Prólogo

Por Félix Hormiga

Recuerdo que en una ocasión, siendo un muchacho, acudí a la lectura del pregón con motivo de las fiestas de San Ginés, pese a no tener suficiente memoria respecto a quién era el pregonero, el año en cuestión, ni lo que dijo, sí recuerdo que me pareció que para el pregonero era un honor, una satisfacción personal, ya no por el hecho de se le estuviera dando la oportunidad de demostrar sus saberes, sino por un hecho más primario y que, sin embargo, se da a las personas  en muy pocas ocasiones: el reconocimiento público. Y yo, muchacho, admiré y envidié a aquel pregonero por lo que estaba haciendo y por la atención que recibía por parte de los presentes.

He leído muchos pregones, en los barrios y en algún que otro municipio de Lanzarote. En todos ellos, por respeto, he tratado de ser merecedor de esa distinción. Cuando me llamaron para pedirme que hiciera el pregón de San Ginés, del año 2000, recuerdo que lo primero que pensé fue “¿me he convertido en uno de esos señores añosos de negra corbata y domada chaqueta?”, mientras  que simultáneamente pensaba que jamás había logrado domesticar una chaqueta y que lo único que conseguía al ponérmela era parecer un antiguo costero embutido en un terno. Y creo, sinceramente, que así ha sido todas las veces que me he colocado una chaqueta, poniendo a esta pobre prenda en el aprieto de tener que apretarme, debido a mi generosa talla y a una antigua ordenanza que prohíbe a los comercios de Lanzarote vender tallas que no sean políticamente estéticas.

 He participado en actos de relevancia del municipio de Arrecife, como la celebración del bicentenario de su primera alcaldía, sin embargo, el pregón me daba chance para rememorar las viejas calles, las gentes, los sitios luminosos (para la memoria de un niño) y otras cosas y sensaciones, todas sujetas al marco de la historia y de las fiestas patronales.

 Un pregón de Arrecife, en tanto puerto y capital de la isla, no puede evitar ser también un pregón para todos los lanzaroteños y si bien los pregoneros no suelen aventurarse más allá de los reducidos límites municipales, para evitar invadir competencias,  lo cierto es que no hay lanzaroteño que no tenga como propia a esta ciudad. Arrecife es la dirección de las principales carreteras de la isla y bien se podría decir, emulando el dicho a la Ciudad Eterna: todos los caminos conducen al puerto.

 Ahora, los queridos amigos Óscar y Jesús, que se han embarcado en la tarea de recopilar los pregones de San Ginés, me han pedido que escriba unas líneas al respecto. He de admitir que la idea de Óscar y Jesús me parece magnífica, porque en todos esos pregones hay mucho escrito sobre  las señas de identidad de este pueblo, datos, leyendas, anécdotas, historias… todo ese entramado que nos hace singulares, que nos permite tener unas vivencias colectivas propias y por tanto una bolsa de recursos para compartir con otros pueblos, en conversaciones o en el precioso acto de trasmitirla a las nuevas generaciones.

 Los pregones son en esencia un repaso por la memoria, un examen de reválida al tiempo vivido. Encontraremos lo que fuimos y más de una advertencia acerca de lo que somos y lo que deberíamos ser. Sin duda esta recopilación de palabras nos dará la oportunidad de reconocernos como parte fundamental del territorio: la parte de la vida. Y también encontraremos los suficientes datos como para obligarnos a reflexionar acerca de la necesidad de optimizar nuestras relaciones y, por supuesto, nuestras intervenciones en el territorio, con el fin de hacer de nuestra ciudad un lugar sin asperezas, idóneo para la vida y para la alegría.

Félix Hormiga
Puerto del Arrecife
Marzo de 2010

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