Por Saray González
Buenas noches a todos, antes que nada quiero agradecer a Ismael Montero, presidente de la asociación de vecinos de Titerroy, que haya contado conmigo para que este año sea yo la pregonera, lo que para mí es un gran honor y como no, a todos ustedes por estar acompañándome esta noche aquí.
Esto es un pregón y yo soy la pregonera, y pregonar, según la R.A.E. significa “publicar o divulgar lo ignorado para hacerlo saber a todos”, y como pregonera, quiero pregonar que llegué a Titerroy procedente del Charco de San Ginés, lugar donde nací y pasé los primeros tres años de mi vida, en el año 1960 junto a mis padres y dos hermanos más para vivir en la calle José Pereyra y Galviatti, donde nacerían mis dos hermanos pequeños.
El barrio de Titerroy, donde viví 1/3 de mi vida, sigue manteniendo su esencia y aunque han transcurrido tantos años, mantengo en mi memoria recuerdos de muchos personajes que de alguna manera han marcado parte de mi niñez y adolescencia. Muchos vecinos a los que traté, ya no están entre nosotros.
Vienen a mi memoria las tertulias en las tiendas de comestibles donde nos conocíamos y nos relacionábamos todos, donde los tenderos, conscientes de que muchas familias no teníamos recursos para cubrir nuestras necesidades alimenticias, nos fiaban para poder subsistir, algunas como la de Andrés Bermúdez, de Juanito Hernández, de Pepito Parrilla, de “Seño Manué”, de Manolo Hernández, en la primera carnicería que regentaban “Maestro Domingo” y su esposa Angelita, luego vendría la de Julián Arrocha, del cual siempre me sorprendió su destreza y habilidad para cortar la carne con aquellos enormes cuchillos sin hacerse el menor daño, pese a ser manco, a Juanele el zapatero arreglando nuestros zapatos, a “Agustín el del pescao” que iba subido a un burro vendiendo pescado, a Ricardo Morales vendiendo juguetes, ropa y calzados, a Manolo Barreto, pionero en el barrio en la venta de muebles y electrodomésticos, a Ventura donde nos íbamos todos a comprar aquellos ricos polos de kalise, los chicles bazooka, para luego ir a sentarnos al parque a charlar con nuestros amigos. Tampoco puedo dejar de mencionar a Margarita Concepción que regentaba una dulcería enfrente de la plaza y que nos mostraba las últimas novedades en golosinas, ni tampoco a dos personas que formaron parte de muchos de los que vivimos en esta barriada: José Orosa, más conocido por todos como “Pepín el barbero”, barbero y peluquero y que desgraciadamente ya no está entre nosotros, pero del cual guardo un recuerdo entrañable porque de alguna manera formó parte de mi vida, y sé que ahora mismo, estará haciendo reír al mismísimo San Pedro, porque aparte de su profesionalidad, buen carácter y humanidad, era el mejor contador de chistes que he conocido nunca, para él no había un día triste y si alguna de su numerosísima clientela le contaba sus penas, aparte de su trabajo bien hecho como barbero, salía con la moral bien alta, y don Gregorio Doreste, al que llamábamos Gregorito, nuestro buen maestro del barrio, el cual, durante los veranos nos reforzaba las matemáticas, cual director de orquesta, batuta en mano, a golpe de reglazos encima de la mesa, cantábamos a coro, la tabla de multiplicar, era su estilo para que no se nos olvidara.
Aunque yo me fui del barrio con 21 años, nunca, hasta el día de la fecha, he dejado de formar parte de él, porque ahí, en esa calle José Pereyra siguen viviendo mi madre y mi hermano mayor. No puedo olvidarme de la panadería de Machín, de ese olor a pan recién hecho y por el que no nos importaba hacer grandes colas para desayunar y acompañar con un buen café con leche, recién ordeñada y llevada a casa por Marcial el de la leche, le llamábamos, Marcial de León, otro personaje al que no puedo dejar atrás, y que puntualmente llegaba con su carro cargado de grandes lecheras a repartir leche de cabra, riquísima, por cierto.
Otra persona que también formó parte de nuestro barrio fue Olga González, la peluquera, que nos ponía guapísima a todas las mujeres del barrio, recuerdo a mi madre con el típico recogido de la época, y que Olga tan hábilmente le hacía.
Y para terminar, hablando de personas que han significado muchísimo para el barrio, no puedo dejar atrás a la persona que lo ha significado todo en mi vida: mi padre, Alejandro González Hernández, carpintero de ribera y de blanco, que aparte de su trabajo en la carpintería de Puerto de Naos, reparando barcos, y en su afán de sacar adelante una familia compuesta por siete miembros, no dudaba en trabajar de sol a sol haciendo por encargo trabajos de carpintería. Amaba su profesión, y aún recuerdo verle trabajar en su banco de carpintería que tenía instalado en el patio de casa confeccionando casitas de muñecas, puertas, ventanas y cancelas, tan bien hechas que alguna queda aún por ahí, y que pese a estar jubilado hacía barquitos para la familia porque no podía estar de brazos cruzados y hasta el último día de su vida terminó el mío, que para mí es el más bonito de todos. Gracias papá.
En cuanto a estas fiestas que se celebraban, recuerdo que aparte de la gala de la elección de miss Titerroy, había un festival de la canción con tres premios para los ganadores. Como anécdota contaré que me presenté en el año 1.973 a este festival y se me olvidó la letra de la canción y tuve la osadía o la valentía de mandar a parar la orquesta y ordenarles que empezaran otra vez. ¡Qué bochorno! se celebraban también actuaciones musicales de grupos de rock y folclore, concursos de postres, competiciones deportivas, etc., etc. y por supuesto la procesión en honor de nuestro santo patrón san José Obrero.
Recuerdo con alegría aquellas tardes del domingo y la sesión de cine a las tres en el Cine Hollywood donde mi padre nos acompañaba para comprar la entrada porque no llegábamos a la taquilla, tan alta para nosotros que éramos unos críos, y entre sesión y sesión descubrí a Marisol, Joselito, ídolos de mi juventud, las películas de gladiadores, del oeste y como no, las de la pasión de Cristo que siempre las pasaban por Semana Santa, y luego cuando salíamos del cine, no podíamos irnos a casa sin antes pasar por esta plaza de Pio XII, a comprar mimos y mantecados que vendían un matrimonio mayor y vecinos también del barrio, no recuerdo sus nombres, pero desde entonces no he vuelto a probar dulces más exquisitos que esos que además eran artesanales y que ellos mismos hacían en su casa; nuestros juegos en la plaza donde está el kiosko bar, donde había gran cantidad de árboles, jugábamos al escondite, al viejo, a carabina, al quemado. Nos relacionábamos, no existía la tecnología que existe hoy y lo de tener telelvisión era un privilegio que muchos no nos podíamos permitir, pero éramos niños felices, quizás eche en falta eso en éste y otros barrios donde apenas se ven niños jugando.
¿Y qué más puedo contarles?, como dijo el poeta: “confieso que he vivido”, que he sido feliz con todo lo vivido, lo bueno y lo malo, y feliz de estar viva y poder contárselos a ustedes.
Bueno, y para concluir, y estando en los días previos a las fiestas, es mi deseo que todos lo pasen de la mejor manera posible acudiendo a aquellos actos que les resulten más atractivos de la variada programación que ha sido organizada por la asociación de vecinos. Sobra decir que toda la población de la isla está invitada y que haremos todo lo posible para que los visitantes se sientan como en su propia casa y se lleven un buen recuerdo, demostrándoles que seguimos siendo un barrio muy acogedor y que, es obligatorio aparcar los problemas cotidianos y disfrutar de estas fiestas.
¡Viva Titerroy y viva San José Obrero!
Muchas gracias y buenas noches