginés! La verdad es que dudé mucho y estuve a punto de rechazar la invitación. Después de darle bastantes vueltas a la cabeza, decidí aceptarla animado por mi familia.
Piensen ustedes que nunca me había expresado en público. Hasta hoy. Y la razón es que soy hombre de pocas palabras. Durante la mayor parte de mis 84 años de vida he estado centrado en mi trabajo y en mi familia, procurando conducirme con sencillez. Lo único que sé hacer es trabajar, que es lo que he hecho toda mi vida desde que era un niño.
Guardo recuerdos de mi infancia, algunos relacionados con largas convalecencias, pero sí me acuerdo con claridad de la fecha del 18 de julio de 1936 porque estaba haciendo una cometa. Tenía 9 años. Mi padre le dijo a mi madre que estaban bombardeando y entendí que estaban baldeando. Pensé que estaban baldeando la cubierta de un barco… y dejé de hacer la cometa.
También he de confesarles que no me veía de pregonero. Muy pronto dejé la escuela y don José Suárez Déniz, un maestro nacido en Gáldar, ya no pudo hacer más por mí en aquel almacén en el que más tarde impartió clases el pregonero de las Fiestas de San Ginés del año pasado, don Pedro Hernández Cerdeña, casi enfrente del Muelle de la Pescadería.
El caso es que aquí estoy, pasando un mal trago, para pregonar que no sé nada de las Fiestas de San Ginés. Ni de las Fiestas de San Ginés, ni de ninguna otra fiesta. Pregono que muchos lanzaroteños de mi generación casi no supimos lo que era ir de fiesta, ni de niños, ni de jóvenes, ni ya mayores. A quienes nos faltaba de casi todo, solo pensábamos en levantarnos todavía de noche, trabajar un día sí y otro también, y en acostarnos con la caída del sol. No había nada más que trabajar para vivir y vivir para trabajar. A las 3 de la mañana en planta y a la faena, incluyendo sábados y domingos, y a las 9 de la noche, a la cama.
Como mucho, tengo algún lejano recuerdo de la infancia relacionado con las Fiestas de San Ginés, en alguna tarde de domingo, dando una vuelta alrededor del desaparecido Quiosco de la Música, en el Muelle de la Cebolla. Y creo recordar que si alguna vez estrené una camisa, ese día no estrenaba pantalones.
De Arrecife siempre me gustó el muelle de Puerto Naos, el que desenterraron hace unos años. Para mí, una de las imágenes más bonitas de Arrecife era el trasiego de barcos entrando y saliendo en la bahía, y las salinas de Naos. Pero siempre soñé con una ciudad que tuviera de todo: industria, comercio y cultura.
Así que tengo muy poco que pregonar. Solo puedo recordar que en aquella época no había sino mucha pobreza. Nada que ver con la vida más cómoda que, gracias a Dios, se encontraron otras generaciones posteriores, sobre todo después de los años sesenta del siglo pasado. Así que, llegados a este punto, o doy por terminado el Pregón, les deseo felices fiestas y me levanto, o les cuento algo.
Como difícilmente puedo hacer un discurso elogioso para anunciarles la celebración de las fiestas grandes de Arrecife, invitándoles a participar en ellas, me inclino por decir en voz alta algo que es bueno que todos sepan.
Lo único que puedo contarles es que a pesar de que antes de la crisis hemos vivido muy bien, Lanzarote no es una isla rica. Que hasta hace bien poco, no vivíamos, sino que sobrevivíamos. Que jamás se ha podido vivir en Lanzarote sin esfuerzo, salvo en las últimas décadas. Que no tenemos industrias y que ni siquiera somos capaces de producir nuestros alimentos. Que hemos de ser rectos y honestos, trabajar bien y guardar para mañana.
Así que lo que puedo pregonar no es el momento de las fiestas, sino lo que pasaba y pasa el resto del año a través de mis propias vivencias, que son idénticas a las de tantos y tantos lanzaroteños.
Creo que mis orígenes son de sobra conocidos.
Nací en 1927, en el barrio de La Destila, justo detrás de la Sociedad Democracia. Toda mi vida he vivido en Arrecife, casi siempre muy cerca del mar.
Mi padre era pobre, trabajador y serio. Era de tierra adentro y tenía espíritu de comerciante. Conservo el recuerdo de sobrellevar la pobreza con mucha dignidad. Comíamos poco, comíamos lo que podíamos y comíamos barato. No había otra manera de salir adelante.
Por eso creo que, quitando el turismo, lo mejor que le ha pasado a esta tierra fue contar con industrias de pescado, permitiendo a muchas familias mudarse a Arrecife y, poco a poco, tener una vida mejor. A mi manera de ver, la creación de las factorías de pescado es uno de los mayores acontecimientos que ha vivido la isla.
Siendo yo todavía un niño, mi padre compró un carro que tiraba un burro, con el que hacíamos los mandados, y que, más tarde, era tirado por mulos.
También recuerdo que mi padre alquiló un cuarto en La Destila y montó una tiendita en una época en que los alimentos estaban racionados. La familia Guerra nos vendía a crédito, y sacábamos para pagar a los albañiles para construir las primeras casas para la gente que venía del campo y se instalaba en Arrecife.
Comprábamos pequeñas piezas de terrenos en los que construíamos las casitas y las pagábamos a medida que podíamos. Nada más que una habitación y la entrada. Luego, poco a poco se hacía el baño, la cocina…
Fue mi padre quien me inculcó que hay que ser previsor y guardar para mañana. Y que lo ajeno, ajeno es. Me enseñó que la vida es trabajo duro y me enseñó a economizar. Aquel carro cargó batatas desde Tiagua, lo que una vez casi me cuesta un disgusto con la Guardia Civil. También hacíamos cal y la transportábamos para la construcción, como traíamos agua de los aljibes de los pueblos del interior y la servíamos por cacharros. Desde Teguise, Tías, Tahíche…
Confieso que tengo un remordimiento. Al servir el agua, muchas veces evitaba pasar por algunas calles donde vivían algunos vecinos porque sabía que no podían pagarla. Y cogía por otra calle… Alguno de ustedes recordará que, en aquel tiempo, hasta se prestaba el agua del sancocho…
Traíamos cantos de La Majada, por encima del Aeropuerto, unos 25 o 30 en cada viaje, los labrábamos y los repartíamos labrados. O, si no, traíamos arena para hacer terrazos en la fábrica que hubo en la Plaza de la Iglesia. Y los domingos, a plantar batatas. Las recogíamos, las vendíamos y ahorrábamos lo que ganábamos.
Recuerdo que llegamos a hacer 10 viajes diarios de escombros para el Ayuntamiento de Arrecife, y que las piezas grandes de hormigón y piedra del espaldón del Muelle Comercial también los cargamos nosotros, desde Tahíche.
Aquel carro nos dio la vida, hasta que, más tarde, adquirimos un camión.
A los 27 años quise independizarme: “Padre, me caso”, le dije. Compré un mulo torcido, me prestaron el carro y ya me había hecho mi casa trabajando los fines de semana. Fue así como empecé a caminar solo, aunque siempre me gustó tener socios. Con mi hermano Anselmo estuve muchos años juntos. Anselmo siempre fue muy trabajador y un gran colaborador.
En aquel tiempo yo era muy activo: quería acabar pronto con lo que estaba para empezar con otra cosa, por lo que pronto compré la fábrica de terrazos de la Calle Gómez Ulla, produciendo pavimentos con piedras pequeñas aglomeradas con cemento, y cuya superficie pulíamos después.
Incluso llegué a tener un barco, dedicado a la pesca de la langosta en la Costa, pero nunca me embarqué. La primera fábrica de bloques de la isla la montamos nosotros. Fue el final del canto y el inicio del bloque, hecho de picón, cemento y jable, y todavía recuerdo como los primeros bloques los hicimos mi hermano Anselmo y yo con mucho esmero. La compra del Hotel Los Fariones fue nuestro primer salto hacia el turismo. Se lo compramos a don Vicente Calderón y a sus socios.
Y así, con mucho trabajo, salimos adelante, mientras la isla prosperaba y sus fiestas eran cada vez más lucidas.
La pesca y las factorías de pescado las viví como un avance, hasta que el aeropuerto abrió la puerta al turismo. Recuerdo el antiguo Parador de Turismo porque hacía viajes para su cocina en el carro, desde el Muelle Comercial, cuando llegaba el correíllo.
La potabilizadora fue otro gran paso adelante. Ver salir el agua corriente del grifo fue una de las cosas más grandes que ha tenido la isla, pues el agua corriente permitió que llegara el turismo. De hecho, el primer hotel, el Hotel Los Fariones, pudo construirse cuando se llevó el agua hasta Puerto del Carmen.
Otra gran herramienta para la isla fue la creación de los Centros Turísticos. César Manrique siempre me pareció un hombre respetable y un gran promotor que aportó muchas cosas buenas. Don José Ramírez y él trajeron grandes beneficios para la isla.
A César Manrique lo recuerdo como un hombre sencillo y amigo de todos que miró mucho y bien para la isla. Tenía la capacidad de colocarlo todo bien puesto y le quedaba muy natural. Lo de toda la vida, las cosas propias de la isla, como en su casa de Haría. Gracias a él, Lanzarote dio un vuelco tremendo, para bien.
Nunca me ha interesado la política. Soy amigo del que trabaja, sea de izquierdas o de derechas, pero, sin querer ofender a nadie, me gustaría ver más seriedad y que se trabaje más para el pueblo.
La vida me ha enseñado que todo consiste en trabajo y honradez. Y ser serio y cumplir con todo el mundo.
Mi mérito, si alguno tengo, ha sido trabajar duro, tener el ánimo dispuesto y pasar sacrificios, como tanta gente en esta isla. E ilusión por emprender y tener gusto por el trabajo, el que fuera, con alegría. En aquella época nos acostumbramos a eso, a estar pendientes del trabajo por lo fea que estaba la vida.
Después de muchos años de pico y pala, de sudar mucho para salir adelante, creo que en eso consiste la vida, donde también hay lugar para la generosidad y la solidaridad. Porque cuando uno tiene un poco de corazón, era muy duro no ser generoso en aquellos tiempos de miseria. En este sentido, tengo la conciencia tranquila y me siento bien por dentro, aunque reconozco que siempre he tenido dificultad para decir ’no’.
A lo largo de mi vida he sentido aprecio por muchas personas, a pesar de que he tenido poco tiempo para la amistad. Aunque lo mío siempre fue la faena, no creo que nunca haya tenido problemas con nadie. Y si causé daño, y no me di cuenta, aprovecho y pido público perdón.
Para mí, la felicidad es tener salud y mucho trabajo, aunque éstos no son buenos tiempos para el trabajo.
He tenido la suerte de contar con una familia unida mientras me esforzaba en salir de aquella tremenda pobreza. Mi preocupación fue darles escuela a los chicos, pero de su educación y de ellos siempre se ocupó mi mujer. Veía a mis hijos por la noche, de vuelta del trabajo, y no tenía tiempo ni de jugar con ellos. Ahora, de viejo, he podido estar con mis hijos y recuperar el tiempo. En esto, no me considero distinto a muchísimas personas de esta tierra.
Hoy, aún trabajo. Por las mañanas voy a la empresa, acompaño a mis hijos y les doy mi parecer sobre las cosas, pero les dejo hacer. La recompensa me llega ahora con ellos y mis 16 nietos, pero les confieso no hay día que no me acuerde de mi hija, Luz Severa.
En momentos difíciles como los presentes, se resiente la economía de las familias y las empresas, y eso se nota hasta en las fiestas. Ahora vivimos una situación difícil, con muchas personas sin empleo y muchas empresas que no consiguen salir adelante. Por eso, no es fácil pensar en fiestas y diversiones cuando no se tiene lo más básico y, por eso, creo que tenemos que volver a poner de nuestra parte, como hicimos los mi generación.
La isla siempre ha sido pobrecita. No tenemos industria y no tenemos agricultura. La verdad es que no soy optimista y creo que esto se pondrá más duro. Ojalá nuestros chicos no tengan que marcharse, aunque pienso que siempre se aprende de las crisis, sobre todo para que los jóvenes que han tenido de todo sepan lo que cuestan las cosas y aprendan a guardar para mañana.
Sinceramente, desde que despegó el turismo, nunca pensé que la isla tuviera techo, pero hoy reconozco que se nos fue la mano con el crecimiento turístico, porque se ha construido demasiado. No veo claro el futuro que se nos presenta, porque los precios que ofrecemos son ridículos y hay mucha incertidumbre.
Lo ideal es que vuelva la situación en la que había más demanda que oferta. Pero, para eso, pienso que hay que centrarse hoy en rehabilitar y reconvertir plazas turísticas, a ser posible con menos plazas para aumentar la calidad. Y eso solo funcionará si el Gobierno se implica y ofrece créditos blandos y a intereses razonables, y que se cobre luego de los beneficios futuros. Así, la construcción volvería a tener actividad y daría vida al comercio, generando 4 o 5 años de trabajo hasta ver si esto se compone. No veo otra salida.
Creo, además, que otro de los desafíos de la isla es contar con una agricultura moderna y tecnificada, que nos dé de comer, porque hasta los alimentos vienen de fuera. En definitiva, mi receta para volver a tener unas buenas fiestas y para que todos podamos disfrutarlas, es reconvertir el turismo y contar con una agricultura fuerte, pero para eso vamos a tener que volver a madrugar mucho, quizá para tener casi lo comido por lo servido, y no mucho más.
No veo otra salida que ser innovadores y emprendedores, y trabajar mucho y con coraje, como en el pasado. Pero también necesitamos gente honrada, seria y trabajadora en los puestos de responsabilidad.
He aprendido que un país rico, por muy rico que sea, sin gente preparada no es nada, no tiene nada. Espero que llegue una generación, bien formada, que grite y reivindique para Lanzarote.
Sé que sabrán disculpar que este pregonero no haya podido detenerse en la celebración de las fiestas, sino en lo que acontece el resto del año, cuando lo importante es trabajar para vivir.
Les deseo felices fiestas, pero, sobre todo, les deseo salud y trabajo para todos.
Muchas gracias.