POR PANCHO CORUJO PERDOMO
Es la primera vez en mi vida que me encuentro entre-cajas de un teatro y no siento ese nervio de la espera por subir a cantar. Esa necesidad de buscar la concentración musical antes de su ejecución. Es la primera vez que no tengo que vocalizar un poco, que no trato de visualizar lo que va a suceder en la complicada gestión de prevenir algún posible incidente en la frase más complicada y aguda de la partitura. Siempre he perseguido el compromiso de ser honesto con el público y con el arte, en la difícil tarea de poner mi voz al servicio de la música. Tras tantos años de experiencia, reconozco que hoy estoy mucho más nervioso que en esos días de conciertos o representaciones de ópera, y es por tratar de ser justo y estar a la altura de las expectativas y el cariño que me han demostrado los habitantes de este pequeño pueblo nuestro, ya ni tan pueblo, ni tan pequeño.
Dándole vueltas a qué les podría contar hoy aquí, se me venían innumerables recuerdos, memorias gamberras, «rockandroleras» y felices, que tenían su epicentro en un pequeño portal de la Plaza de la Constitución, a la que todos conocemos por La Plazuela. Recuerdos entre la adolescencia y la vida adulta que ahora me doy cuenta que marcaron definitivamente a este personaje que les habla aquí hoy, sin saber muy bien qué hace, ni porqué le ha tocado esta suerte y a la vez encerrona, de pregonar sus fiestas, nuestros queridos «Sangineles». He preferido para hoy, tratar de recuperar recuerdos anteriores, del niño que yo fui, de un niño y una ciudad que crecían conectados a sus tradiciones y a sus vanguardias.
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