Pregón de San Ginés 1979

volverPOR  FERNANDO JIMÉNEZ NAVARRO

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Sean mis primeras palabras expresión de los sentimientos que me poseen en estos instantes: Gratitud, emoción y canariedad.

Gratitud a quienes vieron en mí al dador de la noticia, al pregonero que podía anunciar a un pueblo; tarea difícil, llena de responsabilidad, pero que asumo con alto honor y con el solo objeto de poder llevar a todos esa identidad del pueblo de la Titerroigatra.

Emoción, ante lo que supone prender, al hilo de mi palabra, la personalidad de unos lugares y unas gentes que, para mí, tienen el significado de mi tierra. Por ello, durante mis reflexiones para este Pregón, he fortalecido mi espíritu en vivencias de lo canario, y estoy consciente y soy seguro de que ese espíritu aún perma¬nece. Han pasado por mi mente, en sucesivos recuerdos y evocaciones, cuanto ha sido mi propia vida en nuestra tierra, y cuanto ha sido mi conocimiento directo y personal de las gentes de Lanzarote.

Y, por último, canariedad. Esa canariedad que llena todos y cada uno de los rincones de Lanzarote; no en vano aquí se inició la realidad viva de lo que hoy es todo el pueblo canario.

Nunca pensó el señor de Lancelot, jamás intuyeron Robín de Braquemont, Gadifer de Lasalle o Maciot de Bethencourt, que en ellos, por ellos y a su través, nacía a la luz de la historia una raza; nunca fueron conscientes de la base que ponían para la promoción de unas Islas que ya, a partir de aquellos momentos, se inscribían en el Gran Libro de la humanidad. Y es esa historia, maestra de vida, la que señala, retumbando por entre la insondable profundidad de los siglos, el nombre de Lanzarote. Aquí está, enhiesta, soberbia conocedora de su ayer y labrando su mañana, la isla de nuestro Pregón.

Pero, si bien la historia es necesaria, como conocimiento de hechos que nos enmarcan el futuro, desea el pregonero no hablar del pasado sino del presente. Es tal mi sentimiento de afecto, que me fundo en el espíritu que pregona, por sí mis¬mo, la identidad de los hijos de esta tierra.

Duros como la roca del volcán de fuego, suaves como los enarenados de Máguez, alegres como los palmerales de Haría, llenos de aristas, como la Cueva de los Verdes, ascetas, valientes, sacrificados, luchadores; llenos de orgullo de una raza guanche que ha amasado, con entronque de linajes, aquel espíritu español que les dio la nueva sangre. Hombres y mujeres que llenan las páginas de su vida con sudor y sacrificio; que modelan y remodelan su propia personalidad, hecha a fuego, con el barro, y que, como éste, se rompe antes que cambiar.

¿Es consciente el hombre, la mujer de Lanzarote, de que se le ha erigido en custodio de un patrimonio irrenunciable, de tradiciones y costumbres, de un pueblo forjado en el cielo y la tierra y con el mar, y que, junto al Gran Hacedor de todas las cosas, han surgido entre lavas y espumas, creando un estilo de vida, guardado en el arcano de su alma canaria? Sí, lo afirmo. Y por eso que hoy mi voz, mi pregón, vayan dirigidos a las gentes de esta tierra, alertándoles para que, si bien no huyan del progreso, tampoco se dejen arrastrar por quiénes con ideologías más o menos atrayentes, quizás por envidia, quizás por rencor, quizás por no amarles ni comprenderles suficientemente, tratan de darles un nuevo estilo de vida, haciéndoles perder así su propio estilo y su propio sentido de la vida.

Bien está el avanzar, pero sin que ello signifique renuncia alguna de nuestra rica y variopinta personalidad canaria, que tratan de uniformizar, de hacer desaparecer, de soterrar y hasta de menospreciar. Bien está ese progreso, que no esté reñido con la entidad de cada cual pues es junto y unidos, luchando hombro a hombro, brazo a brazo, como se construyó nuestro pueblo, y asimismo, unos y otros hemos de continuar la tarea, recibiendo el testigo en ese gran relevo de la vida para entregarlo con nuestro propio mensaje, a fin de que nuestros hijos, y los hijos de nuestros hijos, lleven igualmente la noticia, canten igualmente el pregón diciendo: LANZAROTE, orgullosa de sí misma, de su historia, de su tradición y de sus hijos, avanza en el mar océano, confundida en ese maravilloso en¬samblaje que festonea y llena de blanca espuma sus playas, hacia un destino que es trabajoso sí, difícil, preñado de amenazas, pero que lo afrontan con la ilusión de quienes se saben portadores de un espíritu fuerte y apoyados en la clara ayuda del hermano, de su propio coraje, conociendo que así podrán vencer lo que de falso se les ofrece, para decantar, férrea pero suavemente, su prosperidad y su caminar hacia el futuro. Y hoy, y mañana, y después, y en cien años por cien, aparezca nuevamente un pregonero que cante a Lanzarote, a sus hombres, a sus mujeres, a sus jóvenes, a sus tradiciones, a su esfuerzo, a su trabajo, a su personalidad. Esto no será, sino constancia viva, de que somos, de que estamos y de que permanecemos. Es la meta de toda la vida, y de la propia vida, proyectándonos hacia nuestro propio destino.

Pero de todo esto, en mi pregón entresaco y destaco, algo que da clara iden-tidad a Lanzarote. Sus hombres del mar. Ese mar eterno compañero de nuestras Islas, guardián de nuestras costas, camino y separación; lecho que mantiene y masa que separa. Ese mar, símbolo todo de nuestra tierra canaria, por donde ha llegado cuanto de malo y de bueno hoy forma parte de nosotros mismos y de nuestra propia historia.

Y cierro los ojos; y veo un buque. Mar suave, ola grande. El alisio refresca las velas, infunde, en la columna vertebral del océano, un nerviosismo, un modo de cosquilleo que la riza acariciadoramente. Un velero; majestuoso, elegante. «Arríen la escandalosa, aferren juanetes. Menos velas a proa; nos acercamos». Es la voz fuerte, acostumbrada a mandar. Huele ya a la tierra. Dicen de sus flores, de sus vinos. Hablan de sus hombres y de sus mujeres. Son ya las Afortunadas.

¿Fantasía, ilusión? No. Es tan solo mi pregón; es mi voz que hoy quiere hacer público y notorio, con toda su fuerza, y dentro de su modestia, el sentir, el ser de un pueblo; que quiere ser la propia voz de ese pueblo. Es el propio espíritu del pregonero, quien, poseído de su canaria raigambre, desea llevar a todo Lanzarote, a quienes aquí nacieron o aquí tienen el corazón, su noticia.

Un 25 de Julio, hace ya más de 150 años, en Arrecife, se fundó la Parroquia, bajo el patrocinio de San Ginés, Obispo de Clermont. Allí se unió el pueblo mo¬desto y trabajador, en un solo espíritu, con un solo deseo. Y hoy, al paso de las páginas de la vida, aquí nos encontramos para hacer patente ese mismo deseo, y esa misma unión. ¡Pobres de los pueblos que no guardan y mantienen sus tradiciones! Es la propia vida de esos pueblos, y, en ella, el futuro debe prepararse observando su historia.

Muchas han sido y seguirán siendo las leyendas, mezcla de verdad y de fantasía que se han tejido en la cadencia de nuestro mar, y en la dureza de nuestra tierra, respecto a nosotros mismos; aquí está una, sacada del Libro de Jesús María Godoy, “Lanzarote Volcán de Leyendas”, y que viene a nuestro pregón:

“Cuentan y dicen que hace mucho, pero que muchos años, el Marqués D. Agustín de Herrera y Rojas, Señor de Lanzarote, desposeyó con malas artes al campesino Gutierre de una gran pella de ámbar en forma de ballena que le había regalado el mar.

Pero mirad, las malas acciones encuentran rápidamente su castigo. Siete galeras, con mil doscientos berberiscos del Corsario Amurat, asolaron Lanzarote y saquearon y destruyeron la Villa de Teguise, cautivando a la esposa del Marqués y a su hija más querida, Constanza. El Precio del rescate ascendía a quince mil ducados de oro. Más, ¿Cómo los conseguiría el Marqués, que había visto robados todos sus tesoros, quemadas sus cosechas y arrasadas sus propiedades?

En ese momento de agobio, recordó el sótano de su palacio, donde, en vitrina dorada, guardaba la ballena de ámbar.

Al bajar a recogerla, le vio Gutiérre, el campesino, y descubrió así fortuitamente, a su ofensor. Y no se molestó. Rindió vasallaje y obediencia al Marqués, ofreciéndose voluntariamente para rescatar con su valioso ámbar a la Marquesa y a la hija del señor, y a cuantos lanzaroteños cupieran en el precio del ámbar.

En premio y agradecimiento, el Sr. de Herrera, le dio, para pasar holgada¬mente el resto de sus días, toda la vega de Tahiche, parte de la dehesa de Yé y parte del Cortijo palaciego de Inaguaden. Porque, cuenta la leyenda, que en su afán de obtener la ballena de ámbar, el Marqués, había olvidado algo muy importante en sus cavilaciones que no olvidó el humilde Gutiérre: que el mar es de Dios, que Dios creó el mar para todos los hombres y que la ballena de ámbar estaba en el Mar”.

Más, permítanme historiadores, eruditos y estudiosos, que el pregonero las interprete profundamente enraizadas al pueblo, porque es y será siempre el alma de mi tierra y de mi pueblo, lo que aspira aquel que viene de fuera. Es y será siempre el espíritu canario, hospitalario, gentil alegre, religioso, humano, sacrificado y trabajador, el que impregna y perfuma la bocana de este puerto.

Y una más de entre esas leyendas e historia, la de las grandes batallas de la conquista, centro, base y plataforma de nuestra vida toda. Por ella, que al pregonero le interesa, trasladar esas batallas a nuestro hoy.

El pescador, el marinero. Sale a diario a buscar su sustento. Lucha, se afana, sufre, perece. Lágrimas y sudores. Y sus manos encallecidas y con su rostro ensalitrado, mira siempre hacia adelante. «JALA» por cabos y liña, y llega por fin el regreso. Y uno, y otro, y otro, día él día. Y en la costa y en su puerto, la madre, la -esposa, la novia, la hija. ¿Y ellas? Cuanto han sufrido en la espera. Esa, nuestra mujer canaria, que quiere él quien la sabe querer, que de tanto querer se muere, y muerta quiere también.

Son aquellas que en 1586, defendieron Arrecife de ataques como los de Morato Arráez, o de los atropellos de los naturales de la costa de África. Valientes, decididas, luchadoras.

¿Es posible que mi voz, es fácil que mi pregón pueda describir tanta amargura? Necio sería el pregonero en tal empeño. Es la vida, es toda una vida. Son esperanzas, luchas, ilusiones, temores, desvelos, trabajos, sinsabores. La espera… la incertidumbre… el quemarse los ojos en el sol, o quebrando las tinieblas de la noche, soñando o, más bien, intuyendo una vela, un casco… Claramente no. Son sentimientos, y ellos son para sentirlos, para experimentados. Hay que estar en el corazón de esa madre, de esa esposa, de esa novia, de esa hija. Y aún siguen ahí, como hace más de 400 años; sin alharacas, sin reivindicaciones femi¬nistas, sufriendo, soportando y entregando ese espíritu, como la más preciada herencia, a quienes de ellas descienden.

Yo quisiera, permitidme, ser su modesto pregonero. No es hablarle en vulgo al pueblo por darle gusto, sino decirles bien claro, que les comprendo, que les veo, que estoy junto a ellos, y que así, juntos, podremos avanzar. Y decirles que hoy es fiesta, la fiesta grande de sus tradiciones, de su historia, de su vida, de su espíritu y de su lucha. ¡Verdad es que nos lo han puesto difícil, canarios!, pero, sin perder nuestra característica personalidad, seguiremos luchando por nuestra Isla, por nuestra Titerroigatra, por nuestro Lanzarote. Sí, de todos los que la amamos y queremos dedicar nuestra lucha y nuestro esfuerzo por ella. Y si no para ti hoy, hombre y mujer del mar, si quizás tú hoy, joven, no ves suficiente luz, sí acepta lo que te dice el pregonero: Tu esfuerzo, nuestro esfuerzo, tu lucha, nuestra lucha, si la hacemos juntos, podemos dar a nuestros hijos mañana, algo para que recuerden con orgullo, en un día como hoy, tus gestas, tus sacrificios, tu espíritu y quizás, hasta tu alma”.

Quiero ser pregonero, San Ginés, para ti, hombre del mar y junto a ti, trabajar y comprender y llevar hasta ti mi ayuda, y solicitar yo la tuya. Hazte a un lado, déjame sitio en tu tajo, para que mi hombro en el tuyo, juntos y de consumo, vayamos los dos andando.

Y este es mi pregón, en homenaje sentido a esos hombres y esas mujeres que hicieron Canarias.

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