POR ORLANDO UMPIÉRREZ GARCÍA
Dignísimas autoridades, estimados miembros de la Comisión de Fiestas. Queridísimos Vecinos. Felices fiestas.
En primer lugar me gustaría agradecer a la Comisión de Fiestas, y en particular a Ismael Montero, la invitación a realizar este pregón por el cual me considero inmensamente honrado, en primer lugar por el gesto de reconocimiento que ello supone y, en segundo lugar, por la oportunidad que me brinda de recordar mis orígenes, lo que eran y siguen siendo mis recuerdos de un barrio al que siento tanto apego, imagino que como todos los que vivimos o han vivido en él alguna vez.
Cuando hace ahora tres meses largos, sonó el teléfono a media tarde y la voz característica de Ismael Montero me preguntó si querría hacer el pregón de estas fiestas, como quien teme que la respuesta será «no», se me abrieron las carnes. Dudé unos minutos, es cierto. El pregón de mi barrio, yo, ¿y qué iba a decir yo a mi barrio, en el pregón de mi barrio, que mi barrio no supiera?
En fin, algo les diría, no será nada fácil, contar a gente que lo vivió, como era mi barrio. Y de repente me vinieron todos los miedos, todos los temblores, pero para no pasar por el dolor de quien ve alejarse una ocasión perdida que quizás no volverá, dije que sí.
Estoy seguro que no me arrepentiré al final del acto. Porque esta es mi casa y aquí siempre me he sentido querido como uno más de esta gran familia. Aquí sólo soy Orlando, el hijo de Matías y Pilar.
Y aquí estamos.
Dicho esto, he de aclarar que me considero en cierto modo pregonero constante de Titerroy fuera de Titerroy, pues siempre he hablado mucho y bien de mi barrio en todos aquellos lugares a los que mi actividad profesional o deportiva me ha llevado. Pero lo que más me emociona es haber comprobado que los representantes de la Comisión de Fiestas han confiado en mí para dirigirme a ustedes en un momento tan importante. La ideología de ellos, la mía y espero que la de todos, es solamente una: el progreso de nuestro barrio y el bienestar de sus gentes.
Y hoy es día de fiesta.
La fiesta es un elemento de unión, porque quienes trabajan unidos en el esfuerzo también deben disfrutar juntos de la alegría colectiva. La fiesta es también una forma de conocimiento y de abrir la propia casa a los de fuera. Nadie sobra en Lanzarote, nadie sobra aquí, cada cual aporta lo suyo y el resultado es el mestizaje. Canarias es una sociedad mestiza, en la que la tolerancia al diferente casi nunca ha sido invocada porque todos nos sentimos de alguna manera distintos y a la vez iguales. Por eso son tan importantes las fiestas, porque son la celebración de un camino común y solidario, que entre todos debemos recorrer.
A la hora de plantearme cuál debía ser el pregón de las fiestas de Titerroy, me asalta una duda razonable. Sí, pero ¿Qué Titerroy?
He vivido tantos Titerroys diferentes en los que he pasado momentos inolvidables junto a una pandilla de pequeños rufianes, algunos de los cuales se encuentran entre este público selecto, que pararlo en el tiempo, ponerle fecha, decir «este es», se me antoja casi un delito.
Tuve una infancia de gofio y pejines llena de recuerdos. Recuerdos que llegan a mi mente a borbotones, bonitos en la mayoría, en ocasiones nostálgicos, tal vez tristes pero, curiosamente, ninguno malo.
Me van a permitir que en mi intervención cite a personas cuyo nombre quizá no les diga nada y con los que, en algunos casos, ni siquiera mantengo contacto en la actualidad, pero que fueron algo importante en mi vida. No puedo olvidar que somos sólo un instante, un breve momento de una vida colectiva que dura siglos y ese instante de la historia que nos toca vivir es siempre muy importante, y ese momento también lo fue, tal vez más que ningún otro que me haya tocado vivir porque ayudó a forjar mi personalidad y convertirme en la persona que soy en la actualidad.
Los primeros recuerdos en el barrio, que soy capaz de registrar en mi memoria, con ayuda de algunas fotografías, están relacionados con Días de Reyes. Esos 6 de enero en que siempre llovía. No se cómo, pero siempre había barro en la ropa al volver a casa, era una delicia para todos los críos… y para mí. Creo que era el único día del año en que mi madre no me reprendía por llegar de aquella guisa y había que aprovecharlo. ¡Y vaya si lo aprovechábamos! Todos los pibes de la zona nos desparramábamos por los jardines que nos rodeaban y acabábamos exhaustos ese día aunque no todos por la misma razón. Si ponían una película de Tarzán, pobres árboles; si era de «espadeo», pobres dedos y; si era de Kung-Fu, pobres madres, con qué paciencia tenían que recomponer nuestras ropas, una tarea en la que eran expertas.
Cómo no recordar en aquellas correrías de chinijos nuestras incursiones en los árboles de los jardines donde campábamos a nuestras anchas hasta que escuchábamos el run-run de la Vespino de Gopar, el guardia, a cuyo sonido y, en previsión de riesgos mayores como recibir un tirón de orejas o, algo peor, que le fueran con el cuento a nuestras madres; nos obligábamos a realizar unas piruetas circenses que nos permitía estar todos sentados en la acera, mirándole con cara de no haber roto un plato y absolutamente incrédulos al pensar cómo éramos capaces de saltar de un árbol y recorrer los 15 metros que nos separaban de la acera en cuestión de segundos. Así la cosa no pasaba a mayores.
Con el paso de los años sólo el gran número de deportistas de elite que ha dado este barrio me permite explicar tamañas heroicidades infantiles.
Son recuerdos que, en la actualidad, quedan muy lejanos en el imaginario por cuanto en muy pocos años Titerroy tuvo, al igual que el resto de Lanzarote, un crecimiento espectacular y una evolución que difícilmente encontraremos en otros puntos geográficos del estado español.
De hecho, uno de los aspectos que más me llama la atención cuando miro atrás es la percepción de la distancia.
Hace 25 años, los vecinos de Titerroy, o de Santa Coloma, según el momento, nos sentíamos tan alejados del centro urbano que cuando debíamos bajar la cuesta del fútbol era como si atravesáramos una frontera imaginaria que nos hacía, al igual que el personaje de Lewis Carroll en «Alicia en el País de las Maravillas», atravesar el espejo y aparecer en una realidad muy diferente a la que vivíamos a diario en nuestras calles del barrio.
Hoy Titerroy es una barriada muy especial de Arrecife, un espacio señero con historia propia. Hace un cuarto de siglo era casi una zona rural, una especie de cinturón, al estilo de las ciudades industriales. Puro extrarradio.
Descender la enterregada cuesta del fútbol, ya que el piche no llegó hasta más tarde, era «bajar a Arrecife» y ello constituía una auténtica aventura.
Recuerdo como Mingo, Gines, Ángel, Lao, David, Miguel Ángel, Paco y Juan Carlos, que tenía un apodo que no voy a nombrar en público y que nada tenía que ver con las dimensiones de una parte concreta de su anatomía, nos íbamos de excursión a lo que, por entonces, considerábamos el lejano campo de fútbol que se encontraba ubicado donde actualmente se erige el centro comercial que se encuentra junto al vetusto Avendaño Porrúa, porque para la gente de entonces la actual «Ciudad Deportiva Lanzarote» seguirá siendo, por siempre, el «Avendaño Porrúa».
En el viejo campo, como decía, organizábamos auténticas batallas campales, que disfrazábamos de partidos de fútbol, en las que no había límite de tiempo. Saliera el sol por donde saliera, aquellos partidos sólo los ganaba el primero que marcaba 12 goles, por eso no le dimos demasiados méritos a España cuando le metió 12 a Malta en aquel encuentro inolvidable. Pero aun no sé bien cómo, siempre llegábamos al final de los partidos con un apretado 11 a 11 y acabábamos recurriendo a las piedras que siempre llevábamos en los bolsillos como parte de nuestra equipación deportiva.
Por entonces, ser el dueño del balón era una auténtica irresponsabilidad ya que, el pobre, era el que más sufría. Siempre acababa de rehén en la contienda que resolvíamos, al ser lo que considerábamos el modo más deportivo, con una buena guerrilla de piedras donde primaba la capacidad estratégica de los contendientes. En nuestro caso, siempre optábamos por correr y hacemos fuertes en los «monturros» que estaban donde hoy se encuentra la nueva estación de guaguas.
¡Qué tiempos aquellos donde una herida de guerra era una «jeta» en la cabeza y el herido un auténtico héroe callejero!
Otra de nuestras «excursiones» a Arrecife se producía cuando íbamos al cine los domingos. Esos domingos soleados en las calles de nuestro barrio, cuando los domingos eran todavía domingos, de ropa limpia, jersey incluido, y misa. Y ahí marchaba, en procesión, el «Comando Titerroy», una pila de chinijos que tenía como principal objetivo el asalto al Cine Díaz Pérez. La película era lo de menos, veíamos la que «echaran» y, una vez que acababa, subíamos en estampida por la cuesta del fútbol para llegar antes de que se hiciera de noche para poder rememorar y emular lo que habíamos visto en el que los mayores recordarán como el Cine de Don Paco que, de forma tan nostálgica, recrea D. Antonio Lorenzo en un magnífico recopilatorio de su memoria titulado «Historia Menuda de Arrecife».
Son tantos los recuerdos que se me escapa su fijación en el tiempo. Por eso no sabría decir si fue antes o después de lo relatado hasta ahora, pero entre una y otra de esas aventuras, se cruzó en mi vida el sistema educativo. La Escuela, vamos.
Mi vida académica empezó muy lejos de lo que hoy podríamos considerar un colegio al uso, pero fue un centro educacional ejemplar. Me refiero, por supuesto, a la Escuela de Loli.
Allí me senté, por vez primera, en un pupitre con compañeros donde estudiábamos, y aprendimos incluso inglés. Algo impensable, hoy día, salvo casos excepcionales, antes de entrar en el colegio.
¡Para que luego digan que no había cultura en el barrio!
¿Y el buen uso que hicimos del mismo cuando empezamos a practicarlo años más tarde en Fariones? Los chicos de aquella época recordarán como emulábamos a Shakespeare cuando en la sana vida nocturna de La Tiñosa nos arrimábamos a susurrar a los femeninos oídos anglosajones.
Luego, cuando me fui haciendo algo mayor, mi pequeño barrio de «las casas nuevas» se fue abriendo un poco más a la otra realidad que, como el mundo de Alicia, se encontraba al otro lado del espejo.
Aun se me hace extraña aquella sensación de entrar, por vez primera, en mi querido colegio «Benito Méndez». Fue el momento de entrar en contacto con chicos del mismo barrio pero de más allá de las fronteras conocidas hasta el momento por nosotros, circunscritas a unas pocas calles, y, por tanto, desconocidos para mí. Tiempo de hacer nuevos amigos y de conocer un mundo nuevo.
Afortunadamente, siempre seguí contando a mi lado con los amigos de siempre, la gente de mi calle, tipos estupendos como Juanvi, Alfredo, Carlos o Quique, en el caso de estos dos últimos, con los que aún comparto equipo y una amistad auténtica porque si no fuera así, no entendería cómo me han aguantado todos estos años.
De aquella etapa ha quedado registro en mi memoria de los desplazamientos hasta el colegio con la sensación de que salíamos al extranjero. De cómo, cada mañana antes de ir al colegio, con Ángel y su primo Jesús, asistíamos al ritual higiénico en casa de este último en el que Nona, su señora madre, lo repeinaba siendo «víctimas» del proceso tanto Alexis como Carlos.
Poco a poco fuimos formando una pandillita bien avenida a la que luego se incorporó Jorge Cabrera y David López y, años más tarde, Santi. El hijo del guardián del colegio D. Andrés. Luego por el deporte del balonmano, que conseguía algo increíble con nosotros, les pongo un ejemplo. Si jugábamos a las 11 de la mañana a las 8.30 estábamos sentados en la parada de la guagua de los futbolines, Marco Julio, Luismi, David de la Hoz, Toñín Correa…, nuestras madres no se lo podían creer, con lo que le costaba a la mía levantarme para el colegio. Juntos empezamos a vivir en nuestro pequeño mundo que gradualmente se iba haciendo más grande.
El paso de los años ha cambiado a Titerroy. Realmente todos hemos cambiado pero para mí volver a este lugar entrañable me permite recuperar aquellos días de vino y rosas. Pasear por sus calles me permite, en un ejercicio de ensoñación, encontrar el refugio que me permite aislarme cuando necesito olvidar la realidad del otro lado del espejo. Aquí se encuentran mis orígenes, mis amigos y mi familia. Aquí puedo parar el tiempo y volver a sentirme el niño que descubrió el apasionante mundo del balonmano de la mano del entrañable San José Obrero que fue, sigue siendo, algo fundamental en mi vida. Aquí vuelvo a sentir el cosquilleo en los dedos como cuando, de la mano de mi padre, aprendí a conocer los secretos del viento, a respetar el mar y a entregar mi alma a ese deporte singular que es la vela latina.
Vivimos en un mundo en el que la globalización se ha convertido en un monstruo que devora nuestras tradiciones y nuestros recuerdos y es hora de dar un golpe de timón porque me niego a renunciar a ese pasado que he rememorado hoy con ustedes y del que me siento tan orgulloso. Para ello debemos hacer frente a la realidad y asumir que hemos de adaptamos a los cambios para mantener intacto nuestro imaginario.
De mi adolescencia recuerdo a Miguel Ríos, en las cintas de mi hermano Suso, recordándonos que aquel era el tiempo del cambio. Y este, el que ahora vivimos, vuelve a serio. Los cambios, a veces, dan miedo pero siempre están llenos de esperanza, y hemos de estar preparados para afrontarlos.
Es un reto importante, pero estoy seguro de que lo superaremos como hemos otras muchas veces en nuestro pasado.
Quizás lo relatado, es la historia de cualquier niño de mi generación, en mi barrio, si me volvieran a pedir que contara otras historias, tendría muchas más, cada vez que leo este escrito cambiaba algo y al finalizar pensaré que me dejo algo importante por contar, o alguien a quien nombrar, espero sepan disculpar la omisión en esta lectura, que no en mi corazón.
No quiero acabar este momento tan emocionante para mi sin referirme a las gentes de mi barrio, a los mayores que lo sacaron adelante, a gentes como mis padres y sus convecinos que hubieron de luchar contra viento y marea para hacer de nosotros, como se decía antes, unas personas de provecho en unas condiciones muy difíciles.
Sólo un instante para recordar que el tesón, el trabajo y hasta la resistencia han sido siempre bandera de las gentes de Titerroy. Han sido muchos los momentos difíciles en los que ha dado la medida de su temple, en el que gente trabajadora ha sabido construir y mantener un espacio que va más allá de lo propio y entra en lo colectivo. Por eso me gustaría que mis palabras fueran un homenaje a toda esta gente, mayores y menores que están peleando o han peleado porque la convivencia en donde vivimos sea mejor. Y si me permiten sea un homenaje especial a dos vecinos del mismo, que no se encuentran entre nosotros físicamente, mi hermano Matías y mi tío Emilio, ambos enamorados de las costumbres y las gentes del nuestro barrio.
Decía Don Quijote, que hubo una época dichosa a la que los antiguos llamaron Edad de Oro, porque los que en ella vivían ignoraban las palabras «tuyo» y «mío», una época donde todas las cosas eran comunes todo era paz, todo amistad, todo concordia.
Que a partir de mañana comience, también para nosotros un tiempo de oro; unos días felices en los que veamos resueltos todos nuestros anhelos, en los que seamos plenamente felices. No podemos renunciar a las palabras «tuyo» y «mío», porque ya no sabríamos vivir sin ellas, pero sí que podremos compartir algo de nuestro tiempo y podremos compartir toda nuestra pasión por este trozo de Lanzarote que se alza orgulloso sobre su capital. También podremos contagiar nuestra alegría, brindar nuestro apoyo a los que no han podido aparcar por unos días sus afanes, sus preocupaciones. Pero, sobre todo, estos días tenemos que sentimos más próximos, más dispuestos a ser solidarios que el resto del año, y tenemos que sentir el deseo de un pueblo que quiere vivir en paz, que quiere vivir mejor.
Y ustedes elijan su Titerroy, créenlo, invéntenlo si hace falta, pero, por favor, no dejen nunca que muera en su memoria. Titerroy es un sueño y un cuento que para muchos empieza hoy, como las fiestas. Buenas noches. Muchas gracias y felices fiestas.
Orlando Umpiérrez García
24 de abril de 2006.