Fuente: La Iglesia de San Ginés en el Puerto del Arrecife
Por José Manuel Clar Fernández
Los «sangineles» de ayer y los de hoy
Cada año, con ocasión de las fiestas de San Ginés, surgen los mismos comentarios. Unos se quejan de que las fiestas ya no son lo que eran, que han perdido su sabor marinero que siempre las ha caracterizado a lo largo de la historia.
Otros dicen que los programas de festejos de cada año son una copia de los anteriores, que no aportan nada nuevo. También los hay quienes se lamentan por los certámenes de las «misses», o de los festivales musicales organizados con cantantes y artistas televisivos, por lo caro que resultan. Y, cómo no, también los hay que opinan que los «sangineles» deben cambiar totalmente y adaptarse a los tiempos actuales.
Verdaderamente resulta difícil decantarse por un programa de festejos que refleje el gusto de todos. Sin embargo, y pese a a que los tiempos actuales parecen tender un tupido velo sobre el pasado, es indudable que cada pueblo debe tener su propia
fiesta. Una fiesta que le dé carácter y la distinga de los demás pueblos. Pretender hacer borrón y cuenta nueva sería tan absurdo e ilógico como querer que por ejemplo en los Sanfermines de Pamplona cesen o se supriman los tradicionales encierros; o bien,
que desapareciera la Feria de Sevilla, o incluso, modificar las Fallas de Valencia, las fiestas del Pino o la Bajada de la Virgen de las Nieves o de los Reyes. Es preciso que cada localidad conserve sus tradiciones, costumbres y las señas diferenciadoras que la identifican y la caracterizan con respecto a las demás. La fiesta de cada pueblo debe ser la fiesta deseada y esperada por to¬dos. Ha de ser participativa para todos, niños, jóvenes, adultos e incluso ancianos -que también tienen derecho- pues de lo contrario, irá degenerando y perdiendo interés hasta que el pueblo la vea como si fuera ajena.